Inocente


Dado que hoy es 28 de diciembre, voy a gastar a mis seis lectores una simpática y algo --ja ja-- puñetera inocentada. Ya está. Sí, sí, ya. Je, je, je. Je, je, je, je. Je. Quizás parezca poco impactante así de entrada, pero es de ese tipo de cosas que no te das cuenta, pero empiezas a darles vueltas y al cabo de un rato dices pero qué hago pensando en esta tontería, mira que yo también, y te ríes de ti mismo y piensas bah, qué chorrada. Pero al cabo de un rato, mientras hablas con alguien por teléfono, notas que no estás prestando atención, que no sabes de qué coño te está hablando ese tipo y que incluso tienes que mirar la pantalla para acordarte de quién es, porque hasta la voz te suena extraña. Y es que, a pesar de que parece una tontería --y además lo es--, tú sigues pensando en el tema, dándole aún más vueltas, repitiéndote las mismas frases que te repetías hará ya tres o cuatro horas, añadiendo matices, ensayando mentalmente la entonación, deseando poder decírselas a alguien. Pero el único alguien que hay es ese tipo que está al otro lado del teléfono, ese que no sabes muy bien quién es ni mucho menos qué te está contando. Y vuelves a casa y sigues con lo mismo: te pones la tele, pero no te centras; lees un poco, pero levantas la mirada de las páginas y te pones a pensar en esa estupidez; tonteas con internet, pero al final te quedas con la mano quieta apoyada sobre el ratón, mirando --que no leyendo-- la portada de algún periódico. Al final parece que has conseguido olvidarlo cuando estás con tus amigos de copas, y te dices a ti mismo, ¿lo ves?, ya lo he olvidado, pero sólo con decirte a ti mismo que lo has olvidado, lo recuerdas otra vez y le sigues dando vueltas y te preguntan dónde estás, en qué piensas, tío, que la morena te está mirando. Y respondes que estás cansado y te vas a casa, pensando --más bien deseando-- que podrás olvidarlo tras un sueño reparador. Y no te cuesta coger el sueño, te duermes nada más tocar la almohada, y por la mañana ni siquiera piensas en eso. Te despiertas, no sé, recordando un jersey que viste en un escaparate, la chica aquella de ventas que dejó la empresa el año pasado o quizás alguna canción de cuando tenías veinte años. Sin embargo, es tomar un sorbo de café y vuelve a tu mente esa tontería, esa bromita ridícula, ese, no sé, comentario ridículo. Y se te pasa el hambre y te tumbas en la cama con la taza y el café se te cae encima y te quemas y te manchas la camiseta. Luego te duchas y vuelves a poner la tele. Sales a dar una vuelta, sin haber almorzado. Quedas para ir al cine con, no sé, el primer nombre que te sale en la agenda del móvil. Y cuando te preguntan si te ha gustado la peli dices psé, está bien, dándote cuenta de que no recuerdas nada, de que estabas en otro sitio. Y dices, oye, te voy a contar una cosa. Y le explicas esa chorrada que no te puedes quitar de la cabeza. Lo peor es que mientras hablas te das cuenta de que a la otra persona le parece una tontería, pero de verdad, y de que, a pesar de que intenta mostrar cierta comprensión y te da un par de consejos manidos, tipo, bah, olvídate, lo que necesitas es salir y distraerte, sabes que te está tomando como mínimo por un idiota obsesivo. Vuelves a casa, te encierras en tu cuarto y no sales en varios días, sin contestar al teléfono, sin consultar el correo, sin encender ni la radio, sin hacer nada excepto pensar en esa maldita tontería, en esa gracieta que no tiene ninguna importancia, porque no la tiene, qué la va a tener. Pero que aunque no la tenga, ya sabes que no vas a poder olvidarla en días, semanas, quizás meses. Pero al menos, dices, al menos, como se me está pasando el hambre, perderé esos quilitos que me sobran desde que tenía diecisiete años. Sí, es de ese tipo de cosas.


