enero 2003 | ||||||
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diciembre | febrero |
Ana
Aún no he conseguido asimilar el hecho de que Ana Botella forme pareja política con Alberto Ruiz Gallardón en las elecciones al ayuntamiento de Madrid. Entre otras cosas porque yo creía, como escribió Juan José Millás, que la esposa de Aznar es más bien un repelente de votos. Claro que siempre cabe la posibilidad de que el presidente y su señora hayan decidido hundir definitivamente la carrera política del díscolo Gallardón, que cae mejor entre los votantes ajenos que entre los propios. Pero ocurre que dudo de que los Aznar sean capaces de tal maquiavelismo sutil, y tampoco creo que los consejeros electorales del Partido Popular sean tan cretinos como para no estar más o menos seguros de que la señora Botella tiene realmente tirón electoral. Por mucho que a mí me cueste entenderlo. Imagino que es un problema de perspectiva. Yo no sé la imagen mental que se le viene a cada uno a la cabeza cuando la ve o la escucha. Por ejemplo, cuando dice que quiere dedicarse a ayudar a los más necesitados, algunos pueden creer que es algo bonito y generoso, pero a mí me da la impresión de que va a pasearse por Madrid con una huchita, a pedir una limosna para los chinitos sin bautizar. En definitiva, otra razón más por la que me alegro de vivir en Barcelona. Quizás nuestro alcalde sea un anestesista -en todos los sentidos- bastante mediocre. Quizás las próximas elecciones se presenten bastante aburridas. Pero al menos no abro la sección local del diario con miedo. Aunque, sí, lo reconozco, siento cierta vergüenza ajena cuando veo que lo mejor que se me ofrece es un enorme edificio con forma de pepino o un Fórum de las Culturas que ya se improvisará el año que viene.