Como la trucha al trucho


Pues se ve que la trucha y el trucho ya no se quieren mucho, o al menos no tanto. No lo vayas diciendo por ahí, pero parece que han tenido sus problemillas. Es normal, son muchos años y estaban ahí con la rutina río arriba, río abajo. Dicen que además ella tonteaba con uno de la oficina… No, no pasó nada, pero lo típico, que ji ji, que ja ja, y quedamos para hacer un café y luego hacemos una cerveza y todo el día juntos ahí, y total que estaba la trucha que tenía escamado al trucho, que ya preguntaba, bueno, ¿y el pescado ese, qué? No haces más que hablar de ese merluzo. Pero claro, así no arreglas las cosas y el trucho tampoco parecía que tuviera muchas ganas de arreglarlas, que lo único que hacía era irse por ahí con sus amigotes de tapitas y de cervecitas. Es que no le dedicaba ninguna atención a la trucha. Y la trucha, pobre, bastante hizo con no hacer nada, porque el otro, el del curro, estaba yo creo que medio enamorao. También era un poco tonto, porque tontear, tonteaba, pero no intentó nada y ya te digo yo que la otra igual hubiera picado. Pues eso, que estaban así así. Y un día pasó lo que tenía que pasar: una discusión de estas tontas que se convirtió en una discusión de estas fuertes. Que si tú que si yo, que si tal que si cual, que si no quiero volver a saber de ti, que si me voy a casa de mi madre. Y venga, la trucha se fue a dormir a casa de su madre, que casi no la veía desde el desove. Y el trucho la llamaba, pero la trucha no le cogía el móvil. Y el trucho se pasó tres o cuatro días yendo al trabajo como un zombi, sin afeitarse ni nada, y sin cogerle el teléfono a los colegas, sólo enviando mensajes a la trucha, que le ignoraba. Hasta le envió flores. Pero claro, la trucha sólo pensaba, sí, ahora, ¿no? Seis años casados y dos de novios, y me envía flores ahora, claro, pero cuando estamos bien, no, ¿no? Y luego el compañero de trabajo ahí también, sin aprovechar del todo, porque era tonto de capirote, pero metiendo la aleta, no te creas, a ver si caía algo. Que si no te quiere, que si no te comprende, que si te ignora. Arrimando el ascua como quien no quiere la cosa, vamos. Pero al final se ve que la trucha y el trucho se dieron otra oportunidad. Fueron a pasar un fin de semana romántico en un arroyuelo apartado y volvieron superbien. Hablaron mucho y lloraron mucho y supongo que también le dieron mucho a lo que tenían que darle. Parece que incluso se ha enfriado la cosa entre la trucha y su compañero. Pero pf, no te fíes. Estas cosas… Cuando las relaciones están así ya mal, muchas veces lo único que se hace es alargar la agonía. Ya te digo yo que cuando aparezca un compañero de trabajo más avispado, la trucha cae en cero coma dos. Y del trucho no fíes ni esto, que un día con una cerveza de más a saber lo que hace por ahí. Porque si la cosa ya está mal, será por algo, digo yo, y que una vez se estropea el asunto, resulta complicado remontar. Vamos, que lo de querer a alguien más que la trucha al trucho ya no tiene mucho mérito. Y no es que no se quieran, claro, que estas cosas no se acaban de la noche a la mañana, pero no es lo mismo, desde luego, ni mucho menos, nada que ver. Y da pena, ¿eh? Claro que da pena. Con lo bonito que era todo y lo atento que era él y lo que se divertía ella… Pero en fin… No lo vayas diciendo por ahí, ¿eh? Que la gente no hace más que hablar. Te lo digo en confianza y porque les conoces, para que no te pille por sorpresa, pero no por cotillear, que a mí eso de cotillear no me va… Hay gente a la que sí, ¿ves? Gente que se aburre demasiado, que no tiene nada mejor que hacer que hablar de los demás. Siempre mal, por supuesto, siempre criticando. ¿Qué más les dará a ellos lo que hagan los demás? Pero nada. A lo suyo. Pimpam, pimpam, al criticoneo. En fin. Qué le vamos a hacer. Y da pena si se acaba, no te digo que no. Pero bueno, estas cosas a la larga son para bien. Porque quedarse ahí insistiendo sólo sirve para amargarse. Qué te voy a contar a ti que no sepas. Pero oye, si al final no pasa nada y siguen juntos, pues mejor que mejor, que no se encuentra un amor de frase hecha todos los días.


