junio 2025 | ||||||
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abril |
El sudor de mi frente
El trabajo es un castigo divino, como bien se puede leer en el Génesis. Por desgracia, vivimos en tiempos en los que se presta poca atención a los textos sagrados. De hecho, hace ya unos cuantos siglos que se dejó de creer que el trabajo era propio de esclavos. Por desgracia y por culpa del luteranismo, incluso se comenzó a ver con buenos ojos que la gente perdiera los mejores años de su vida trabajando. Entiendo que, tal y como está constituida la sociedad, no sobreviviríamos mucho tiempo si todos dejáramos de trabajar. Pero no creo que el trabajo se pueda ver como algo edificante y no como una pérdida de tiempo. Es, como mucho, un mal necesario. Y, a veces, algo peor: fueron los nazis quienes defendieron con más ímpetu el espíritu laboral con aquella famosa frase que decía "el trabajo os hará libres". Sólo esto ya debería haber dejado claro a todo el mundo que trabajar no puede ser muy bueno. Siguiendo con la frasecita de los campos de concentración, si hay algo que nos puede hacer libres es la lotería. Porque, al fin y al cabo, se trata de eso, de dinero. Nadie, o casi nadie, trabajaría gratis. De acuerdo, es cierto que hay millonarios que en lugar de retirarse a disfrutar siguen martirizándose y, lo que es peor, martirizando a sus empleados. Es incluso posible que haya gente a quien le guste trabajar. Pero, la verdad, yo creo que hay aún más personas que prefieren estar de vacaciones. Tampoco quiero hablar mal del dinero. Está claro que tiene mala fama, sobre todo entre los que no tenemos un duro. Pero creo sinceramente que el dinero viene a ser como la democracia: el sistema de pago menos malo del que disponemos. Del mismo modo que la democracia es mejor que cualquier dictadura, prefiero pagar con euros a recuperar el trueque. Total, que tengo que seguir comprando lotería. Nunca se sabe, igual me toca. Vaya, tengo más posibilidades de ganar la lotería que de que alguien me pague un sueldo por ir al cine o por leer. En fin, disculpad este lamento. Es que tengo que pagar el seguro del coche.
El horóscopo a veces acierta
Los textos de los horóscopos que podemos leer en los diarios no suelen ser más que frases estereotipadas con las que los redactores van jugando. Buen día para nuevos proyectos laborales, procure no viajar, posibles discusiones con la pareja, todos los hijos de puta de este signo (tauro) serán acuchillados. En fin, lo típico. Vaguedades con las que cualquiera se puede sentir identificado y con las que a veces es fácil acertar. ¿Quién no ha pasado por preocupaciones económicas o ha discutido con la familia, por ejemplo? Por eso en ocasiones lo que se lee acaba ocurriendo. En definitiva, que yo ya he llamado, para despedirme, a mis amigos y familiares nacidos entre el 20 de abril y el 21 de mayo, por si a alguno de ellos hoy le toca morir a manos de algún loco armado con un cuchillo jamonero. No creo que mueran todos, del mismo modo que no a todos los cáncer nos irá bien el día, pero alguno cae, seguro.
Las primeras decepciones
Tanto las leyes como las asociaciones de consumidores intentan proteger a los niños de la publicidad engañosa. El argumento es que éstos aún no tienen formado el suficiente criterio para distinguir lo que es real de lo que son sólo fuegos artificiales. Se pretende así evitar que crean que las ciudades de Lego se construyen solas, que los aviones de juguete vuelan de verdad o que Barbie canta y baila. Porque luego los Reyes Magos -o quien sea- les traen esos juguetes y, al sacarlos de las cajas, viene el desengaño. Supongo que estas medidas protectoras son útiles y adecuadas, sobre todo teniendo en cuenta que los niños a menudo ven la tele sin compañía de adultos. Pero veo cierto riesgo. Y es que, si acostumbramos a los niños a una publicidad fiel a la realidad, a lo mejor y ya de mayores, estos chicos creen que el Fairy disuelve la grasa por arte de magia, que las compresas proporcionan una alegría y un bienestar absolutos, que los postres Pascual son tan buenos como los yogures de verdad y que, a fin de cuentas, no se puede lavar más blanco. Así las cosas, a lo mejor no está de más que los niños aprendan cuanto antes que la pegatina que dice aquello de "anunciado en televisión" no es una garantía, sino más bien todo lo contrario. Aunque sea a costa de alguna decepción.
