¿Encima de qué?


Si fuera vasco, yo votaría en contra del Plan Ibarretxe. Por lo que he leído al respecto, creo que es una memez, un golpe de efecto y poca cosa más. Es más, todo independentismo o dependentismo me parece una tontería y una pérdida de tiempo. Pero eso no quita que este proyecto sea una propuesta democrática de la que en ningún caso se puede decir que se apoye "encima de los mil muertos del terrorismo". Y es que el Partido Nacionalista Vasco no es responsable de los asesinatos de Eta, a pesar de que algunos se empeñen en presentarlo así sólo por intereses de partido. El intento de asimilación entre terroristas y nacionalistas llega hasta el punto de decir que los planteamientos del PNV son los de Eta, sugiriendo que están a las órdenes de los asesinos. Me parece ridículo, teniendo en cuenta que el PNV siempre ha condenado los atentados y además está en el poder porque los vascos le han dado sus votos y no por otra cosa. Aunque, en fin, comprendo que a algunos les siga escociendo la no asimilada derrota electoral de Mayor Oreja. De todas formas, supongamos que los objetivos de Eta y los del Plan Ibarretxe son exactamente los mismos. Porque desde luego hay coincidencias, ya que el partido presidido por el dinosaurio Arzalluz no renuncia a la independencia. Pues bien, aun así, esto sólo significaría que los medios por los que el terrorismo quiere llegar a ese fin son repugnantes, no que el fin sea repugnante en sí mismo. Que Eta asesine por la independencia de Euskadi no deslegitima el independentismo, sino a Eta. Claro que este juego de asimilaciones parece tener como objetivo jugar con la amenaza de suspender la autonomía vasca e incluso de ilegalizar al propio PNV (porque, claro, es lo mismo que Batasuna), amenazas que a los votantes del PP les encantan. Pero, en definitiva, si se está en contra del Plan Ibarretxe o de la posible secesión del País Vasco, hay que argumentar por qué. Algunos parecen olvidar que hay que acabar con el terrorismo, no con las ideas. Y las ideas no se combaten, se rebaten. Por poner un ejemplo, ¿si mañana cuatro locos cometen atentados porque están en contra de Fidel Castro, vamos a defender al dictador cubano porque los atentados nos repugnan? Creo que fue Antoni Batista el que en uno de sus libros sobre el País Vasco escribió que cuanto más espacio se dé a la política, menos se deja a la violencia. Pues eso. Hay que discutir el Plan Ibarretxe. Apoyarlo o manifestarse en contra. Dar motivos para fundamentar cada una de las posiciones. Y recordar que cuantas más propuestas se presenten y se debatan, menos excusas tendrá el terrorismo para seguir con sus crímenes. Sí, es algo de cajón, algo que les tendría que salir a los políticos de forma natural, ya que se supone que son, sobre todo, gente que habla. Pero no. Parece que lo que importa es insultarse, tergiversar las ideas del contrario y montar escándalos por documentales que luego resultan ser comedidos y moderados. Pero, claro, hoy en día la moderación es tan difícil de ver que cualquiera puede cometer el comprensible error de confundirla con el radicalismo.


 
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Maragalleitor


Pues a mí lo de Schwarzenegger no me parece tan mal. Al menos, me cae mejor que Reagan. Incluso me atrevo a decir que Arnold es mejor actor que el ex presidente. Lo cual no es mucho decir, claro. Además, como se dedicará a gobernar California, nos libraremos de nuevas películas, que no es poca cosa. Por otro lado, en Cataluña tenemos candidatos parecidos al ex gobernador Gray Davis y al ex actor austriaco. Artur Mas sería como el demócrata: gris (Gray), con pinta de seriote, de trabajador; el clásico que en el colegio quería ser delegado de clase. Pasqual Maragall se parecería más Schwarzenegger, por su evidente e innata condición de estrella, no de cine, pero sí acostumbrado a montarse películas, como el Fòrum este de les Cultures. Aunque serían más bien cintas de Greenaway, por aquello de que nadie las entiende. Obviamente, hay diferencias entre los californianos y los catalanes. Por ejemplo, parece que Schwarzenegger no tiene un programa muy definido; en cambio, Maragall lo improvisa en las ruedas de prensa, para espanto de asesores y correligionarios. Otra diferencia entre el austriaco y el barcelonés: uno es un político profesional y el otro es Maragall. Sin duda, me resultaría más divertido que ganara el socialista a que lo hiciera el líder de CiU, del mismo modo que es mucho más entretenido abrir las páginas del diario y encontrarse al Chuache en la sección de política que a Bush, que ya da cierta penita, pobre, míralo, que se parece a Gerald Ford, que no puede mascar chicle y caminar al mismo tiempo porque la neurona se le colapsa. Por supuesto, no quiero decir que haya que votar a los políticos según lo mucho que entretengan. Simplemente apunto que, en caso de que gane Maragall, a los catalanes (igual que a los californianos) siempre nos quedará el consuelo de saber que al menos nos lo pasaremos bien. En fin, que hay que tomárselo con humor. Qué remedio.


