octubre 2004 | ||||||
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septiembre | noviembre |
Simples
No voy a negar el simplismo y la ingenuidad de aquel discurso de José Luis Rodríguez Zapatero frente a la Onu, en el que proponía luchar contra el terrorismo mediante una difusa alianza de civilizaciones. Es decir, y simplificando la simplificación del presidente, darle la mano a los dictadores que, además de hacerles la vida imposible a sus ciudadanos, financian -supuestamente- ese terrorismo contra el que se pretende luchar. El discurso de Zapatero tuvo un nivel justito. Buenas intenciones para quedar bien con los votantes. Ahora, al otro lado -por ejemplo, en los discursos electorales de Bush o a veces del propio Kerry- tampoco hay mucho más: malas intenciones para quedar bien con los votantes. Y es que me parece grotesco suponer que si el discurso de Zapatero es ingenuo, el de sus antagonistas es un conjunto de razonamientos certeros y hábilmente enlazados, sólo porque dice lo contrario. Me parece igual de simplista el plan ZP de reconciliación mundial, que suponer que la democracia se instaura a cañonazo limpio y que el terrorismo se revienta a bombazos. Sobre todo teniendo en cuenta que los terroristas evitan en lo posible colocarse debajo de las bombas. Por supuesto, tampoco encontramos reyes de los matices entre los teóricos neoconservadores: ¿Huntington, que parece que quiere jugar al Risk cambiando imperios por civilizaciones? ¿Kagan, que viene a decir que ya que tenemos la fuerza, usémosla? ¿Cox and Forkum y sus panfletillos a tinta china? Sí, claro, todos ellos son nuevos Nabokovs, que ponen su fina pluma rebosante de detalles al servicio de unas ideas políticas de peso. Más: aunque suponga caer en un maniqueísmo tan simplista como los simplismos antes mencionados, prefiero la utopía del amor mundial a la distopía de la guerra eterna contra el terrorismo. Y eso a pesar de que me revienten las utopías, que sólo son paradisiacas en las mentes de quienes las maquinan; para los demás, son o acaban siendo infiernos. De todas formas y ya casi al margen, hay que reconocer una cosa: los esfuerzos de muchos por justificar los pretextos para invadir Iraq son dignos de elogio. Como esforzados ejercicios de retórica, claro.