mayo 2025 | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
dom | lun | mar | mié | jue | vie | sáb |
1 | 2 | 3 | ||||
4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 |
11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 |
18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 |
25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 |
abril |
Comparativa
Han llegado a mis manos dos de los últimos modelos de Timorola y Tontia, el 250i y el 3340. Ambos ligeros y de diseño agradable, con prestaciones y servicios semejantes, en especial la gran pantalla que permite navegar por internet si estás en el metro o en el lavabo y necesitas urgentemente borrar el spam que no deja de llegarte al buzón de entrada. El Timorola 250i que he probado es la versión Emerald Treasures of Ireland, también conocido como Tim O’Rola. Destacan los tonos verdes y el trébol sustituyendo al número cinco. Incluye una mini petaca de Jameson en la práctica funda. El Tontia es el modelo de serie, que se puede obtener en rojo, verde, rojo oscuro, verde claro, rojo burdeos, verde botella, rojo casi naranja, verde caqui, rojo casi rosa, fucsia, violeta y lila. La primera diferencia que encontramos es la del peso. Si bien ambos tienen un tamaño similar (14,5 por 7 y 15 por 6,5), el Tim O’Rola pesa diecisiete gramos más, una clara desventaja explicada por una batería de litio ultrasens que proporciona dos horas más de batería en reposo y siete minutos en conversación, siempre que no se grite. Eso sí, tanto la pantalla como la cámara del Tontia disponen de una mayor resolución, aunque a efectos prácticos, las cuatro pulgadas y los 1,2 megapíxeles del Tim O’Rola son más que suficientes para navegar y sacar fotos de gatos. Una pena que entre los 65.000 colores no incluya el siempre práctico azul. La memoria de ambos aparatos, 128 mb, se revela escasa y es imprescindible hacerse con una nada económica tarjeta para ampliarla con el objeto de no dejarlos olvidados en la mesa de una cafetería. Por aquello de la memoria. Ja. Ojo: el Tontia no es compatible con los siempre prácticos formatos de vídeo *.IMB y *.EC, ni con los archivos de audio *.IL, cosa que supone una clara desventaja. En cuanto a los teclados, ambos son de tacto agradable y fácil manejo, aunque tardé dos segundos menos en escribir el sms "dnde stas xurri?" con el Tim O’Rola. Y es que el Tontia pincha un poco. Eso sí, el menú de navegación de este último es claramente superior, aunque se echa en falta una mayor capacidad de configuración, al menos por lo que se refiere al cambio de tensión dual ergonómico asimétrico de triple banda, aspecto siempre siempre práctico cuando uno está de viaje o simplemente borracho. Incluye cuatro juegos, uno más que su rival, aunque el Tim O’Rola tiene el Tetris. Por cierto, el Tim O’Rola presenta un poco importante pero para algunos molesto defecto de fábrica: permite recibir llamadas, pero no hacerlas. Aunque quién quiere llamar por teléfono, habiendo cabinas. Así, y después de un total de cuatrocientas treinta y dos horas de pruebas y a pesar de que sigue sin llamarme nadie porque no tengo amigos, le doy un siete y medio al Tim O’Rola y un siete coma veinticinco al Tontia. La diferencia es apenas porque el diseño del primero me parece más agradable: esa petaca se ha convertido en un elemento imprescindible en mi vida cotidiana y, de hecho, mi familia ya ha expresado su preocupación al respecto. Ambos son por tanto una buena opción para quien disponga de un presupuesto medio de 500-600 euros y no necesite la gama superior de ambas marcas, que incluye el siempre práctico puntero láser y un llavero de aluminio reforzado.
