marzo 2004 | ||||||
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La dignidad del cobarde
Estos días se habla bastante acerca de la supuesta cobardía de muchos de los que votaron el domingo. Para empezar, me parece mezquino y falso acusar de cobarde a quien hubiera podido cambiar el sentido de su voto. Muchos de los que votaron a Zapatero, sobre todo aquellos que en otras circunstancias se hubieran quedado en casa, no lo hicieron asustados, sino más bien cabreados con un gobierno que parecía querer ocultar información interesadamente. No creo que se pensara en evitar nuevos atentados votando al Psoe: todos somos más o menos conscientes de que, votemos a quien votemos, los terroristas van a asesinar siempre que puedan. Las elecciones no nos van a proteger. En todo caso, y aunque voté a los mismos perdedores de siempre, quiero dejar claro que yo sí soy un cobarde. Siempre lo he sido. Enséñame tus puños y echaré a correr tan rápido que en cinco minutos tendrás que llamar a Nueva Zelanda si quieres decirme alguna cosa. Y dime algo agradable o colgaré. Es más, soy un firme partidario de la cobardía. Si todo el mundo fuera un gallina, nadie tendría valor para ir haciendo guerritas y poniendo bombas. Habría demasiados desertores como para intentarlo. Sé que a alguno todo esto le puede sonar ridículo y poco patriótico, pero yo estoy cansado de bravucones patrioteros o guerrasanteros. Sé que mi ejemplo no servirá de mucho, y a lo mejor es bueno que así sea, pero al menos espero que los salvadores de la patria y los depositarios de la religión verdadera no pretendan que les imite.