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abril |
La izquierda y el dinero
Alfonso Ussía publica hoy un articulito en el que recoge y defiende ese tópico según el cual si uno tiene dinero no puede ser de izquierdas. Ussía viene a decir que cobrar nueve millones de euros anuales, como Javier Sardá, deslegitima toda idea izquierdista. Hombre, la verdad, cobrar nueve millones de euros cada año y defender la dictadura del proletariado no es algo muy lógico, a pesar de la buena posición social de la que disfrutaba el propio Marx. Pero no se trata aquí de llamar a la revolución. Lo que yo no veo es la incompatibilidad entre tener dinero y defender una socialdemocracia a la sueca o a la alemana; entre ser millonario y defender la necesidad de mantener un tejido de servicios públicos que aseguren el acceso de los ciudadanos a la educación, a la vivienda, a la sanidad y al trabajo; entre conducir un descapotable y opinar que tenemos ciertos derechos y libertades. Por ejemplo. De todas formas, me ofrezco al señor Ussía como conejillo de indias para un experimento sociopolítico. Yo me considero de izquierdas. Incluso estuve -¡horror!- en contra de la guerra. Es más, estoy en contra de las guerras, en plural. Qué indecencia. De hecho -y esto rematará al pobre Ussía- soy republicano y -atención- opino que Tamayo es un corrupto. Soy, pues, el sujeto perfecto para la prueba que tengo pensada. Lo que le propongo al articulista es que ingrese en mi escuálida cuenta corriente una cantidad indecorosa de dinero y que me deje disfrutar del lujo y, sobre todo, de ese placer que supone ir de compras y no mirar los precios antes de pasar por caja. Al cabo de un año podríamos examinar la evolución de mis ideas políticas y ver si sigo pensando más o menos lo mismo, o si ya he decidido alistarme a las filas de esos supuestos liberales que creen que el liberalismo consiste en no pagar impuestos que mantengan a grises burócratas. También habrá que ver si ya me he pasado a defender la privatización de escuelas y hospitales, para que cada uno se pague lo suyo, y el que no pueda, que acuda a la beneficencia. O si ya opino que los sociatas no son más que unos chorizos que robaron porque no habían visto un duro en su vida antes de llegar a ministros, y no como Rodrigo Rato, un empresario y un señor, o como Esperanza Aguirre, esa mujer culta y elegante. Al mismo tiempo, y si le apetece, Ussía podría pasar unos meses con un presupuesto algo más ajustadito de lo normal. No digo que lo dejemos tirado en la calle, simplemente bastaría con que trabajara un poco. Y nada de trajes italianos. Un mono azul de electricista o de fontanero; en su defecto, un chándal. Y que se olvide de los restaurantes caros, de las casas con cuatro baños (un pisito de dos habitaciones y va que chuta) y de los desayunos continentales (un cortado y un croissant en el bar de la esquina, como mucho). Ah, y que coja el metro. A lo mejor, siguiendo la misma línea de razonamiento del propio columnista, después de la experiencia se transforma en un furibundo enemigo de la globalización y le vemos tirando huevos a las sedes del Partido Popular. En definitiva, me ofrezco para poner a prueba esa tesis según la cual cuando alguien de izquierdas tiene mucho dinero se convierte, por fuerza, en Alfonso Ussía. Aunque intente disimular, como parece que hacen los rojos ricos. Eso sí, sea cual sea el resultado, pongo como condición quedarme con los millones y seguir votando a quien me dé la gana. Con su permiso y si no es molestia.
Buenos días
Cada dos o tres meses uno puede leer en algún periódico una carta al director, a veces un artículo, en el que el autor se lamenta de que en las grandes ciudades no nos saludemos por la calle, como se hacía y se hace aún en los pueblos. Por regla general, el autor acostumbra a opinar que esos buenos días que se dan por las mañanas en las calles de las pequeñas poblaciones alegran el carácter, y que el hecho de que en las ciudades vayamos a la nuestra, a veces incluso con auriculares o, peor, hablando por el móvil, es un claro síntoma de que nuestra sociedad está enferma. No se tiene en cuenta que en las ciudades sí que saludamos, pero no a todos, sino a quienes conocemos. Como hacen también en los pueblos: saludar a quienes conocen. Claro que allí son menos y se conocen todos. La cosa, en definitiva, no tiene mucho mérito. Pero da lo mismo, pongamos que la propuesta es razonable. Que deberíamos saludarnos también en las ciudades. Todos. O sea, salir de casa y no conformarse con el vecino que uno se encuentra en el portal, con el quiosquero y con ese ex compañero de clase con el que te cruzas de vez en cuando. No, hay que saludar a todos. A esa señora que pasea al perro, a ese anciano que sale a comprar el pan, a esos niños que juegan a fútbol, a esas señoras que van al Corte Inglés, a ese tipo que sale del bar, a las cuarenta personas que viajan apretujadas en el vagón de metro. A todos. Sí, supongamos que es saludable decir buenos días o buenas tardes doscientas o trescientas veces al día a gente a la que a lo mejor no volveremos a ver en nuestra vida. Que eso nos alegrará, nos animará, por qué no, igual es cierto. En todo caso, y después de darles la razón a todos esos que tanto se quejan, lo que no entiendo es que ellos no prediquen con el ejemplo y salgan a la calle deseándole buenos días a todo el mundo. Porque yo sólo les veo quejándose de que los buenos modales se han perdido y de que en las escuelas deberían enseñar más civismo. Y al final lo único que hacen es escribir cartas a los diarios. Como si saludar fuera tan difícil.
