lunes, 30. agosto 2004
Jaime, 30 de agosto de 2004, 10:23:32 CEST

Quién habrá dejado esto en el suelo...


Al parecer, las señoras de la limpieza se plagian unas a otras. Y es que una empleada de la galería Tate tiró a la basura parte de una obra de Gustav Metzger, cosa que ya había ocurrido hace un tiempo con una instalación de Damien Hirst. Aprovechando el despiste de esta señora, no son pocos quienes se han puesto a comparar el arte contemporáneo con la basura. ¿Y por qué este arte tan raro es una porquería, según muchos? Pues básicamente porque a ellos no les gusta. Jamás colgarían una de estas obras en su comedor, suponiendo que pudiera colgarse. Esos cuadros -cuando se trata de cuadros- no son bonitos. Y son fáciles de hacer. Cuatro manchas. En cambio, levantar una reproducción a escala de la Torre Eiffel con mondadientes es complicadísimo. Y nadie lo valora. En definitiva, esta gente opina que el tratamiento grotesco del cliché que hace Jeff Koons no es arte. Tampoco el manejo del absurdo y de lo bárbaro por parte de los hermanos Chapman. Por poner dos ejemplos. De todas formas, está claro que en esto del arte contemporáneo hay mucho de broma -menos mal- y no pocos timos. Y en más de una ocasión nos ponemos delante de alguno de uno de esos lienzos –cuando son lienzos- y no sabemos cómo reaccionar, ni si tenemos que reaccionar de algún modo. A mí, por ejemplo, Tàpies y Barceló me dejan frío. Claro que yo tampoco soy un especialista y esto no me ocurre sólo con las obras de autores vivos. También es recurrente el tópico de que el arte contemporáneo, incluida la música y mucha literatura, se ha alejado del público y es en ocasiones incomprensible para cualquiera que no sea el propio autor. En realidad, creo que estas obras se acercan más al público que las clásicas, ya que se abren a él y le dejan más margen de interpretación. Ya lo explicaba Umberto Eco en Obra abierta: estas obras han de ser completadas por la audiencia; el espectador -o el intérprete- ha de tomarse la molestia de concluir el trabajo del artista, y no sólo plantarse delante. De todas formas, este aparente alejamiento del público no es ninguna novedad. No creo que la música de Brahms sea más asequible que una instalación de los hermanos Chapman, por ejemplo. Y digo que es aparente porque cuando la obra merece la pena, está hablando de nosotros. Y nosotros no acostumbramos a andar demasiado lejos de nosotros mismos. Al menos, la mayor parte del tiempo.


 
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