septiembre 2004 | ||||||
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Héroes
Me ayudaría a sentirme catalán que se celebrara una derrota durante la fiesta nacional de este país. Por desgracia no se celebra, sino que se conmemora o, peor, se lamenta. Hay gente que le ve cierta erótica al poder. Yo se la veo al perder. A ser el eterno número dos, a tener que empezar de nuevo y a reírse del dinero que ganan los demás, cuando se lo ganan trabajando y no gracias a la lotería. Por eso no estoy de acuerdo con la castrense opinión de Manuel Fraga, que echa en cara a los catalanes que Rafael Casanova, su héroe nacional, no haya sido fusilado. No es de extrañar que Fraga le recrimine a un político de hace tres siglos que no se haya dejado matar y apenas se conformara con perder su cargo. Al fin y al cabo, el gallego fue ministro de un gobierno presidido por un general golpista. Sin embargo, yo no dejo de verle cierta gracia a un Rafael Casanova que, curado de sus heridas, se dice a sí mismo que otra vez será y vuelve a ejercer de abogado, que de algo hay que comer. Es más, en 1719, cinco años después de la gloriosa derrota, Casanova consiguió que le devolvieran los bienes que le habían sido confiscados. La risita socarrona que se le debió escapar al recibir la noticia de esta devolución fue, sin duda, la risita de un héroe. Héroe, aunque patriota.