Fuegos (más o menos) amigos


Desde que cayera aquella bomba sobre el mercado de Bagdad, los altos mandos estadounidenses han ido insinuando que el régimen iraquí es el responsable de muchas de las muertes civiles de este conflicto. El caso es que esta guerra es tan estúpida que Sadam podría estar asesinando a sus propios ciudadanos, mientras los soldados británicos y estadounidenses caen víctimas del mal llamado fuego amigo (con fuegos amigos así, quién quiere fuegos enemigos). Aunque no estaría de más añadir, por aquello del matiz necesario, que no tiene nada de extraño que un dictador asesine a su gente, y que los militares (estadounidenses o no) nunca han sido muy listos.


 
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Cacerolas


Tenía pensado escribir sobre los cuatro niñatos que consideraron que era buena idea liarse a huevazos (de gallina) con un par de políticos del Partido Popular. Niñatos que, seguramente, habrán sido los mismos (o sus amigos) que los que han asaltado El Corte Inglés y un McDonald's esta tarde en Barcelona. Formas muy curiosas de protestar contra la guerra. Pero a las diez de esta noche he oído un ruido -bueno, muchos ruidos- y he salido al balcón. Por supuesto, eran los programados cacerolazos en contra de la guerra. La verdad, me había olvidado por completo. Por suerte, el resto de la ciudad, no. La protesta tenía que durar un cuarto de hora, pero treinta minutos después de haber comenzado, aún se oía el ruido metálico de las ollas, además de los bocinazos de los coches, cuyos conductores se sumaron a toque de claxon al solidario escándalo. Total, que, después de todo, se me han pasado las ganas de hablar de esos cuatro críos que no representan a nadie y que se merecen un castigo ejemplar. Una semana sin postre, por ejemplo. Algo adecuado a su madurez. Ni ellos ni sus huevos (de gallina) son lo más importante de todo esto.


 
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El significado de la guerra


Las únicas armas que he tenido entre mis manos han sido alguna escopeta de perdigones, cuchillos de cocina de diversos tamaños y dardos, que en mis manos se convierten en proyectiles peligrosos -especialmente para los ojos ajenos. Es decir, mi experiencia en temas bélicos y militares es, por suerte, nula. Aun así, no deja de sorprenderme la alegría y la tranquilidad con la que muchos periodistas y políticos defienden esta guerra y hablan de ella como de un mal menor pasajero que sólo puede traer beneficios. Uno lee lo que dicen y parece que los muertos sean de videojuego. Igual su actitud se debe (también) a su inexperiencia en guerras. Bush, por ejemplo, se escaqueó de ir a Vietnam -cosa que me parece muy bien- y el propio Aznar no hizo la mili -cosa que me parece estupenda. Parece, pues, que la ignorancia en temas militares puede dar lugar tanto a pacifistas como a enconados belicistas. Eso sí, cada vez que leo o escucho sus frases, no dejo de pensar en el periodista belga de Revenge is sour, artículo de George Orwell, quien sí había vivido unas cuantas guerras. Orwell explica que, después de la toma de Stuttgart, a finales de la Segunda Guerra Mundial, entró en la ciudad con un periodista belga, que -comprensiblemente, por otro lado- repudiaba a los alemanes: "Tuvimos que entrar por un pequeño puente de peatones que por lo visto había sido defendido encarnizadamente. Un soldado alemán yacía muerto al pie de las escaleras. Su rostro tenía el color amarillo de la cera. (...) El belga apartó la vista cuando pasamos. Casi al final del puente, me confesó que era la primera vez que veía un cadáver. Tendría unos 35 años y había pasado cuatro haciendo propaganda de guerra. Durante los días siguientes, su actitud fue muy diferente de la que había sido hasta el momento. Miraba con desagrado la ciudad destrozada por las bombas. (...) Cuando se despidió, dio a los alemanes de la casa donde estuvimos alojados el resto del café que habíamos traído. Seguramente, una semana antes se hubiera escandalizado de pensar que iba a regalar café a un boche. Pero sus sentimientos cambiaron, me dijo, cuando vio aquel pauvre mort al pie del puente: de repente se dio cuenta del significado de la guerra".


 
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El boicot y la bolsa


La Plataforma contra la Globalización y la Guerra propone una serie de protestas contra el ataque a Irak, entre las que se incluye un boicot a los productos ingleses y estadounidenses. Es curioso, porque de entre los que verán normal este boicot, habrá unos cuantos que consideraron ridículo eso de que las patatas fritas cambiaran su nombre de french fries a freedom fries en algunos comercios y restaurantes estadounidenses, que manifestaban así su desprecio a la postura contraria a la guerra del gobierno francés. Es decir, si lo hacen los americanos es estúpido; si lo hacemos los europeos, se trata de una justificada medida de protesta. A falta de mayor información, doy por supuesto que el boicot es a todos los productos de estos dos países, por lo que imagino que habrá que dejar de leer los libros del estadounidense Noam Chomsky, que está en contra de esta guerra, o no ir al teatro Romea, a ver Celobert, obra de David Hare, un dramaturgo británico cuya postura en este tema desconozco, pero, vaya, es inglés, ¿no? También habrá que dejar de comprar libros de la editorial Penguin, no comer las belicistas nueces de California, no usar la cuenta de correo de Hotmail y olvidarse de Blogger y de Google. Porque, puestos a hacer un boicot, hay que hacerlo bien, nada de medias tintas. Siguiendo con el tema del consumo y la guerra, hay que comentar las declaraciones de la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, que explica que, desde que ha comenzado la guerra, "las bolsas han subido y el petróleo ha bajado. Ya los ciudadanos pagan unos céntimos menos por la gasolina y el gasóleo. Eso son datos. La intervención está todavía en marcha, y no vamos más allá; pero ahí hay datos". Sinceramente, no acabo de entender estas frases. O, mejor dicho, no quiero entenderlas. ¿Está diciendo que iraquíes, británicos y estadounidenses han sido asesinados para que nuestra gasolina sea más barata? ¿Que debemos estar satisfechos por eso? ¿Que cuando se conozcan cifras fiables de muertos y heridos, debemos sentirnos conmovidos por esos hombres, mujeres y niños que dieron su vida para que nuestras acciones de Telefónica, por ejemplo, aumentaran su valor? Lo dicho, que prefiero no entender a esta señora, que, por cierto, debería boicotear a su modista.


 
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El rey es rey, pero no hace nada


Jordi Solé Tura, senador socialista y ponente de la Constitución, asegura que España "no es un país monárquico". Uno podría pensar que, vaya, Jeb Bush no iba tan desencaminado. O que todo lo que digan el jefe y su familia, sea o no una equivocación, va a misa aquí y en Iraq. Pero no, el caso es que Solé Tura quiere decir que al redactar la Constitución, los ponentes no sabían qué hacer con el rey, que no era más que "una figura del último minuto de la época franquista". Al final se optó por una "solución a la escandinava, en la que los reyes son reyes, pero no hacen nada". Solución que explica por qué Juan Carlos I no ha abierto la boca para intentar explicarnos qué hace España en primera línea de esta guerra, a cambio de una foto con Bush y un puñado de contratos para Repsol, ACS y Dragados. En definitiva, para ayudarnos a comprender por qué nuestro gobierno está de acuerdo en que hay que bombardear Iraq, de momento, para que Estados Unidos se sienta seguro. Lo que no explican las palabras del senador es por qué, si no hace nada, tenemos que pagarle al rey el sueldo, la casa, el barquito y las vacaciones. A él y a sus hijos.


 
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