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En peor momento
Los gestos son importantísimos en política. Sólo hay que ver la que se armó hace poco cuando Carod se puso sobre la cabeza una corona de espinas, ofendiendo así a los vendedores de souvenirs. O la repercusión de las palabras de Moratinos, que en un una entrevista concedida a El País faltó al respeto a todos los que tienen mal paladar, al asegurar que a él le gusta el burdeos. Es curioso que aún se sigan cometiendo esta clase de errores cuando todavía está presente el recuerdo de lo que le ocurrió a Auguste Dupin, Ministro de Marina francés entre 1960 y 1962. El caso es que durante una dura sesión parlamentaria, Dupin aprovechó un receso para estirar las piernas y tomarse un pastis en el bar de la asamblea. Allí se encontró con el célebre cronista Jacques Jecherche, a quien le comentó que tenía un terrible dolor de pies. Jecherche recogió este comentario en su columna: "Mientras los señores diputados aún discutían acerca de la escolarización infantil, Dupin se tomaba un pastis y se quejaba de lo mal que tenía los pies por culpa de sus zapatos nuevos". El comentario de Dupin no podía llegar en peor momento. Como explicaría su zapatero, el exclusivo François Chaussure, "es indignante que se queje de sus zapatos cosidos a mano por los mejores de mis empleados justo cuando la venta de calzado francés está cayendo en picado por culpa de esas deportivas taiwanesas". Le Radical, bajo el titular "Dupin en contra de la economía francesa", recogió también las palabras de Josef Bouvais, presidente de la asociación de ganaderos: "Sus zapatos estaban hechos con el cuero de vacas francesas. Igual y como es ministro de marina, el señor Dupin prefiere que le traigan las vacas de Estados Unidos". Dupin tuvo que salir del paso y disculparse. En una entrevista concedida a la radio pública francesa, aseguró que aquel día le dolían los pies de caminar, "pero, en todo caso, los zapatos mitigaron ese dolor. No en vano Chaussure ha cosido calzado incluso para el Papa". El titular de Le Parisien fue demoledor: "Dupin ataca al Papa". Como decía el editorial del mismo diario: "Pío XII, ya anciano, tiene que soportar ahora las burlas hacia su calzado por parte de Monsieur Dupin, el amigo de los taiwaneses. El aún Ministro de Marina debería presentar sus disculpas inmediatamente tanto al pontífice como a los católicos de nuestro país". Y lo hizo. En rueda de prensa: "No era mi intención ofender al Papa --aseguró--. Mis zapatos y los suyos son tan dignos como los de cualquier otra persona. Son los zapatos del Papa y del pueblo francés al que yo tanto amo". La referencia al "pueblo" no pudo llegar en peor momento. El Partido Comunista se la tomó como una ironía dirigida expresamente a la Unión Soviética. En plena Guerra Fría, Francia no podía permitirse que La République asegurara en portada que "el ministro ateo desafía a los comunistas, reiterando su apoyo a Taiwan". Dupin tuvo que salir al paso de su nuevo tropiezo diplomático y se reunió con el secretario general del PCF. Al final de esta reunión, el ministro aseguró que sentía el máximo respeto por la Unión Soviética, dado el importante papel que había jugado en la liberación de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. "La Unión Soviética --afirmó-- ayudó a combatir a los nazis, aunque hay que recordar que la amenaza del fascismo siempre la tendremos cerca nuestro". "Nosotros, los fascistas", tituló al día siguiente Le matin, que explicaba que Dupin había asegurado que "siempre estaremos cerca del fascismo". Y fue entonces cuando el señor presidente, Charles de Gaulle, tuvo que llamar a Dupin a su despacho. Jecherche relata este encuentro en su Francia en mi pluma: "Yo no estuve allí --escribe Jecherche--, pero al parecer, cuando