La aventura de los dos hombres casi iguales


SHERLOCK HOLMES: Bien, les puedo decir que a este tipo le asesinó un hombre alto, de más de seis pies... Seis con tres, para ser exactos y según la longitud de su paso. Es diestro. Fuma en pipa. A ver... Lleva zapatos ingleses de cuero... Toca el violín, como se puede ver por esta huella de su mano izquierda y, dado el temblor apreciable en esta herida, es consumidor habitual de cocaína. LESTRADE: Er... señor Holmes, ¿está seguro? SH: Totalmente. Sé que esto le puede parecer pura conjetura a una mente obtusa como la suya, pero el doctor Watson, mi amigo y cronista, sabrá decirle que mis métodos son científicos y se basan únicamente en los hechos. WATSON: Sin duda, Holmes, pero igual debería considerar que... SH: No hay nada que considerar. Busquen a la persona que coincide con esta descripción y tendrán al asesino. L: Muy bien. Señor Holmes, le arresto por el asesinato de Elias Hedgehog. SH: No, un momento, ¿qué significa esto? L: Sigo sus instrucciones: he encontrado al hombre que coincide con su descripción. SH: ¡No, no! ¡Yo no he sido! L: Pero usted es así de alto y fuma en pipa y... SH: ¡Pero yo no he sido! ¡Deje esas esposas! W: Tendrá que admitir que usted es exactamente como se predijo a sí mismo que sería. L: Claro, como tenía información privilegiada. SH: No, no, busquen al otro hombre que coincide con la descripción. L: Ah, claro, al otro hombre. Son cientos como usted los que se pasean por Londres. SH: No, esperen, se me había pasado por alto que... er... el sospechoso vestía un traje de lino. L: ¿Y cómo lo sabe? No hay fibras. SH: Por el olor. Huele a lino. L: No es verdad. Se lo está inventando. W: Holmes, no me esperaba esto de usted. SH: Er... Y también cojeaba. Miren las huellas del jardín. L: Creo que usted simuló esa cojera. Es una pista falsa que dejó adrede para despistarse a sí mismo. W: Me decepciona, Holmes, me decepciona. SH: ¡Yo no...! ¡Joder! ¡Soy inocente! Ni siquiera conocía al muerto. Ah, y hay otra cosa. El asesino era azul. L: ¿Azul? SH: Sí, azul. Como los pitufos. L: Ah, entonces no es usted. W: Menos mal. Me había asustado. SH: Buf, er... Sí, busquen a un violinista cocainómano de seis pies con tres y de color azul. L: Hmm, azul, no lo encontraremos nunca. W: Yo jamás he visto a nadie azul. SH: Sí, bueno, porque ustedes no están a mi altura. L: Yo preferiría interrogarle a usted, de todas formas. SH: ¿Soy azul? No, ¿verdad? Pues, hala, a cascarla. Y ahora, si me permiten, voy a limpiarme estas manchas de sangre de las manos y a deshacerme de este cuchillo. W: Un momento, ¿y cómo sabe que el asesino es azul? SH: Amigo Watson, como de costumbre usted observa, pero no deduce. Sé que el culpable es azul por el color de su piel. W: Oh, claro. Es admirable. Una vez explicado tiene todo el sentido del mundo. Parece hasta fácil. SH: Sí, los cojones. Ahora, si me disculpa...


