Delirio que será, cómo no, convenientemente reciclado (es decir, arrojado a la papelera)
X saldrá vestido de blanco impoluto: pantalones, camiseta y zapatillas de tela. No llevará calcetines. Pelo corto, despeinado. Sexo, indiferente. Mirada perdida. Tiene que hablar muy rápido, en tono bajo, aunque con cambios bruscos de velocidad y volumen. Las manos por debajo del pecho; juguetea con los dedos. Puede llevárselas a la cara y a la cabeza.
X: No me gusta reciclar, ¿sabes? Porque, cuando reciclas, luego reaprovechan lo reciclado, ¿entiendes? No sé si me explico. O sea, que se vuelve a usar. Tiras, por ejemplo, una botella de cristal y cuatro diarios viejos a sus contenedores, cada uno al suyo, cristal por un lado, papel por el otro, y, al día siguiente abres la puerta y te encuentras en el rellano la botella limpia; sin etiqueta, eso sí, pero limpia y con el tapón de corcho entero. Y los periódicos al lado, en un montoncito. Las hojas son algo más grises, pero están como nuevas, bien plegadas y ordenadas, con las noticias de aquellos días oliendo a fresco y con el crucigrama que casi acabaste en blanco. Y no puedes tirar todo eso, porque para algo lo has reciclado, ¿no? ¿Qué sentido tendría? Así que lo guardas. Y otro día tiras, no sé, un tetra brick, por ejemplo, y vacías la papelera de tu habitación. Entonces te devuelven el tetra brick, cerrado y casi reluciente, como cuando lo compraste en el super. Sólo que vacío, claro. Y al lado, pongamos, unos veinticinco folios que usarás de nuevo, reciclarás otra vez y te volverán a devolver. Y eso por no hablar de la ropa. La ropa vieja también se puede reciclar. Se ha de reciclar. Al principio está bien, porque te devuelven las camisas y los pantalones bien planchados y reteñidos, pero, claro, en seguida se pasan de moda y no es verdad que las modas vuelvan: no es lo mismo una camisa estilo años 70 del Zara que la camisa vieja de tu padre.
Al final toda la casa se llena de botellas de vino vacías, de tetra bricks de aire, ropa anticuada, periódicos atrasados y bien plegados. Todo se amontona en los armarios, sobre los sofás, encima y debajo de la cama. Acabas caminando entre los vasos que rompiste, entre los muebles que tiraste, sobre los cuentos que acabaron en la papelera y las cajas de cartón en las que venían aquellas cosas que compraste y ahora no eres capaz de encontrar. ¿Y que se puede hacer con todo eso? Está ya reciclado, no tendría sentido volverlo a tirar, o sea, a reciclar, porque lo volverías a recibir al día siguiente en tu casa; lo dejarían en el rellano. Y hay que reciclar, todo el mundo tiene que hacerlo y todo el mundo, el planeta, quiero decir ahora, acabará rebosando basura limpia que nadie sabrá cómo usar. Bueno, algunas cosas sí, como los folios, pero nadie se atreverá a usarlos, porque luego habría que volverlos a reciclar y no sabes lo espantoso que es tirar algo viejo y encontrártelo de nuevo en el rellano, reciclado, algo más gris, algo más apagado, pero como antes de que tú lo destrozaras. Y la culpa es de los lecheros ingleses, pero ése es otro tema, que ahora se trata de reciclar y ¿entiendes ya por qué no me gusta reciclar?