Robar libros
A Stanilas Gosse le ha caído una multa de 6.000 euros por robar un millar de libros de la biblioteca del monasterio del monte Saint-Odile. Esta condena se considera simbólica, ya que Gosse no tendrá que pasar por prisión a pesar del valor de los libros robados. El juez ha considerado que no robaba con ánimo de vender los volúmenes, sino sólo por amor a los tomos en cuestión. El caso es bastante significativo, porque es otra prueba de que los ladrones de libros están bien vistos. Si uno roba un reloj de oro sin ánimo de venderlo, simplemente para lucirlo, no se le considera más que un choricete. Con ínfulas de dandy, pero choricete. En cambio, un tipo que roba un libro con la intención de disfrutarlo es un alma elevada. Es más, es habitual que los ladrones de relojes se avergüencen, mientras que todos hemos oído cómo algún conocido explicaba con cierto orgullo historias de antes de que en las librerías hubiera alarmas. Lo más típico es escucharle contar cómo robó una novela en una librería de viejo de París. Conozco como unas quince versiones de esa anécdota. Es como si los que no llegaron a tiempo al mayo del 68 se hubieran dedicado a saquear las librerías parisinas. Reconozco, eso sí, que hay diferencias entre un ladrón de novelas y un afanador de relojes. Lo que me molesta es que quienes piensan en la familia hambrienta de los relojeros (o de los vendedores de electrodomésticos, o de la señora a la que le roban el bolso) no recuerden que el librero al que le están privando de vender, por ejemplo, Madame Bovary también tiene que pagar la hipoteca, la luz, el gas, los pantalones, el almuerzo y, quizás, la ortodoncia de sus hijos. Es más, tal y como está el negocio editorial, no me extrañaría que lo pasara peor un librero al que le quitan un par de novelas que un joyero que se queda sin un par de anillos. Por tanto, si alguien tiene que robar para leer, empresa que algunos creen casi tan noble como robar para comer, que birle un reloj o una gargantilla y que luego venda lo sustraído para poder pagarse el vicio de los libros. Un poco de criterio, por favor.
Hablar del tiempo
BTV estrena programa, El temps del Picó, dirigido y presentado, como el propio título indica, por Alfred Rodríguez Picó. La cosa consiste en media horita semanal hablando del tiempo: predicciones, preguntas de los espectadores, explicaciones de fenómenos meteorológicos. Y es que la meteorología es un gran tema. Se puede hablar del tiempo durante horas. Cuando uno no sabe qué decir, siempre puede recurrir a comentar el calor, el frío, el bochorno o la lluvia que hace. En consecuencia, si las cadenas de televisión tienen ratitos libres que no saben como llenar, es normal que acaben, también, hablando del tiempo. Así pues, la televisión se convertirá durante media hora en un gran ascensor. Hace calor, ¿eh? Sí, y eso que todavía no es verano. Pues dicen que va a llover. No me extrañaría: por el Tibidabo se veían unas nubes muy negras. ¿A qué piso va?
Un peligro
Al parecer resulta que no es tan peligroso conducir borracho y en sentido contrario. Eso es lo que ha dicho un juez, que ha absuelto a un motorista que circulaba por una carretera de Sant Joan Despí en dirección contraria y con cuatro veces más alcohol en la sangre de lo que está permitido. Según el juez, esa manera de conducir no suponía "un indudable e importante riesgo". Total, los coches que pudieran ir por el mismo carril siempre podían apartarse. El magistrado acepta además la excusa del motorista, que explica que se equivocó al coger la calle. Lo que no parece tener en cuenta es que igual se equivocó justamente porque iba borracho. En todo caso, me gustaría saber qué considera el juez que es un "riesgo indudable". Quizás conducir con los ojos vendados, o llevando de copiloto a un mono con una ballesta, como en el anuncio. O igual, ni eso.