 
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A domicilio


A: Buenos días, señora. Perdone que la moleste, pero le traigo este catálogo de órganos de segunda mano que... B: ¿De segunda mano? ¿Órganos usados? A: Sí, pero sólo por humanos, no se piense. B: No sé, yo es que ahora no necesito ningún trasplante. A: Ah, pero nunca se sabe cuándo se va a necesitar uno. Es mejor prevenir y comprarlo ya, a un precio mucho más razonable y con la seguridad adicional de que tendrá uno cuando lo necesite. Piense que por sólo tres euros al mes se los guardamos en nuestro congelador. Incluso los puede guardar usted misma, si tiene espacio. Claro que los apagones... B: Pero es mucho gasto. A: No se preocupe, se lo financiamos. Tenemos soluciones para todas las economías. B: Es que aquí estamos todos muy sanos. A: Es imposible saber lo que deparará el futuro. B: Eso es verdad. A: A lo mejor su marido sufre un accidente de tráfico, Dios no lo quiera, y el hígado le queda destrozado. Puede que un virus le provoque un fallo renal a su hijo. Quizás la pequeña tenga un defecto genético en el corazón que aún no le han detectado. O usted, que parece tan sana y luce ese color tan vivo en las mejillas... B: Gracias. Es natural... A: Jamás lo dudé. Decía que incluso usted podría, no sé, perder una córnea en un accidente de costura... B: Eso ha sonado machista. A: Disculpe. Pero podría pasar. Tenga en cuenta que el destino no entiende de correcciones políticas. B: Ay, sí. Sin ir más lejos, en mi familia han muerto más mujeres que hombres. Es injusto. El año pasado le pegamos un tiro a un primo mío para compensar. Pero no se murió. Se ha quedado tonto, eso sí, pero no es lo mismo que morirse. Quiero decir, igual no puede abrocharse los zapatos y no habla, sólo dice guaguaguá, pero respira. Y no como su hermana la mayor, que ya no respira, ni come, ni nada. A: Señora... B: Sí, perdone, es que me lío. A: Como le iba diciendo, no sea tan egoísta. B: ¿Egoísta yo? A: Y cruel. B: ¿Yo cruel? A: Sí, usted. A lo mejor no le importa quedarse sin córnea, pero ¿qué hay del hígado de su marido, del riñón de su hijo, del corazón de su hija? Claro, como tuerta seguirá vivita, pues que se mueran los demás, ¿no?, que se jodan, ¿verdad? Pues sepa que usted les está asesinando por negarse a desembolsar una pequeña cantidad de dinero. Tenemos incluso una tarifa plana: todos los órganos que necesite por una cantidad fija al año. B: No sé, visto así... Pero no sé yo. No es buen momento, tenemos muchos gastos con eso de las tres comidas diarias, además de la merienda. A: Hagamos una cosa: yo le dejo nuestro catálogo y usted se lo piensa con calma. B: Me parece bien. (...) A: ¿Ya? B: Un poco más de tiempo, por favor. (...) (...) A: ¿Y ahora? B: He tomado una decisión. A: Diga. B: De momento no me interesa. A: ¿No? Pues espero que la muerte de sus seres queridos recaiga sobre su conciencia. B: Me quedo con el catálogo y a lo mejor les llamo más adelante. A: ¿Más adelante? ¿Cuándo su hija de tres años esté en coma y no se puedan permitir lo que cuesta un trasplante de urgencia? B: Gracias, gracias, voy a cerrar. A: Sí, cierre, mucho mejor, no quiero ver la cara de una criminal sin conciencia... En fin. A ver si en el segundo hay más suerte.


