El bulto


Triste caso el del bulto en la espalda de Bush, que algunos han identificado con un receptor mediante el cual le iban chivando lo que tenía que decir durante el debate, mientras que otros han asegurado que se trataba simplemente del botón de encendido. Digo que es triste porque en realidad no es que el presidente tenga un bulto en la espalda, sino que a un bulto le salió un presidente. El pobre bulto llevaba una vida tranquila y pacífica en un trastero. Era uno de esos bultos de los que no se sabe si son revistas viejas, maletas agujereadas o camisetas de ir por casa. Hasta que le salió una sonrisa en un lado, si es que los bultos tienen lados. Era una boca llena de dientes, lo menos cincuenta o sesenta, todos blancos y brillantes. Después le fue creciendo poco a poco una mano, que se dedicó a ir estrechando otros bultos, ya que no había más manos cerca. El alboroto llamó la atención de los dueños de la casa, que no dudaron en llevar al bulto al trapero. Los traperos, claro, son médicos de bultos. Como todo buen trapero, éste no se había afeitado en su vida, pero no tenía más que una barbucha de cuatro días, hirsuta y gris. El trapero se quedó mirando el bulto atentamente mientras mordisqueaba un palillo. -Un caso grave -dijo al fin-. Al bulto le está saliendo un político. Y encima, americano. La familia, asustada, preguntó cómo curar aquello. -No hay nada que hacer. En poco tiempo tendrán ustedes un político en el cuarto de los trastos. Sólo pueden retrasar el proceso: no le dejen ni leer periódicos ni escuchar la Cope. Y, sobre todo, que no visite los foros de internet. Ni las páginas porno. El trapero era un buen trapero y tenía razón. En cosa de mes y medio, el bulto ya no era más que un granito en la espalda de un señor con traje gris, corbata sosa y mirada hueca. Este señor tenía acento tejano y aseguraba desde el trastero que todos juntos y con la ayuda de Dios trabajarían para conseguir un país más próspero, un país para todos: (y aquí hacía una pausa) viejos, jóvenes, hombres, mujeres, niños. A veces se escapaba de la habitación y aprovechaba para darle un besito al bebé de la familia. En esas ocasiones, el padre tenía que devolverlo a escobazos al trastero. Después de cada una de esas tundas, el político se sentaba sobre un baúl, junto a una radio que no funcionaba. Entonces cogía un desatascador como si fuera un teléfono y pedía que le pasaran con el Secretario de Defensa, a quien le musitaba algo acerca de una crisis. Un día llamaron a la puerta. Al abrir, el padre de familia se encontró con dos señores encorbatados. Uno de esos hombres tenía un bultito en el hombro. El otro, en la pierna. El del bulto en el hombro sonrió todo lo que pudo. Parecía que los labios se le iban a resquebrajar. No hizo falta más para que el hombre supiera que el bulto, finalmente, había pasado a mejor vida. -Compañero, amigo, muchas gracias por abrirnos la puerta, eso era justamente lo que necesitábamos, lo que más le convenía al país -dijo el hombre del bulto en el hombro, pasando al recibidor sin pedir permiso-. Oh, qué ricura de bebé... ¡muac! Qué bonito. De mayor será un gran hombre. Como su padre. Caballero, concédame el honor de estrecharle la mano. Señora, a sus pies. Usted debe de ser el abuelo. ¿O el hermano mayor del caballero? Ja, ja... Hay que escuchar a los ancianos, poseen toda la sabiduría de una vida llena de experiencias. Permitan que les presente a mi compañero. Es una de las personas más valiosas de mi partido. Su trabajo consiste en darme la razón en todo. No habla, sólo vota en el Congreso. En fin, ya se imaginarán que venimos a por algo que nos pertenece. La mujer señaló la puerta del trastero, de donde salía una voz gangosa que hablaba acerca de la necesidad de permanecer unidos, haciendo especial énfasis en lo calentita que está la gente cuando se une muy de cerca. El hombre del bulto en el hombro abrió la puerta del trastero. -Buenas tardes, señor Bush. -Llámeme señor presidente -contestó el bulto muerto. -Er... Aún no podemos, señor. Precisamente venía a buscarle para comenzar la campaña electoral. -Ah, claro, la campaña. ¿Quién será mi oponente? -Al Gore. -¿Dónde tiene el bulto? -En un costado. -En un costado... Será un trabajo muy duro. Señores -añadió dirigiéndose a la familia-. Ha sido un placer vivir en su trastero. Pero ahora ya estoy preparado y tengo que irme. Debo cumplir un deber para con mis ciudadanos. Gracias, que Dios les bendiga. La familia fue a despedirle a la puerta. No pudieron evitar soltar alguna lágrima cuando quien fuera uno de sus bultos favoritos se metió en el ascensor. -Es una pena -dijo el abuelo-, un bulto tan joven y fuerte. -Ha sido todo tan rápido -añadió el padre-. Al menos, no sufrió.


