abril 2003 | ||||||
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Un par de codazos
La violencia no es el método más eficaz para resolver conflictos. Ni siquiera de los pequeños. Entre otras cosas, porque los peligros que puede traer son mayores. Por ejemplo, recuerdo que una vez, en la hora del recreo y mientras charlaba con mis compañeros de clase, se me acercó alguien por detrás y me tapó los ojos. Como a la primera no pude zafarme y esas bromitas (ja, qué gracia) me sacan de quicio, opté por usar un arma no muy masiva, pero sí contundente: un codazo. ¿Qué queréis? Tenía catorce años y demasiadas hormonas. El caso es que después del primer golpe, que no di con todas mis fuerzas, ni mucho menos, el tipo en cuestión no me soltó. Así que decidí darle otra torta. La intención era sacudirle algo más fuerte, pero como estaba sobre aviso, se apartó a un lado (sin soltarme) y apenas le di en las costillas, flojillo. Eso sí, el muchacho no se arriesgó a recibir un tercer codazo y me dejó marchar. Todo un éxito, creí entonces. Pero cuando abrí los ojos, vi enfrente mío las caras de mis amigos, que mostraban preocupación y asombro. Entonces me giré para ver quién era el graciosillo y me topé con el profesor de Ciencias Naturales, tutor del curso y director de estudios de Bup. Por suerte, encajó bien los codazos. Y no sólo físicamente. Soltó su clásico "je, je" y se largó a hacerse el coleguilla con otros chavales. Era su estilo.