Dupin entró en el despacho, De Gaulle ni siquiera levantó la mirada de un informe que supuestamente estaba leyendo. Los más cercanos al presidente sabían que esto era una mala señal. Sobre todo si además, sin ni siquiera saludar, De Gaulle se limitaba a mover la mano para invitar al ya cadáver político a tomar asiento. --Señor Dupin --comenzó De Gaulle, después de siete interminables y silenciosos minutos--, tras sus errores de gestión, me veo obligado a pedirle que dimita. --Pero, señor presidente, se trata de un error... Aquí De Gaulle pronunció una de las cuatrocientas diez frases que le harían famoso y que recojo en el apéndice: --Un error es posible, dos son disculpables, pero más de dos errores son tres errores como mínimo. Dupin no dijo nada. Le temblaba el labio inferior, como a tantos otros cobardes que tanto daño han hecho a nuestra nación. --Además, está esto --el presidente le tendió una foto--. La pretenden publicar mañana. En portada. ¿Se reconoce? --Sí. Soy yo. Con veinte años. En la calle. Parando un taxi. Me pregunto cuándo... --¿Parando un taxi? Bien, esa es su versión, aunque me temo que más de uno la pondrá en duda. --¿Versión? Estoy en la calle. Llovía. Esto debía ser en la boda de Paul. Qué joven salgo. --Según el redactor, esta foto en la que hace el saludo romano es una prueba de su simpatía por el partido nazi. Cosa que lo explicaría todo." El "error de juventud" de Dupin no podía conocerse en peor momento. De Gaulle no se podía permitir un ministro con pasado nazi cuando Francia aún se recuperaba de los estragos de la guerra. Dupin se vio obligado a dimitir, aunque en rueda de prensa intentó excusarse: "Jamás he pertenecido al partido nazi. Es más, colaboré con la resistencia. Pero ya da igual lo que diga. Se trata de una clara campaña en mi contra. No me extrañaría que alguien publicara que comercio con heroína". Dupin sería juzgado un año más tarde por tráfico de estupefacientes. Se le condenó a quince años de prisión. Cumplió diez años de condena y, una vez libre, se retiró con su mujer y sus dos hijas a Niza, donde vivió retirado de la política hasta su muerte, en 1978. Su muerte no pudo llegar en peor momento. Pocos meses antes había fallecido también el zapatero François de Chaussure, arruinado. Le Vespertine tituló: "Muere el ministro nazi causante de la bancarrota de la industria francesa del calzado. Taiwan decreta tres días de luto".
Tres mil metros cuadrados
(Copio un correo electrónico de un amigo, por si os interesa.)
Me llega tarde la tontorrona polémica de los pisos de treinta metros cuadrados que tanto le gustan al que ahora es vuestro gobierno. Has de comprender el retraso: llevo en Oslo más de un año, dedicado por entero a la que es la pasión de mi vida desde hace dos meses y medio: los bolos. El caso es que, como tú bien sabes, esta polémica me toca de cerca, ya que si yo dejé España y me vine a un apartamentito nórdico totalmente decorado en Ikea fue por mis problemas con la vivienda. Con mi vivienda, quiero decir. Me fui, lo sabes, estresado y agobiado de vivir en aquella mansión de Collserola, después de que mi médico --es decir, yo mismo-- me recetara una estancia relajada en un espacio de no más de noventa metros cuadrados. Nadie sabe lo complicado que resulta vivir en una casa tan grande que ni yo mismo sé decirte cuánto medía. Sé que tenía unos cinco o seis pisos, creo que contando el sótano y el desván. La gente se imagina que en un sitio así, la vida es tirando a reposada y que uno es atendido por un servicio respetuoso y que todo es agradable y elegante. Pero no es tan fácil. Recuerdo por ejemplo cuando perdí mis gafas. Vale, tengo tres pares diferentes, pero eso no significa que pueda ir tirándolos por ahí. Jamás las encontré. Y miré en unos doscientos cajones. Le