 
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Alberdi contra Caldera


Por supuesto, me ha parecido muy feo que expulsaran a Cristina Alberdi de la dirección de la Federación Socialista Madrileña simplemente por discrepar. Y más cuando el PSOE ha criticado con toda justicia al Partido Popular por parecer un monolito sin grietas, una secta, un ejército en el que el general ordena y los soldaditos rasos contestan amén. Creo que ha sido un error tratar a la diputada madrileña casi como a una delincuente, incluso teniendo en cuenta, como recordaba El Mundo hace un par de días, que la Alberdi que ahora pide responsabilidades es la misma se quedó bien calladita hace unos años, cuando fue ministra de un gobierno que tuvo mucho que ver (y tanto) con los Gal. Sí, todo eso es malo. Pero lo peor del caso es que las comparaciones son odiosas. Me explico. Alberdi ha soltado cuatro tonterías con las que muchos podrán estar de acuerdo, pero que no dejan de ser cuatro chorradas muy mal argumentadas. Si la hubieran dejado hablar sin prestarle mayor atención, la ex ministra hubiera quedado como una persona algo limitada que intentaba explicarse sin mucho éxito y llegando a duras penas a la coherencia a la hora de pedir dimisiones por lo ocurrido en la Asamblea de Madrid. Pero salta Jesús Caldera y "la dice" (sic, sic y mil veces sic) que se largue. Y entonces uno compara a la no especialmente brillante Alberdi con el voceras en cuestión y, como es natural, la señora ya cobra la imagen de una política de envergadura, de una estadista independiente, de una nueva Kennedy, casi. A ojos de cualquiera, claro, y no sólo de la prensa de derechas, que la está prácticamente beatificando. Santa Cristina Alberdi, Mártir por la Libertad de Expresión. Y es que lo peor del Psoe no es su candidato (que es casi bueno) ni que Ibarra y Maragall tengan ideas diferentes acerca de eso tan manido a lo que se llama "la vertebración de España" (cosa que es aún mejor). Lo peor es ese dúo dinámico que Zapatero ha escogido como escuderos: José Blanco y el propio Caldera, un par de patanes que cuando abren la boca provocan vergüenza ajena y ganas de comparar, con lo odiosas que son las comparaciones. Odiosas para ellos dos, quiero decir. El caso es que las meteduras de pata de Caldera y de Blanco pueden evitar una de las pocas cosas divertidas que se preveían en el politiqueo del país para estos próximos meses llenos de elecciones. Y es que yo contaba con que el Partido Popular ganaría (otra cosa no parece muy probable), pero sin alcanzar la mayoría absoluta. El escenario me gustaba no sólo porque las mayorías absolutas le sientan bien a cualquier gobierno y mal a cualquier gobernado, sino porque la insuficiente mayoría les obligaría a pactar (como siempre) con Convergència i Unió, quienes, como condición para otorgar sus votos, impondrían la aceptación de un nuevo, consensuado e inofensivo pero hiriente estatuto catalán. Y el Partido Popular, también como siempre, tragaría sin dejar de sonreír. ¿Y por qué considero que esto sería divertido? Pues, más que nada, por ver la cara de higo enfurruñado que se les quedaría a la mayoría de votantes del PP y a los bufones de la prensa del reino (además de a la la propia Alberdi) al ver que, de nuevo, sus jefes tienen que pactar con los mismos a los que durante los últimos años han estado insultando y presentando como la archinémesis de la democracia, a instrucciones del soviet supremo popular. Me entra la risa floja sólo de pensar en el artículo que firmaría Federico Jiménez Losantos el día después de que llegaran a un acuerdo Mariano Rajoy y el quizás futuro ministro Josep Antoni Duran i Lleida. Claro que podría ser mejor. Es decir, el Partido Popular podría necesitar también los votos del Partido Nacionalista Vasco. Y entonces, como por arte de magia, el PNV recuperaría la condición de partido democrático, condición que Aznar y sus amiguetes periodistas le han querido negar, presentando a Ibarretxe como el Sadam Husein español. Pero no. Eso sería demasiado bueno. Vaya, hasta que Caldera volvió a abrir la boca, yo me conformaba con lo del estatuto catalán. Ahora ya, ni eso.