Dominación
Año nueva, vida nueva. Al final me convencieron para hacerme masón. Con el sano objetivo de dominar el mundo. En la masonería uno no deja de hablar de dominación. Pero por lo demás no tiene nada que ver con lo que me temía. Nada de mandiles. Y hay una importante presencia de mujeres. De hecho, el cotarro lo dirigen unas señoritas encueradas y enfustadas. Las sadomasonistas, se llaman. El ritual de iniciación resulta ciertamente doloroso, pero reconozco que tiene su puntillo. Una vez te acostumbras, dan ganas de repetir y todo. Oh, me tendréis que disculpar, mi ama me reclama. (Lo quiero dejar, pero no me atrevo. Las consecuencias pueden ser terribles.)
Lo que cuenta
A: Buenas, ¿tiene regalos de Navidad? B: Sí, señor. ¿Cómo los quería? A: Pues buscaba tres medianos. B: ¿De qué color? A: Deme... Er... ¿Rojos tiene? B: Sí. A: Pues dos rojos y uno verde. B: ¿Verde claro o verde oscuro? A: A ver... El claro. Y querría también dos pequeños. Rojos. B: Sólo me queda uno rojo. Si lo quiere en naranja. A: No, naranja no. Déme uno rojo y ese lila de ahí. B: Sí, señor. ¿Algo más? A: Necesitaba también uno grande. Pero veo que tampoco le quedan rojos. B: Es que los rojos ya se me han acabado. Todo el mundo los quiere. Han salido bien este año. Tengo este a rayas rojas y verdes, no sé si es lo que iba buscando, pero es original y a la gente le gusta. Yo tengo uno igual en casa. A: No me acaba de convencer. Creo que prefiero el fuscia. ¿Lo puedo ver? B: Cómo no. Tenga. A: Sí, me gusta. Me lo quedo. ¿Cuánto es? B: Pues a ver: un regalo grande, tres medianos y dos pequeños. Diecisiete con cincuenta. A: Ah, pues es barato. B: Bueno, falta sumarle doscientos treinta euros por la intención. Que es lo que cuenta. A: Claro. B: Claro.
Contra Malthus
A veces me da la impresión de que la gente se preocupa por tonterías. Como lo de la superpoblación. Que no cabremos en la Tierra. Que nos resbalaremos por los bordes. Que no habrá vacas que nos den tanta carne. Nada, nada, miedos de vieja. Para evitar los peligros del exceso de población basta con construir un enorme vagón de metro. Tiene que ser realmente grande. Como Italia, lo menos. Y luego se deja flotando en medio del Pacífico. Y es que en un vagón de metro no sólo cabe muchísima gente, sino que además todos los que están fuera quieren entrar, con independencia de la cantidad de gente que ya esté apretujada en su interior. Será dejar el vagón por ahí tirado y ver cómo las multitudes se arremolinan alrededor de las puertas, esperando que se abran. Además, con el metro pasa algo parecido a lo que ocurre con el dentífrico. Siempre queda suficiente pasta de dientes para un último cepillado. Y en un vagón de metro siempre hay sitio para un contorsionista más. Venga, venga, pasen hacia adentro, que por ahí está vacío. Y usted no me toque, que me está gustando y me conozco. Soy yo o aquí huele raro. Cielos, aquí huele raro y soy yo.