pregunté a Virtudes, porque en mi casa ella lo guardaba todo. Imagino que en la tuya sería tu madre la que lo hacía, pero mi difunta madre siempre delegaba este tipo de tareas en Virtudes. Ella estaba segura de haberlas visto en el estudio del tercer piso, pero ahí sólo encontramos un gato, Mifú, a quien yo creía muerto hacía dos años. Pero es que incluso lo más cotidiano, como ir al baño, podía ser un suplicio. No sabes lo que había que correr para llegar a tiempo en determinadas circunstancias. Y en esa ahora cerrada casa había siete u ocho cuartos de baño, por lo que uno debería suponer que siempre quedaba alguno más o menos cerca. Pues no. Ahora, lo que más rabia me daba era sentarme a leer en la biblioteca y, una vez hundido en el sillón con el libro abierto, darme cuenta de que me había olvidado alguna cosa, no sé, el zumo que estaba bebiendo en la salita. Y de día uno podía avisar a Luis con toda tranquilidad, pero, claro, de noche, como trataba demasiado bien al servicio, me sabía mal ir despertando a la gente. Sí, lo acababa haciendo, pero me sabía mal de todas formas. Luis, perdona, me he dejado el té en mi dormitorio, ¿me lo podrías traer? Y, claro, entre que el pobre hombre, que ya estaba algo mayor, se levantaba, se ponía la bata, venía a ver qué quería y me traía la taza, resultaba que el té ya estaba frío, le tenía que pedir otro y, cuando me lo traía, ya no me apetecía tomar nada. Si sigues sin creerme, recuerda también por qué corté con Rebeca, la pelirroja. Se vino a vivir conmigo y, claro, nos distanciamos. Físicamente, quiero decir. Recuerdo una vez que pasé tres días buscándola y llamándola al móvil, sin éxito. La encontré llorando, acurrucada en el desván --donde no hay cobertura--, deshidratada y muerta de hambre. Para cortar me envió un correo electrónico: "Disculpa que sea tan fría --me escribió--, pero es que el piso en el que me crié tenía tres habitaciones y desde donde estoy veo la puerta de la calle. No quiero renunciar a esta última seguridad". No sé exactamente desde dónde escribía. Luis y yo estuvimos estudiando los planos de la casa y llegamos a la conclusión de que en realidad Rebeca salió de casa por la puerta de la cocina y envió el mail desde el microondas. En cambio, mi piso de Oslo me lo he aprendido ya de memoria sin ayuda de planos. Por cierto, el otro día hice 270 puntos. No está mal, ¿no? Me gusta esto de los bolos. Más o menos supone hacerle caso a mi otro médico --el que no soy yo y, por tanto, es menos de fiar--, que me dijo que me hacía falta algo de ejercicio. Incluso he perdido peso, aunque sigo por encima de los cien kilos, no te alarmes, no me estoy muriendo ni nada. Ya en Barcelona intenté poner en práctica los consejos de este doctor cuyo segundo apellido imagino que es Mengele. Me hice instalar un gimnasio en el sótano. Problema: muchas veces llegaba tan cansado del paseo que tenía que dejarlo correr. Y, claro, una caminata de quince minutos desde mi habitación al gimnasio puede ser un buen ejercicio si tienes noventa y cinco años y hay días en los que incluso recuerdas cómo te llamas, pero se supone que yo tenía que hacer algo más aparte de resoplar, protestar y comprarme una silla de ruedas para facilitar los desplazamientos. En fin, que necesito recuperarme del estrés acumulado tras tanto tiempo viviendo en tanto espacio. Por cierto, imagino que éste es el motivo de que engordara: intentaba ocupar el máximo espacio posible para que esa casa no me ninguneara con sus altos y techos, que parecían empeñados en despreciarme. En todo caso, cuando me recupere y vuelva a Barcelona, ten claro que me iré a vivir a uno de esos pisos de treinta metros cuadrados. Al menos ahí lo tendré todo a mano. Lo que no sé es dónde instalar a Luis, a Virtudes y al resto del servicio. Ya veremos.