 
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Esto es un atraco


A: Buenas, quería sacar cincuenta euros. B: ¿Perdón? A: Sí, es que el cajero no funciona. Aquí está mi libreta. ¿Me da cincuenta euros, por favor? B: ¿Me está vendiendo una libreta por cincuenta euros? ¿Una libreta usada? A: ¿Pero esto no es la Caja Bilbainocatalana de Ahorros? B: Sí, claro. Mire, lo pone en la puerta. A: Ah, qué susto. Pensaba que me había vuelto a confundir con la zapatería. El caso es que el cajero no funciona y... B: Sí, eso ya me lo ha dicho. ¿Pero por qué le tengo que dar yo a usted ese dinero? A: Porque es mío y lo necesito. B: ¿Suyo? ¿Y qué hace aquí, si es suyo? A: Pues abrí una cuenta corriente. Ustedes me lo guardan. B: Ja, ja, ja, qué ridículo. Pero si yo a usted no le conozco, ¿por qué iba a guardarle nada? Y menos dinero. A: Porque eso es lo que hacen los bancos. Ande, déjese de tonterías y déme mi dinero. B: ¿Su dinero? Pero a ver, usted nos entregó ese dinero, ¿no? Pues ahora es nuestro. No habérnoslo dado. A: Se lo presté. B: ¿Dónde dice eso? A: Bueno, supongo que en los papeles... B: Ya, ya, supongo que, imagino que, los papeles que no tengo aquí... Lo de siempre, no es la primera vez que oigo ese discursito. Y luego traerá esos documentos tan superimportantes y veremos que no dice nada de eso, sólo que le abrimos una cuenta a su nombre y punto. Y ahí tiene su libretita con su nombre. Felicidades. Pero esos papeles no dicen nada acerca de la titularidad del dinero. A: Pero la libreta dice que tengo más de seis mil euros en esta cuenta. B: Bueno, al menos usted no peca de avaricioso, que los hay peores. ¿Y si yo le enseño esta libreta y le digo que le di a usted cien millones para que me los guardara? A: Pero es que yo no soy un banco. B: Ni nosotros una oenegé. ¿Qué se ha creído? ¿Que regalamos dinero? ¿Que repartimos billetes de cincuenta euros a cambio de nada? ¿Qué clase de negocio sería ese? A: ¡Ustedes me cobran comisiones hasta por respirar! ¡Y pueden usar mi dinero para prestárselo a...! B: Mire, deje de molestar. O se va de aquí inmediatamente o llamo a la policía. ¡Estafador! ¡Ladrón! A: ¿Y mi sueldo? La empresa ingresa cada mes mi sueldo en esta cuenta. B: ¿Ve cómo lo que dice no tiene sentido? Es decir, según usted, la empresa para la que trabaja nos da su sueldo a nosotros, que no le conocemos de nada y que no trabajamos allí. Eso es absurdo. ¿Qué clase de imbécil autorizaría a otra persona a cobrar su paga? A: Yo sólo la ingreso aquí. La cuenta está a mi nombre. ¿Cómo van a pagarme cada mes en el despacho, si no? B: Pues dándole su dinero. A: Pero eso no funciona así. B: ¿Ah, no? ¿Usted cobra en especie? A: No, cobro un dinero que está aquí a mi nombre. B: A su nombre, dice... Como si fuera el gobernador del Banco de España, firmando billetitos. El dinero ESTÁ EN el banco y ES del banco. No se lo pensamos regalar. Haga el favor de salir de aquí y si necesita cincuenta euros, venda algo o trabaje, como hacemos todos. A: ¿Ah, sí? Pues no pienso seguir pagando la hipoteca. B: ¿La qué? A: La hipoteca. El dinero que el banco ME DIO para comprarme un piso. Santa Rita, santa Rita, lo que se da no se quita. B: Nosotros jamás le daríamos dinero a usted. Y menos para comprarse un piso. Eso es ridículo. La gente no necesita dinero para comprarse una casa. A: ¿Cómo? B: Usted, cuando nació, ¿dónde vivía? A: En casa de mis padres. B: O sea, en una casa. ¿Y alguna vez compró esa casa? A: No. B: Y sin embargo vivía allí. A: ¡No me líe! Mis padres sí que la compraron. B: ¿Tiene pruebas? A: (...) B: Le he vuelto a pillar. Y déjeme en paz de una vez, que quiero acabar mi crucigrama. A: Sí, sí, ya me voy. Pero esto no quedará así. Recibirá noticias de mis abogados. B: Pero si no puede pagárselos. A: No, pero tienen un quiosco. B: Un momento, espere... ¿Usted necesita una batería de cocina nueva? A: No me vendría mal. B: Pues igual le interesa invertir un mínimo de tres mil euros en este fondo ridículo cuyos beneficios se van a comer las comisiones. ¡Le regalamos una olla usada! A: Pero no tengo tres mil euros... Se lo ha quedado todo el banco... B: No se preocupe. Nosotros le podemos prestar ese dinero. Para eso están los bancos.