 
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Así se enfrenta uno a una crisis


La crisis nos ha llevado a nosotros los aguerridos empresarios a tomar decisiones difíciles. Algunos de mis amigos se han visto obligados incluso a despedir empleados. Yo mismo estuve planteándome una solución similar, ante las dificultades que pasaba la empresa por culpa de la mala gestión de un sobrino mío al que puse como gerente. Pero yo soy una persona con sentimientos y para mí, mis empleados son como hijos; qué digo como hijos, más, son como sobrinos; qué digo como sobrinos, más, son como los hijos de mis amigos; qué digo como los hijos de mis amigos, más, son como los niños que me cruzo por la calle; qué digo como los niños que me cruzo por la calle, más, son como perros sarnosos que viven entre cubos de basura y se pasan el día lamiendo charquitos sospechosos. Así las cosas, yo no podía despedir a mis hijos, digo, a mis perros, y quedarme con la conciencia tranquila. Para mí lo más importante es mi conciencia. Que esté tranquila. Recurro a cualquier cosa para conseguir la tranquilidad de conciencia; normalmente me basta con engañarme a mí mismo, a veces necesito recurrir a drogas duras como por ejemplo los hidratos de carbono, y en casos extremos le cuento mis cosas a un amigo que se limita a contestar cosas como “aham… Sí… Aham… Claro… Si es que… Aham… Sí…” Los mejores interlocutores son los que nos dan la razón con monosílabos. No es que nos comprendan y sean buenos escuchando, es que les importa una mierda y nos dan la razón para que nos callemos cuanto antes. Nadie quiere un intercambio de opiniones cuando va a “explicar sus problemas” o a “pedir consejo”: uno sólo busca sentirse reconfortado por el sentimiento de que tiene razón y de que todos los que no lo ven así son unos subnormales que merecen una tortura larga y dolorosa por venir a molestar. ¿Por dónde iba? Ah sí, mis sentimientos. No hubiera soportado la idea de despedir a uno sólo de mis trabajadores y dejar a sus hijos morirse de hambre. Porque al ser sus hijos, son como mis nietos, qué digo mis nietos, etcétera. Por suerte, los empresarios nos caracterizamos por una mente ágil, rápida, despierta; una mente que nos permite ganar fortunas con las que nos pagaremos las fianzas que probablemente tendremos que abonar en un futuro. Ah, pero a quién le importa el futuro, habiendo un presente y un pasado, entre otras cosas, como sofás y cacerolas. Y así se me ocurrió una gran idea, lo que viene a ser una ideaca, para poder mantener todos y cada uno de los puestos de trabajo, para no tener que despedir absolutamente a nadie. Y era una solución fácil, rápida y casi limpia. Limpia del todo, no, porque luego había que fregar. Y es que consistía en cortar un brazo a todos y cada uno de mis empleados. El izquierdo. A todos. Lo de los zurdos me da igual porque esta es una empresa laica y no creo que nos tengamos que regir por las creencias de los demás. Que usen la derecha, como buenos católicos, y punto. No entiendo eso de que vengan los extranjeros a imponernos su cultura. Tendrán que adaptarse ellos, ¿no? Esta hábil solución ha permitido recortar los sueldos en un ocho por ciento sin que haya excusa para las quejas. Porque claro, ¿para qué querrían tanto dinero si, al tener menos cuerpo, necesitan menos calorías? Cae por su propio peso. Como los brazos, cuando los serrábamos, que también caían por su propio peso. Es lo que tiene la gravedad. Están guardados en hielo. Cuando las cosas vuelvan a ir bien, se los recoseremos. Y si las cosas empeoran aún más, pues ningún problema: había pensado en cortar los brazos izquierdos a sus esposas. Luego a sus hijos. Y luego las piernas izquierdas y las piernas derechas y las orejas y las cabezas y todo hasta que quede el brazo derecho, que es el que se usa para trabajar en mi empresa. Ah sí, qué no haría yo por mis empleados. Soy como un padre para ellos. Como el clásico padre que amputa los miembros a sus retoños para no tener que gastar tanto dinero en comida. Es época de sacrificios. Pero saldremos de esta. Y algunos ni lo habremos notado.