Saludos,
Salva
Discurso del presidente del gobierno en el Parlamento durante el debate sobre el estado de la cosa
Señoras y señores diputados y diputadas. Apreciado público invitado. Estimados periodistas. Querido señor sospechoso con un bulto que hace tic tac bajo la gabardina. Antes de nada, quiero agradecerle al señor juez que me haya concedido la libertad condicional y a mi partido que no me haya expulsado. Aunque he de decir que, a pesar de que acaté la sentencia y de que no hay retroactividad que valga, pienso seguir adelante con la despenalización de los tiroteos en los casinos. Por una cuestión de principios y a pesar de las injustas críticas que me estoy ganando. (Aplausos y abucheos) Pero éste no será el tema de mi intervención, ya que el debate de hoy está pensado para pasar revista a un gobierno que, aunque me esté mal decirlo, está demostrando ser más que efectivo. Diría que incluso brillante. (Aplausos y abucheos) Tal y como se anunciaba en el programa electoral (se oye un grito: ¡Mentiroso!), ya hemos prohibido las carreras callejeras de pastores alemanes y la venta de pollitos en el Parque del Retiro. Seguimos avanzando con paso firme y seguro en la construcción europea, gracias a la cadena de chiringuitos playeros públicos instalados por toda la costa mediterránea bajo el eslogan "La salmonella es europea". También hemos solucionado el problema de la inmigración, borrando España de los mapas oficiales. Gracias a esta sagaz y valiente decisión, los inmigrantes no saben dónde encontrarnos y acaban en Portugal, en Italia o en Francia. (Se oye un grito: ¿Te avergüenzas de España? Abucheos y pataletas.) ¿Y qué decir de la televisión pública, convertida finalmente en púbica, es decir, en un canal porno, que era lo que demandaba el interés general? Sobre este tema, a los españoles sólo les tengo que decir una cosa: de nada. Sí, de nada. Porque al móvil no hacen más que llegarme mensajes agradeciéndome este gesto innovador y necesario. (Aplausos de todos los diputados. Ovación cerrada y sincera de casi tres minutos.) Sin duda y a pesar de todo esto, sigue habiendo un problema que preocupa enormemente a la ciudadanía y que lleva años siendo objeto de intensos debates en la prensa y en los bares: ¿Acaso no es Naranjito la mejor mascota de acontecimientos deportivos internacionales jamás creada? Este gobierno cree que sí. (Aplausos.) Firmemente. Con convicción. Con seguridad. Con aplomo. España ha exportado muchas cosas buenas: el Chupa-Chups, la aceituna rellena, la fregona. Pero nada supera ni superará a Naranjito. (Aplausos; se oye un grito: Y Fernando Alonso, ¿qué? Otro grito: ¿Y el Real Madrid?) Por eso, este gobierno elevará a la Onu la petición de que Naranjito sea considerado patrimonio de la humanidad. Y exigirá con resolución que se construyan monumentos a Naranjito en todas las capitales de Europa. Más: también propondrá que los mundiales y olimpiadas que están por venir usen a Naranjito como única mascota. Porque no tiene sentido utilizar productos mediocres cuando se tiene lo mejor al alcance de la mano. Y es que Naranjito es el símbolo de la civilización occidental. El ejemplo de hasta dónde nos pueden llevar la cultura y la civilización. Un acicate a la investigación, al desarrollo, a la paz, a la práctica desenfadada del sexo en grupo. Un freno a las injusticias, a la mediocridad, al odio. Y todo esto lo llevaremos a cabo a pesar de los ladridos de la oposición (abucheos). Señoras y señores diputados y diputadas de la oposición, no es culpa mía si ustedes escogieron en su último congreso a un caniche como secretario general. (El excelentísimo señor diputado Chispas salta sobre sus cuatro patas pidiendo la palabra por alusiones; el presidente del Parlamento se la niega y le pide que espere su turno; añade que si se porta bien le dará una galletita.) Esto les pasa por primar la simpatía y la fotogenia sobre la aptitud. Aunque hay que reconocer que su señoría el señor Chispas es una monada. Siguiendo con Naranjito, el gobierno cree que hay que decir basta a Cobi, a Atmos, a Footie, a Striker, a Olli, a Millye. Basta, digo. Porque por y para Naranjito no valen ni medias tintas, ni equidistancias, ni vergüenza ninguna. Orgullo, señoras y señores diputados y diputadas. Orgullo y convicción. Muchas gracias y pasen ustedes una feliz navidad y un próspero año nuevo.