 
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Contra el terrorismo


A partir del 1 de diciembre los aviones con origen o destino Asnalia no podrán llevar combustible. Las autoridades aeroportuarias del país centroeuropeo han alertado acerca del "carácter inflamable del keroseno, arma terrorista en potencia", que podría provocar "incendios y explosiones tanto en los aparatos como en las instalaciones aeroportuarias, con el consiguiente peligro para viajeros y empleados". Esta prohibición se une a la de volar a más de cincuenta kilómetros por hora y por encima de los diez metros. Como se puede leer en un informe del Ministerio del Interior de Asnalia: "Imaginen si el avión se cae (o peor, lo tiran) desde esas alturas a las que vuelan por ahí. No se salvaría nadie". Asnalair, la compañía de bandera del país, ya se ha adaptado a estas nuevas medidas: "Obviamente, son un engorro para nosotros --ha explicado el Director General, Manuel Petrovich--, pero todo sea por la seguridad del mundo occidental". Según ha hecho saber Petrovich, los aviones de la compañía serán arrastrados por "un tractor grande". Es posible, añade, "que los viajeros tarden algo más en llegar a su destino, pero al menos llegarán enteros y volarán seguros. Esa es nuestra prioridad".


 
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¡Libertad, libertad!


Jaime Rubio ha sido juzgado por recriminarle a un aguerrido y apuesto conductor que usara el claxon en un atasco. Se da además el agravante de que en el momento de los hechos, Rubio no era más que un vulgar peatón. Nada más comenzar el juicio, el acusado exigió defenderse a sí mismo. Después de que el juez aceptara este requerimiento, Rubio solicitó un cambio de abogado: "No protejo mis intereses como debería --explicó-- porque me odio a mí mismo. Cállate y siéntate, déjame hablar a mí. No, por favor, no me pegues". El juez desestimó esta petición, ordenó que los alguaciles les hicieran callar a los dos y dejó que el fiscal iniciara el juicio. El abogado de la acusación explicó que usar el claxon no era más que el ejercicio responsable de la libertad de expresión y que Jaime Rubio, al recriminarle a un pobre ciudadano el uso de esta libertad, no hacía más que comportarse como una sucia rata fascista que merecía que cayeran sobre él las iras del Partit de la Ciutadania. Además, añadió que la expresión "métete el pito por donde te quepa" era claramente homófoba. El primer testigo del juicio fue el profesor Jakob Adenauer, autor de un notable estudio sobre las excelentes propiedades de las bocinas. Interrogado por el fiscal, Adenauer explicó que el claxon puede desintegrar coches en los atascos y hacer que el vehículo precedente circule una media de seis kilómetros por hora más rápido, con las ventajas que eso tiene para el tráfico de las grandes ciudades. Combinado con las luces largas, el claxon también puede acortar el tiempo de espera en los semáforos rojos y, por supuesto, alargar el pene una media de dos centímetros, a lo que el fiscal añadió: "No es que nosotros lo necesitemos". Este comentario provocó sonoras, pero incómodas risotadas en el sector masculino de la audiencia. También acudió como testigo el pobre ciudadano cuyo uso responsable del claxon fue recriminado por Rubio. Este hombre explicó que "el claxon sirve para quejarse de las cosas, como bien dice el código de la circulación" y aseguró que "si le molesta el ruido de las bocinas que se vaya a vivir al campo, como las vacas". Por último añadió que, en el momento de los hechos, Rubio olía a alcohol. "Puedo explicar eso --dijo el acusado--. Es porque me hice un corte y me lo acababa de desinfectar". El juez le solicitó que mostrara la supuesta herida. Rubio se levantó la pernera del pantalón y enseñó una tirita. Añadió un "vean, vean", se quitó la susodicha tirita y de su pierna salió un chorro de sangre. Preguntado al respecto por el juez, Rubio explicó que le salía el chorro "desde el jueves pasado". "¡Pero eso necesita puntos!", añadió el magistrado, a lo que Rubio contestó: "Sí, eso, encima quíteme puntos del carné". El juez aclaró que se refería a puntos de sutura, tras lo cual el acusado se desmayó sobre un charco de sangre. Al perder contacto visual con el sujeto, el juez preguntó a un alguacil dónde se había metido Rubio. El alguacil le dijo que "ya no está con nosotros". Esta frase que luego se comprobaría exagerada llevó al juez a condenar en rebeldía a Rubio a conducir cada mañana de siete a nueve por las rondas de Barcelona durante dos semanas.


 
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