 
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Pues a mí no me parece tanto


Ha habido mucho revuelo por el hecho de que el Real Madrid haya pagado más de noventa millones de euros por un jugador de fútbol. Al parecer, se trata de una cifra desorbitada en los tiempos de crisis que corren. Cada vez hay más gente sin trabajo y todo ese dinero se malgasta en un tipo que probablemente no tenga estudios y que lo único que sabe hacer son cosas de estas del fútbol, como regatear y pasar y meter triples y eso. Y que menuda ironía si, por ejemplo, la empresa de la que es dueño Florentino Pérez se pone a despedir a gente. Pero creo que esta argumentación es equivocada. El futbolista en cuestión podrá ser un lerdo, alguien que de no existir el deporte profesional estaría por las calles endrogado y robando a las pocas ancianitas que no se lo pudieran sacar de encima a bolsazos. Pero es una persona. Un persona humana, incluso. El Real Madrid compra un jugador de fútbol y, por tanto, compra una persona humana incluso. ¿Acaso se le puede poner precio a la vida de un incluso, que es incluso sagrada? ¿No es poco cuanto se pague, por mucho que sea? Y tanto que lo es. Y tanto. Y tonta. Se podría pagar el doble y no llegar a rozar el verdadero precio de una persona inclusa, o incluso de una persona coche. Y tente. Por tanto, tanta queja sobra. Es muy triste que cualquiera de nosotros pudiera vivir cómodamente el resto de sus vidas con una vigésima parte de esa cantidad. Pero hoygan, cualquier gasto es poco si se trata de una persona. Propongo una colecta para enviar dinero al Real Madrid y pagar así aún más por la inclusa y que no queden como unos cicateros miserables que regatean por el precio de una vida humana, porque la vida que en realidad no tiene precio, tiene… VALOR. Porque sólo un necio confunde valor con etcétera. Venga, todos a soltar pasta, malditos tacaños, no vayamos a quedar como unos nazis. Que hoy es Cristiano Ronaldo, pero mañana puede que pongan PRECIO a TU VIDA. Y no quieres eso, no quieres ser tratado como un esclavo, no quieres ver cómo regatean por tus servicios, cómo pagan una suma ridícula (¿cincuenta millones de euros?) por el incalculable valor de tu vida y luego pasas a lo mejor tres o cuatro años encadenado, esclavizado a un empresario que te paga, qué se yo, diez millones anuales de mierda por trabajar dos horas al día, algunos días a la semana. Con estas cosas no se juega. Esclavismo, pase. Pero sin perder la dignidad. Dicho lo cual, a mis lectores les interesará saber --a vosotros igual no, pero a ellos sí-- que al final conseguí que el vagón pasara por la puerta. Tuve que tirar media pared abajo y los bomberos han evacuado el edificio, pero bah, nada que no se arregle con un poco de pintura y masilla. Sigo trabajando en mi prototipo. Tengo problemas para inflar el globo bajo techo. Pero creo que estoy cerca de conseguir elevar por los aires mi primer CAVIÓN.