 
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Un nuevo Vietnam


No sería bueno que Iraq fuera un nuevo Vietnam. Lo digo porque muchos temen "que el Ejército norteamericano se empantane en Iraq durante años sin lograr sus objetivos". Situación que, encima, a más de uno le resultaría simpática, aunque sólo fuera por ver Estados Unidos o, mejor dicho, a George W. Bush, con el agua al cuello. Pero a mí me parece que una vez no se ha podido evitar la guerra, lo mejor es que América pueda ayudar a instaurar una democracia. Más que nada, para que Iraq sea finalmente un sitio en el que poder vivir. Y, por cierto, lo mismo vale para la ya olvidada Afganistán. De acuerdo, el medio usado para llegar a esta futura y sólo posible democracia ha sido repugnante. Y más si pensamos que las tropas estadounidenses y británicas seguirán años en la zona, asegurando su control y, en el peor de los casos, preparando nuevas guerras de estas que en teoría garantizan la seguridad de los americanos. Pero, al menos, ya no se puede recurrir a soluciones al estilo Pinochet. Si Bush y Blair (y Aznar) quieren salvar la cara y mejorar en los sondeos necesitan que se celebren elecciones libres en Iraq. Es triste y casi ridículo que se instaure una democracia por miedo al qué dirán las encuestas, pero mejor eso que otra dictadura, aunque fuera una dictadura aliada y a la que, por tanto, no se acusaría de tener armas de destrucción masiva, independientemente del al fin y al cabo intrascendente hecho de que las tenga o no. Hay otro problema, o mejor dicho, otra duda que yo no tengo claro cómo resolver. Supongamos que la resistencia a las tropas de ocupación es claramente representativa de los deseos de los iraquíes. Y que es cierto aquello que se ha apuntado durante las últimas semanas respecto a las pocas ganas de democracia que tienen los líderes de los principales grupos sociales. En definitiva, supongamos que es verdad que los ciudadanos de ese país no quieren la democracia. Sí, yo también lo dudo y me parece sólo charlatanería propia de pájaros de mal agüero, pero en tal caso y aunque sólo sea un supuesto, ¿es legítimo imponer una democracia? ¿No sería, justamente, poco democrático? Insisto: no tengo ni idea acerca de cómo resolver esta duda, e incluso no sé hasta qué punto es realmente importante. Pero el caso es que las cosas, por desgracia, siguen pintando mal en Iraq. Y lo que queda.


 
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Sin exagerar


Lo primero que pensamos casi todos cuando nos enteramos de que el cuerpo de David Kelly había aparecido bocabajo, con las venas cortadas y con un frasco de analgésicos a su lado era que le habían asesinado. Pero, la verdad, y visto que a Tony Blair le perjudica más la muerte de este pobre hombre que el hecho de que pudiera seguir explicando cosillas sobre las armas iraquíes a la BBC, parece más que creíble la versión oficial: se suicidó porque no podía soportar la presión y se sentía además traicionado por sus compañeros. Quizás algunos crean que es una suerte que un gobierno democrático como el inglés no tenga responsabilidad en la muerte de un ciudadano, pero a mí no me parece mucho mejor que este gobierno presionara a una persona por haber dicho la verdad, hasta el punto de que este hombre optara por matarse. Y es que no hay que olvidar que Kelly está muerto justamente por explicar la verdad. Mientras que tanto el primer ministro británico como el presidente de Estados Unidos se han visto obligados a sincerarse, aunque sólo en parte. Es decir, han admitido que exageraron algunas de las informaciones sobre las armas de destrucción masiva, la excusa que esgrimieron con más energía para iniciar la guerra contra Iraq. Exagerar me parece un término suave. El propio Blair afirmó que Sadam Hussein estaba en condiciones de atacar el Reino Unido en 45 minutos. Pero de tener armas que permitan atacar en menos de una hora a lo que hasta el momento se ha encontrado en Iraq -es decir, nada- hay un trecho que a mí me parece más largo que una mera exageración. Eso sí, mientras Blair y Bush entonan un tímido -timidísimo- mea culpa, José María Aznar, el tercero de las Azores, sigue empeñado en que las armas aparecerán. Que igual aparecen, por qué no, pero tal cosa no ayudaría a comprender por qué se empeña en ser más bushista que Bush. El caso es que se ha mentido. O se ha exagerado la verdad, que es como mentir, pero sin exageraciones, sin avasallar. Y al respecto de la mentira en democracia, no está de más recordar algunas palabras de Jean-François Revel, liberal francés nada sospechoso de ser un rojo pacifista. Dice Revel en El conocimiento inútil que la democracia es un régimen que "sólo es viable en la verdad y lleva a la catástrofe si los ciudadanos deciden según informaciones falsas". Obviamente, las democracias no son perfectas y los políticos mienten más a menudo de lo recomendable. Pero estas últimas mentiras sobre las armas de Hussein ya han provocado una guerra que no acaba de acabarse y el suicidio de un científico que cometió el error de ser sincero. No es poca cosa.


 
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