 
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La infancia de la llave inglesa


Entre junio y septiembre se suele comentar la posibilidad de recortar las vacaciones de los niños. Según algunos, tres meses son demasiados. Por supuesto, no suelen ser los niños quienes desean que les quiten semanas de descanso. Vamos, yo recuerdo que hubiera alargado las vacaciones otros dos o tres mesecillos. Como mínimo. En cuanto a los profesores, me parece justo que por aguantar a los niños de otros reciban a cambio más semanas de descanso. Un posible aumento de sueldo no compensaría. Por regla general, son los padres quienes piden este recorte. Claro, ellos trabajan y si los niños son pequeños, no los pueden dejar solos, con lo que surgen problemas logísticos. Es decir, no encuentran dónde aparcarlos, si es que la abuela falla o no ha habido manera de convencer al crío para que se vaya de campamento. Además, recurrir a una canguro -¿hay canguros macho?- es como aparcar en la zona azul o en un párking: fácil, pero caro. El resto del año, el aparcamiento es más sencillo: en la escuela, en clases de inglés o de guitarra, en los partidos de baloncesto. No creo que los padres odien a sus hijos o les moleste su olor y por eso quieran tenerlos lejos. No descubro nada si digo que el problema es que los dos trabajan porque con los sueldos de hoy en día son pocas las parejas que pueden permitirse el lujo de que uno de los dos se quede en casa sin cobrar. Hay quien piensa que eso lo tendrían que haber pensado antes: si una pareja no puede pagarse un hijo -con tiempo o con dinero-, no debería tenerlo. Sin duda, ser padres es una opción y no una obligación. Como tener un perro. El problema es que la opción siempre es el niño, porque el trabajo es obligatorio, a no ser que uno sea millonario o no le importe dormir debajo de un puente. En todo caso, y como dice John Gray en Postrimerías e inicios, parece claro que las opciones económicas no tienen mucho de opción: siempre se imponen "a costa de las aspiraciones como seres sociales -como padres, amigos, amantes o vecinos". Primero va nuestro trabajo, nuestra condición de herramienta. Condición maquillada: se nos explica que nuestra carrera nos ayuda a realizarnos, a expresarnos, a alcanzar nuestros sueños. Y en realidad lo que hacemos es dejar de lado a amigos, novias, hijos y, por supuesto, sueños. A nosotros mismos, vaya. Total, para convertirnos en llaves inglesas y acabar pensando que las vacaciones de los niños son muy largas, cuando, en lo que se refiere a las vacaciones, nunca es suficiente.


 
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Héroes


Me ayudaría a sentirme catalán que se celebrara una derrota durante la fiesta nacional de este país. Por desgracia no se celebra, sino que se conmemora o, peor, se lamenta. Hay gente que le ve cierta erótica al poder. Yo se la veo al perder. A ser el eterno número dos, a tener que empezar de nuevo y a reírse del dinero que ganan los demás, cuando se lo ganan trabajando y no gracias a la lotería. Por eso no estoy de acuerdo con la castrense opinión de Manuel Fraga, que echa en cara a los catalanes que Rafael Casanova, su héroe nacional, no haya sido fusilado. No es de extrañar que Fraga le recrimine a un político de hace tres siglos que no se haya dejado matar y apenas se conformara con perder su cargo. Al fin y al cabo, el gallego fue ministro de un gobierno presidido por un general golpista. Sin embargo, yo no dejo de verle cierta gracia a un Rafael Casanova que, curado de sus heridas, se dice a sí mismo que otra vez será y vuelve a ejercer de abogado, que de algo hay que comer. Es más, en 1719, cinco años después de la gloriosa derrota, Casanova consiguió que le devolvieran los bienes que le habían sido confiscados. La risita socarrona que se le debió escapar al recibir la noticia de esta devolución fue, sin duda, la risita de un héroe. Héroe, aunque patriota.