 
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Trenes voladores


Estaba pensando el otro día y se me ocurrió que los trenes no están mal: es decir, transportan gente de un punto a otro a una velocidad razonable, con una comodidad no despreciable y una puntualidad meritoria (al menos en el resto del mundo). Pero los trenes tienen un problema: necesitan de la construcción de vías para su desplazamiento, cosa que limita su velocidad de implantación y la elección de destinos: si no hay vías, no se puede llegar. Por eso se me ocurrió que sería una buena idea hacer trenes voladores. En realidad hablaríamos de un solo vagón volador; eso sí, algo más largo de lo común: no sería factible la idea de un tren volador articulado. Esto permitiría prescindir de las vías en caso necesario. Estos trenes voladores no irían con alas, como sugirió un conocido mío de pocas luces. La idea de volar con alas que se agiten, imitando a las palomas, es ridícula. La anatomía de las aves no tiene nada que ver con la configuración de un tren: las aves tienen por ejemplo los huesos huecos, mientras que los trenes no están huecos, sino rellenos de gente y asientos. Mi idea es que estos trenes se eleven al llevar encima suyo un globo enorme con gases inflamables, como por ejemplo hidrógeno. Los gases serían inflamables por razones de seguridad: en caso de accidente en un lugar de difícil acceso, es mejor que los cuerpos ardan y no se propaguen enfermedades ni se contaminen las aguas de los ríos cercanos. Incluso he pensado un nombre para estos trenes voladores: caviones. Mezcla entre ave y camión. Es importante remarcar el parecido con un camión, al no tener alas. Además, la terminación –ón ayudaría a dejar claro que los caviones son más grandes que por ejemplo una gaviota y así la gente no se asustaría pensando en cómo puede un pajarraco de esos llevar a tantas personas encima. La verdad es que no entiendo cómo no se le ha ocurrido a nadie antes. En fin. Mejor para mí. Voy a vender mi idea a las compañías constructoras de ferrocarriles. Volveré para cenar. Rico y famoso. Jaime Rubio, el inventor de los caviones.


 
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Porque sí


Su obsesión con el cumplimiento de las normas le llevaba a cruzar la calle cada vez que veía un semáforo en verde. Sabía que el verde quería decir que tenía permiso para cruzar y no que estuviera obligado, pero no podía dejar de pensar que si tenía permiso sería por algo. Asimismo, cuando se encontraba un semáforo en rojo no esperaba a que cambiara de color, sino que seguía caminando por la acera hasta que daba con uno en verde. Y es que las cosas no se hacen porque sí. Las autoridades competentes no son tontas, de ahí que se llamen “competentes”, y si permitían cruzar la calle en determinados momentos era por supuesto pensando en el bien general de la sociedad. Se permitía el paso porque este paso era adecuado. No se obligaba, claro, pero una cosa era la ley y otra la ética. Cada semáforo en verde era por tanto un ruego: haznos las cosas más fáciles, parecían decirle los gobernantes, cruza ahora y por aquí, sigue nuestro plan y todo irá mucho mejor para todos. Estaba convencido de que actuar de otra forma era un error que iba en perjuicio del bien común. De hecho, cuando estaba con sus amigos y familiares y surgía el tema, no dudaba en defender su práctica: los semáforos están estudiadísimos, los intervalos y sus frecuencias, medidísimas; si una de estas señales se ponía en verde permitiendo el paso, no era porque sí. No. Las cosas no se hacen porque sí. En absoluto. Había causas bien fundadas. Motivos imperiosos. Razones consistentes. Todo con vistas a que los peatones pudieran circular con la mayor fluidez posible. Y sí, reconocía que a veces perdía el tiempo cruzando a cada semáforo o caminando hasta encontrar uno que le diera vía libre. Pero si todo el mundo lo hiciera, esto llevaría sin duda grandes beneficios a la sociedad. Por ejemplo, los peatones no se pararían en medio de la calle, esperando a cruzar y obstaculizando así a los demás su camino. Y… Er… Hm… Entonces miraba muy serio a sus interlocutores, bebía un trago de lo que estuviera bebiendo y… Er… Hm… En serio, sería… Lo mejor… Porque no se… Hm… Pararían… Las cosas no se hacen… No se hacen… Las cosas no se hacen porque sí, ¿no? No, en absoluto. Y se reafirmaba en sus ideas con cada burla, con cada duda, con cada pregunta fuera de lugar. No, no se hacen porque sí. Y si la gente le hiciera caso, todo iría mucho mejor. Las calles serían ríos de gente, con meandros fluidos y… En fin… Las cosas no se hacen porque sí y punto.


 
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