marzo 2004 | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
dom. | lun. | mar. | mié. | jue. | vie. | sáb. |
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | |
7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 |
14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 |
21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 |
28 | 29 | 30 | 31 | |||
febrero | abril |
Un fracaso
Ya no puedo decir que siempre acabo todos los libros que comienzo a leer. Hasta ahora no había llegado a pasarlo tan mal como para dejar un librito a medias. Pero finalmente un autor ha podido conmigo. En doce páginas, contando el prólogo. Se trata de Manuel Azaña, con El jardín de los frailes. No es un tocho de memorias o de discursos: es una novelita de unas 170 páginas. Y que nadie crea que iba con prejuicios: tengo mejor opinión del Azaña presidente que de la mayoría de los políticos de su época. Pero no puedo decir lo mismo del Azaña escritor. Asumo mi responsabilidad en este fracaso como lector y prometo volver a intentarlo más adelante, pero lo cierto es que no he conseguido enfrentarme a frases como "quien posea menos humanidad que espíritu crítico, fallará adversamente si el primer encuentro de un mozo con lo grave y lo serio de la vida se diluye en frívolos devaneos de colegio"; o "ignoro si llevaría alguno en el coleto el mismo fárrago de lecturas desordenadas que perturbó los albores de mi adolescencia". Aunque la frase que me ha matado ha sido: "En el aula hostil, la luz cenizosa de noviembre pesaba en los párpados". Sí, señor. En el vagón de metro hostil, la prosa cenizosa de Azaña me cerraba los párpados.