 
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Todo por la nada


No sé si el fin justifica los medios. Imagino que depende de los fines y de los medios de los que se trate en cada momento. Lo que sí tengo bastante claro es que el terrorismo no está justificado por ningún fin, por muy elevado que sea. Y además de ser injustificable, no hay atentado que consiga ninguno de los objetivos por los que los terroristas dicen luchar. Un ejemplo: Irlanda. Después de treinta años de bombas y tiros, se firma un acuerdo de paz y Londres concede autonomía al Ulster. Como explica Juan Pablo Fusi en La patria lejana, tras este acuerdo "se vería la tragedia del Ulster, de Irlanda del Norte: la violencia había sido inútil; el Acuerdo de 1998 no suponía cambios esenciales respecto de la situación anterior a 1969-1971". No sólo se quedaron más o menos como estaban, sino que seguramente se retrasó la atención a las demandas de los católicos, que se consideraban (con razón) discriminados. La causa: muchas de estas demandas coincidían con objetivos de los terroristas. Costaba que en Londres respetaran el gaélico porque, de haberlo hecho, podría parecer que se plegaban a las exigencias de los asesinos. Cosa parecida a lo ocurrido con la retirada de las tropas españolas de Iraq. Es decir, en relación con sus objetivos, el terrorismo sólo consigue evitarlos o retrasarlos. Como escribe Francisco Veiga en El Periódico: "Las ofensivas terroristas, sobre todo las indiscriminadas, sólo consiguen vigorizar a los regímenes establecidos". En lo único en lo que los terroristas tienen éxito es en extender su lógica militar a lo que ellos consideran el bando contrario. Controles policiales en Belfast, visados para entrar en Estados Unidos, muros -o vallas, tanto da- en Israel, sospechas no muy justificadas de la policía ante inmigrantes de según qué países. Una lógica militar que muchos gobiernos aplican con entusiasmo y sin tener en cuenta ni los derechos que ponen en riesgo, ni el peligro que supone usar el mismo lenguaje que los terroristas. Fernando Savater explica en La tarea del héroe las características de esta lógica militar que el terrorismo ayuda a perpetuar en los Estados: "Maniqueísmo, simplificación extrema de posturas, ausencia de término medio entre adhesión fervorosa y complicidad, jerarquización autoritaria, situación perpetuamente excepcional que muestra poca delicadeza con los derechos individuales o con las consideraciones éticas suprapartidistas, información restringida o deformada, acumulación ilimitada de armamento e invención progresiva de nuevas técnicas de destrucción, doctrina del 'ojo por ojo', escalada permanente de las acciones de 'castigo', supeditación de los representantes civiles a los especialistas bélicos, insensibilización progresiva ante la brutalidad y la muerte, encomio de los 'valores superiores' que justifican tales violencias ('honor', 'patria', 'revolución', etc.)... El terrorismo ha venido a brindar a ciertos Estados el enemigo interior que necesitaban para el desarrollo y consolidación de la lógica militar". Lo curioso es que el copyright de este texto es de 1982. Con lo que tanto hablar del nuevo orden mundial e igual resulta que simplemente se ha alargado el antiguo, cambiando algunos nombres. Lo que parece evidente es que ni los terroristas conseguirán nada haciendo explotar coches, ni el camino para acabar con el terrorismo es convertir en habitual el estado de excepción.


 
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Ejército olímpico


Al parecer, ha causado cierta sorpresa el hecho de que el Ministerio de Defensa haya decidido patrocinar la selección española de baloncesto en los Juegos Olímpicos de Atenas. No entiendo de qué se extraña nadie, teniendo en cuenta que los partidos de las selecciones nacionales no son más que batallas sublimadas, del mismo modo que los mundiales y los juegos olímpicos son guerras mundiales de juguete. Creo que estaremos de acuerdo en que la Eurocopa ha hecho mucho por evitar una tercera guerra mundial, casi tanto como la propia Unión Europea: mientras los franceses y alemanes se dediquen a marcarse goles, no tendrán la tentación de arrojarse bombas. Así las cosas, y teniendo en cuenta que el Ministerio de Defensa justamente ha de defender a los ciudadanos, es lógico que colabore en esta labor de pacificación. Mientras la selección española sea derrotada solamente en competiciones deportivas, los españoles estarán lo suficientemente entretenidos insultando a los árbitros extranjeros como para descolgar el trabuco del abuelo y dirigirse a la frontera. A cualquiera de ellas. Asimismo, mientras en Cataluña haya quien pierda el tiempo reclamando -incluso consiguiendo- selecciones catalanas, no habrá muchos a los que les queden tiempo y energía para reclamar -incluso conseguir- la independencia.


 
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