Un hombre hecho a sí mismo
Los familiares, amigos y socios de Javier Ruidolfo finalmente le convencieron para que acudiera al médico, tras unos cuantos meses de debilidad, malestar, mareos e insomnio. Ruidolfo se negaba, aduciendo que hacía casi nueve años que no pisaba una consulta y que todos los males se curaban trabajando. Durante todas las pruebas que le iban haciendo, el doctor no dejó de mirarle enfadado y con la boca torcida. Le sacó sangre y chasqueó la lengua. Le hizo una radiografía y al ver las placas suspiró. Le auscultó e iba diciendo que no con la cabeza. Le tomo la presión y alzó la vista. Pero no preocupado, sino molesto. --Bueno, ya hemos acabado --le dijo, tras unas tres horitas de paseos por los pasillos. --¿Y qué? Sano como un roble, ¿no? Quizás algo cansado. Desde que murió mi madre casi no como lentejas y no hay nada más revitalizador que un buen plato de... --¿Me permite que le haga una pregunta? --No esperó que Ruidolfo asintiera--: Usted es un hombre hecho a sí mismo. --Eso no es una pregunta, pero sí, yo me hice a mí mismo. Comencé desde bien abajo en la empresa que ahora... --Ya. --Y he estudiado en la universidad de la v... --Sí, sí. --Doctor, no me gusta ese tono. ¿Qué problema hay con haberme hecho a mí mismo? --Pues que usted es toda una chapuza. Mire --le mostró un par de radiografías--, fíjese qué ruina de riñones. Y esos pulmones, qué acabado más tosco. Y el hígado no tiene la textura adecuada. No sé por qué no dejan estas cosas en manos de profesionales. ¿Usted se hace su ropa? --No. --¿Pues entonces por qué se hace a sí mismo? --Yo creía que era una virtud esforzarse por realizarse personal y profesionalmente. --Yo creía yo creía, una virtud una virtud. Pues mire cómo estamos. Esta costilla se le ha descolgado. En su cerebro faltan circunvoluciones. ¿Y se ha contado los dedos de los pies? --Sí, tengo once, pero eso es normal, me dijeron. --¡Eso es una chapuza! Un profesional no le hubiera puesto once dedos, esos detalles se cuidan al máximo. --¿Y qué puedo hacer? Ya estoy hecho, ¿no? --Yo le desharía y comenzaría de cero. --¿De cero? --Sí, descoser y despegar y hala, niño otra vez, pero bien, eh, con sus cinco dedos por extremidad. --Con lo que me ha costado llegar a dónde he llegado. --En este estado le ha costado mucho, desde luego. Yo no me lo explico. --Y siendo bebé, ¿quién me cuidará? --¿No tiene familia? --Sí. Mujer y tres hijos, ya mayores. No me dan más que disgustos. Han salido a la madre, ¿sabe? Unos vagos. --¿Y no les ha cuidado usted hasta ahora? --Y tanto. Si han tenido casa, comida caliente, servicio, tres coches y un par de motos ha sido gracias a mi esfuerzo. --Pues ahora les toca a ellos cuidarle. --¿Sabe? Tiene usted razón. Quiero comenzar el tratamiento ahora mismo. Deshágame y hágame de nuevo. En plan profesional. --No se sentirá decepcionado. Hago unos corazones que son una maravilla. Y unas córneas, qué córneas hago... Gané un premio hace unos años por mis córneas. --Estupendo. Quiero las mejores córneas. ¿Qué tal se le dan los riñones? Porque a mí me duelen muchísimo cuando va a llover. --Le seré sincero. Los riñones no me salen tan bien como las córneas, pero no le dolerán, desde luego. Como mucho alguna molestia si levanta mucho peso. --Estupendo, me parece correcto. Las córneas son buenas, ¿eh? --De las mejores. --Estupendo. Y el corazón... --El corazón es prácticamente una máquina de movimiento perpetuo. --Estupendo. ¿Cuándo empezamos? --Ahora mismo. Vuelva a quitarse la ropa y acuéstese en la camilla. --Estupendo. Sí, sí. Estupendo. Con un mejor cuerpo y energías renovadas podré dedicarme aún con más entusiasmo a la empresa. Tengo una gran compañía. Fabricamos y distribuimos los mejores tornillos de Europa. En Estados Unidos hay una empresa de tornillos mejor y más grande, pero ya se sabe, los americanos son los americanos. Mientras Ruidolfo hablaba, el doctor abrió un armario y sacó un hacha. --¡Hombre, doctor, no me joda! --No se preocupe, pasaré un algodón empapado en alcohol por las zonas de corte para evitar infecciones. --Ah, bueno... Y esto es normal... --Es lo mejor. No hay nada como ponerse en manos de profesionales. --Sí... Nada de chapuzas. Muy profesional, como a mí me gusta. --Ya verá qué córneas.