Prohibido tener hijos
Los alcaldes de pueblos pequeños suelen proporcionar material para la polémica y el debate. Acostumbran a ser más brutos que un columnista de derechas y además cuando hablan con un periodista actúan como si estuvieran en el casino del pueblo, con lo que las sueltan sin pensar, en lugar de hacer como el resto de políticos, que simplemente no piensan y sueltan lo que les digan, que para eso cobran. El caso de Xavier Cantalapedra, alcalde independiente de Sesrovires, ha pasado inadvertido por culpa de los sonoros rebuznos del alcalde de Pontons, pero creo necesario recordar sus palabras, que han causado no poca polémica en la comarca tarragonesa de Virgínia del Sud. Cantalapedra dijo lo siguiente en declaraciones a Cadena 9: "No pienso permitir que ninguno de los vecinos del pueblo tenga hijos. Este es un pueblo pequeño y los críos arman mucha escandalera y huelen mal. Además, no me gusta que los vecinos traigan desconocidos al pueblo. Y menos tan jóvenes". El alcalde añadió que sabe de lo que habla: "Yo tuve un hijo una vez. Menudo calvario. Lo tuve que echar de casa a perdigonadas cuando cumplió los cuarenta y dos. Suerte del trabuco del abuelo, que tanto servicio le dio durante la última guerra carlista". De todas formas, se duda del alcance de las palabras del alcalde, ya que la mujer más joven del pueblo ha cumplido los sesenta y tres, aunque sí que hay un varón de apenas 38 años. Un sueco que vive con su perro en una masía sin agua y sin luz. Asegura que la está reformando, pero la casa no parece haberse dado por aludida. Con independencia de sus edades y de su fertilidad, lo cierto es que los vecinos se encuentran divididos por las declaraciones del alcalde. Por ejemplo, Josepa Masnou, de setenta y siete años, asegura que "los chicos dan mucha vida y alegría. Especialmente, los mulatos cubanos de veintitantos. Vaya críos. Y menudo verano pasé en el 93, Mare de Déu Senyor". En cambio, su marido la miraba pensativo y moderadamente contrariado, como intentando sacar algo en claro de las palabras de su señora, en una nueva muestra del carácter reflexivo e introvertido de los catalanes. Cabe recordar que el alcalde de Sesrovires ya llamó la atención de la prensa hace tres años, al declarar que si la gente de Bailén 22 tenía problemas con el ayuntamiento barcelonés, "Sesrovires no tiene inconveniente en ceder un amplio local a los empresarios de tan útil negocio".
Lo único que quiero es defenderme
Vengo de hacer el cortadito de la mañana con los compañeros de trabajo y me he sentido muy amenazado en el bar porque un señor me miraba como así, y me daba cosa porque digo este tío no me mola nada. Al pasar por su lado he agarrado bien la cartera (la mía) y he lamentado que Pasqual Maragall no se pareciera más a Jeb Bush, porque en tal caso podría haber sacado una pistola y haberle reventado la cabeza a ese señor. Y luego, una vez muerto, yo sería quien le miraría como así y le diría ¿ahora, qué? ¿Eh? ¿Ahora, qué? Listo, que eres un listo. Y es que en Florida y gracias a Don Jeb los señores y las señoras tendrán derecho a defenderse a tiros por la calle, en caso de que necesiten defenderse a tiros. Cosa que está muy bien, ya que defenderse a tiros es más eficaz que defenderse a escupitajos, a no ser que uno escupa muy fuerte, que también puede darse el caso. Será como en el San Andreas. Uno va por la calle con su pistola y a la que alguien le amenaza --un policía, por ejemplo-- le vuela la cabeza. Pongamos otro ejemplo: un señor... No, pongamos una señora, por eso de la paridad, que el del bar ya era un hombre. Pongamos una señora que está aparcando... No, esto suena machista, volvamos al señor. Un señor está aparcando y el muy inútil va tan despistado que amenaza con rayar tu coche, que está justo al lado. Pues nada. Sacas la pistola y tampoco le vas a matar, pero le pegas un tiro en la rueda para asegurarte de que frena en seco antes de tocarte el coche, que hay mucho listo suelto. Y si vas a comprar, puede ser que el de la tienda te diga "no sé si tengo cambio", con lo cual te está amenazando con la posibilidad de no devolverte tu dinero, cosa que es claramente un robo. En este caso, un disparo entre ceja y ceja serviría a modo de advertencia. Ah, pero ya me parece oír los lamentos de los progres. Que si parecerá el far west, que si las armas de fuego matan, que si tal, que si cual. Siempre con sus exageraciones. En Suiza y en Canadá hay proporcionalmente tantas armas como en Estados Unidos y no pasa nada. La cantidad de armas no guarda relación con la cantidad de delitos. Mientras marcas el número de la policía, te han matado y violado tres veces. Las pistolas no matan, matan las personas. Incluso hay estudios que demuestran que lo que mata es la humedad. Que hay que explicarlo todo. Además, los inocentes no tienen nada que temer, dados los avances médicos y lo poco que tardan en llegar las ambulancias. Por cierto, estas quejas de los políticamente correctos equivale a decir: "Si todo el mundo tiene licencia para disparar por las calles, acabaremos sumidos en un caos sangriento". Y esto es claramente una amenaza. Por tanto, ¿a qué esperan los ciudadanos honrados para reventar las cabezas de los izquierdistas bienpensantes en lo que no sería más que un acto de legítima defensa?