Mortadela
Mi padre disfruta desde hace unos meses de una merecida jubilación anticipada. Entre otras cosas, esto ha supuesto que se implique más en las tareas del hogar, con cierta comprensible torpeza y para asombro mío y de mi madre. Ya sólo falta que mi hermana haga la cama para que nuestra casa sea como la de la pradera, poco más o menos. El caso es que hoy mi padre ha ido de compras. Leche, zumo, pan, lo normal, vaya. Pero también ha traído un queso que no sabía a casi nada -bueno, quizás un poco a goma-. Y yogures naturales azucarados, a pesar de que soy el único que toma yogures naturales y ya debería saber que no me gustan nada los azucarados. Pero lo peor ha sido la mortadela -sí, mortadela- con aceitunas -sí, con aceitunas-. Yo ni siquiera sabía que existiera eso. Al menos, espero que alguien se la coma bien pronto. Sea quien sea. Porque no sé durante cuánto tiempo podré ir abriendo la nevera para encontrarme allí esas lonchas rosas y verdes sin que me dé un ataque o un algo. Sí, vale, ya estoy viendo a ese lector amante de los bocadillos de mortadela montando en cólera por mi desprecio al tan digno embutido. Ningún problema, que pase a buscarlo que se lo regalo aunque no sea mío. Para él. Para su nevera. Hala.
El coche fantástico
Desde que los Mossos d'Esquadra han decidido hacer públicos los casos de animales al volante, en pocos días hemos sabido de tres bestias a las que fotografiaron cuando conducían a más de 200 kilómetros por hora. El último récord es el de un cochecito que ha alcanzado los 243 en una excelente y cara autopista catalana, por la que, por cierto, yo conduzco a menudo. Sólo que llevo una cafetera que apenas tiene quince años -una jovencita- y que a veces -cuesta abajo y con viento a favor- alcanza los 150 kilómetros por hora. Entre quejas y lamentos, eso sí. Pero no quería hablar de mí. Ni del récordman. Sino del motorista que en una carretera comarcal del tres al cuarto se puso hace pocos días a 236 kilómetros por hora. El caso es que el muchacho ha dado la (simiesca) cara, más bien la jeta, y se ha dejado entrevistar por El Periódico. El angelito quiere dejar claro que no es "un suicida", aunque se olvida de que el problema no es que podría haberse matado, sino que podría haber matado a otros. Pero a ver quién se lo explica. El tal David Camí también asegura que no se ha "comprado una moto de 1.000cc para pasear". Esperemos que no se compre una pistola, porque, joder, uno no se compra una magnum para practicar tiro al blanco en Montjuïc. Para rematar la faena, el muchacho, encima, se queja: "¿Dónde podemos ir a correr los motoristas? Montmeló se ha convertido en un circuito sólo apto para millonarios. Muchos moteros no nos podemos permitir los precios que piden". Aunque, la verdad, en esto último no puedo más que darle la razón y solidarizarme con él. A mí las motos no me gustan, pero sí que es cierto que yo tampoco puedo permitirme muchas cosas y eso jode. No puedo pagar la ropa de Antonio Miró o de Giorgio Armani, por ejemplo. Y no es justo que esas prendas sólo sean aptas para millonarios. Muchos no nos podemos permitir los precios que piden ni en rebajas. En definitiva, que voy a tener que robar, porque, se pongan como se pongan, pienso lucir esa ropa.