Se lo tendría que haber dicho a esa señora que he visto en el metro, escogiendo un par de discos de la manta: ¿cómo se puede ser tan miserable como para regatear a la hora de comprar compactos pirata a tres euros?
Ahora resulta que hay que cargar contra los coreanos por
comer perro. También comen esta carne en Vietnam, China y otros países asiáticos, pero como llega el Mundial (el de fútbol, claro, ¿acaso hay otros?), el objetivo es ese país que antes de 1988 ya tuvo que reducir el número de restaurantes con especialidades caninas para quedar bien con vistas a los Juegos Olímpicos.
Al parecer, comerse al mejor amigo del hombre es una animalada: "grotesco", dice la en estos casos ineludible Brigitte Bardot. No lo es comer conejo, a pesar de lo que digan los australianos -que ven al conejito como a un simpático compañero-; ni zamparse un buen filete de caballo, como se hace en Francia; ni lo es tampoco comerse una cazuelita de caracoles, ni devorar esos insectos de mar a los que llaman marisco. Es decir, roer la insípida carne de un bicho rosa lleno de patas y al que parece que hayan matado con Raid es un lujo, pero comerse a un chucho regordete y rebosante de sabrosa carne roja es un crimen.
Además está la excusa de los malos tratos: los coreanos sacrifican a los perros a golpes porque, según dicen, esto aumenta la virilidad de los hombres que comen su carne. Sí, he dicho excusa: lo que molesta realmente es que sea un perro y no un pollo, que, cómo no, fue creado para ser rebozado (o cocinado a la plancha). Algo parecido ocurre con el estúpido y bochornoso espectáculo taurino.
Y es que nos llevamos las manos a la cabeza porque torturan a toros y perros (cosa absurda, sin duda), pero olvidamos, por ejemplo, a vacas y cerdos enclaustrados y sin poder moverse, para engordar más y más deprisa. Y a las gallinas que pasan el día bajo una luz tenue que imita a la del amanecer, para que así pongan más huevos.
Es aquello de la paja en el ojo ajeno: antes de criticar a los coreanos por matar a golpes a su perrito para después cocinarlo, igual deberíamos tener en cuenta la cantidad de platos repugnantes que ingerimos con una sonrisa en la boca, olvidando además a lo que han sido sometidos esos pobres bichos durante toda su vida.
Y en algún sitio hay que poner la frontera: los primates somos omnívoros y apreciamos y necesitamos las proteínas de la carne animal, ya sea de insectos o de grandes mamíferos. Y aunque esté mal visto zamparse un buen filete (curiosamente no se ve tan mal devorar una merlucilla).
Me preocupa especialmente Bardot, quien temo que acabe como aquellos ultravegetarianos que imagina G. K. Chesterton en la introducción a
The Napoleon of Notting Hill. De pensar en los derechos de los animales pasan a hablar de "la verde sangre de los animales silenciosos" y a limitarse a lamer sal. Hasta que alguien se pregunta por qué debe sufrir la pobre sal. En ese punto concluye la historia de este concienciado grupo.
Jaime, 22 de mayo de 2002, 21:40:29 CEST
Chiringuitos
La
Comisión Nacional del Mercado de Valores se preocupa por quienes piensan en cometer la insensatez de invertir en bolsa y ha publicado, tanto en papel como en su web, una
Guía de los chiringuitos financieros. Vamos, algo así como uno de estos folletos que cada cierto tiempo reparten en el metro, advirtiendo de carteristas y descuideros.
El texto de la guía sirve para bien poco. Recomienda confirmar que la agencia de valores esté registrada en la CNMV. Pero, claro, Gescartera, por ejemplo, tenía los papeles en regla. También aconseja desconfiar de métodos como llamadas telefónicas imprevistas, correos electrónicos no solicitados, ofertas demasiado buenas para ser ciertas... Es decir, en realidad se nos dice que no hay que fiarse de los métodos usados por las más solventes entidades (aquí me ahorro los enlaces).
Pero, ah, cuando llegamos a las impagables ilustraciones. Sin duda ahí la CNMV ha acertado de pleno: nos ofrece retratos robot que nos permitirían identificar el mal en cualquier circunstancia. En esas certeras páginas, que me he permitido desgajar del original, reconocemos
los productos financieros sopechosos, a los (o las, claro)
comerciales sin escrúpulos, al
malvado mafioso que roba el dinero de ingenuos y avariciosos inversores y, por encima de todos (y éste del lado de los buenos), al
aguerrido auditor de la CNMV, a las órdenes (de compra y venta) de su majestad el Íbex. Con información tan cuidada y elaborada da gusto.
Conclusión: quien tenga la suerte de disponer de dinero, que se lo gaste, que gastar es bueno, pero que deje las inversiones a los ludópatas demasiado pusilánimes y con demasiados remordimientos como para ir al casino.
Ah, si yo tuviera dinero para
invertir.
Jaime, 20 de mayo de 2002, 15:05:41 CEST
Notas sobre civismo (y 1)
Está muy feo acelerar cuando hay peatones cruzando.