abril 2003 | ||||||
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Una apresurada proposición
Sobre el Día del Libro se suele decir que, al menos, es un día al año que podemos dedicar a hojear, a leer y, sobre todo, a comprar libros. Se añade que el resto del año, el panorama literario y cultural da pena. Pero, concho, ese día es motivo de alegría. Bueno, más bien de consuelo. O sea, que todo el año debería ser como ese día, pero, en fin, algo es algo. Claro que podríamos invertir los términos. Supongamos que en el Día del Libro nos dedicáramos a no tocar un volumen, a no pasar por ninguna librería... Bueno, claro, para muchos no habría ninguna diferencia. Vayamos más allá. Pongamos -es un poner, que nadie se asuste- que ese día, en lugar de regalar un libro, lo quemáramos. Y en lugar de corretear de parada en parada de la Rambla para pedir firmitas a los cuatro habituales vendedores de bestsellers, nos dedicáramos a insultar a los escritores que se atrevieran a salir a la calle, a tirar huevos contra los edificios de las editoriales, a dejar pintadas ofensivas en las librerías. Sí, sería un día bárbaro. En el mal sentido de la palabra, que nadie me malinterprete. Pero, al menos, en lugar de tener un sólo día de consuelo, tendríamos 364. Seguiríamos diciendo que el panorama literario y cultural entre el 24 de abril de un año y el 22 de abril del siguiente es lamentable. Pero también podríamos añadir que no es todo tan horrible como el dichoso Día del Libro. Que podría ser peor. Que, por suerte, sólo hay un 23 de abril.