 
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Tratamiento


A: Doctor, hay algo que no sé si puedo contarte. B: Te recuerdo que todo lo que me digas quedará entre nosotros. Ningún médico puede ir aireando los secretos de sus pacientes bajo ningún concepto. A: Es que es algo que me da apuro confesar. B: No uses el término confesar: implica culpabilidad, y esa culpabilidad es justamente la que tenemos que erradicar. A: Pero no sé si podré alguna vez superar estos sentimientos que me atenazan. B: Mira, soy psiquiatra, aquí he escuchado de todo. Puedes contarme lo que sea, te ayudaré. Además, creo que quieres contármelo. Si no, no me hubieras dicho nada de nada. A: Verás… No sé cómo empezar… B: Tómate tu tiempo. A: Ya sabes que… No sé cómo… Tengo fantasías sexuales… B: Eso es sano. No debes avergonzarte. A: Pero esas fantasías… Esas… fantasías… B: Ánimo. A: Tengo fantasías sexuales con mi madre. B: ¡Ah, qué asco! ¡Depravado de mierda! A: Pero... Pero... B: ¡Pero qué tío más asqueroso! ¡Cerdo maniaco! ¡Con tu madre! ¡Tú estás fatal! Es lo más repugnante que oído en mi vida. A: Dijiste que podía contártelo… B: ¡Yo qué sabía! ¡Pensaba que te hacías pajas, como todo el mundo! ¡Con tu madre, pero qué asco! ¿Eres adoptado? A: No. B: Ah, puaj, ah… Cielos, ya decía papá que tendría que haberme hecho dentista. Y le dije que no, que me parecía desagradable. A: Dijiste que me podrías ayudar. B: ¿Que yo qué? ¡Maldito degenerado! ¡Sal de mi consulta! ¿Que te ayude? No quiero ni verte. A: Dijiste que te lo podía contar todo. B: ¡Sal de aquí! A: Por favor. B: ¡NO ME TOQUES, TE LO ADVIERTO, NO ME TOQUES! A saber dónde han estado esas manos. A: Necesito ayuda, doctor. B: Oh, y tanto que la necesitas. A: Pero tú eres mi médico. B: No, ya no. A mí déjame en paz. Puto chiflado. A: Pero lo mío no es tan raro. B: Puto enfermo, cómo puedes decir eso. Mira, si cuando cuente a tres sigues aquí, pienso llamar a la policía. A: ¿Y qué hay de Freud y el complejo de Edipo? B: No sé de qué me hablas, déjame en paz. Uno. A: ¡Si no me ayudas me suicidaré! B: Será lo mejor para todos. Dos. A: Me voy, me voy. (Sale corriendo y llorando) B: Con su madre, qué asco. Pero qué cosa más repugnante. Es lo más asqueroso que he oído a lo largo de mi carrera profesional. ¡Enfermera! C: ¿Sí, doctor? A: No le vuelva a dar hora a mi hermano. Ya no es mi paciente. C: Sí, doctor. B: Y si vuelve a llamar, dígale que no estoy. C: Sí, doctor.


 
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Malas noticias


Alfredo Martínez es absolutamente incapaz de dar una mala noticia: "Sólo de pensar en darle un disgusto a alguien --explica--, me tiemblan las piernas y me entran unos sudores que ni le cuento". No se trata de falta de sinceridad: "No me importa decirle a nadie que es un imbécil, si es necesario, pero me resulta imposible decirle que la grúa se le ha llevado el coche". Martínez arrastra esta dolencia desde niño, posiblemente por culpa del trauma que le ocasionó ocultarle a sus padres un suspenso en gimnasia. "Es que comencé a fumar muy joven --aclara-- y así no hay quien corra más de dos minutos". Tuvo éxito y sus padres murieron sin saber el oscuro secreto que escondía su hijo, pero esta situación le provocó unos remordimientos de conciencia incompatibles con su naturaleza generosa, resultando en una incapacidad para comunicar cualquier mala noticia, no necesariamente referida a sí mismo. "Esto me ha traído muchos problemas. Sobre todo porque soy oncólogo y me empeño en asegurarles a mis pacientes que están todos sanísimos como manzanas. Hay gente que me lo echa en cara, sobre todo los egoístas familiares de estos enfermos, pero, pregunto yo, ¿qué hay de su felicidad? Al fin y al cabo, pasan los últimos meses de su vida tranquilos y contentos, en lugar de sufrir y angustiarse, para que un porcentaje cada vez más alto acabe curándose. No sé, igual soy demasiado idealista, pero yo al menos me acuesto sabiendo que todos mis pacientes dejan la consulta sonriendo, mientras que mis colegas les hacen llorar continuamente. Fíjese lo que le digo: yo haría cualquier cosa por la sonrisa de una niña moribunda que ignora su futuro. Cualquier cosa". Su incapacidad para dar malas noticias también le ha traído problemas en casa: su esposa le demandó, al saber por una conocida que había muerto hacía tres años de un infarto. "Que me tenga que enterar de esas cosas por extraños --asegura--... Es que, cada vez que lo pienso". "Me sabía mal decirle que había fallecido --contesta Martínez--. Estaba tan contenta y tan tranquila con sus cosas". La ya oficialmente difunta esposa sigue indignada, a pesar de que fue enterrada hace nueve meses: "Yo es que a este hombre no le entiendo. Me ocultó mi muerte sólo para que siguiera planchándole las camisas. En la oficina ya me decían que se me veía descompuesta, pero yo pensaba que sería un virus o algo que había comido". Alfredo niega que le ocultara su muerte sólo para seguir contando con alguien que le hiciera las labores del hogar, "aunque es verdad que cocinaba muy bien. Simplemente me sabía mal decírselo. Pobre, menudo disgusto. De hecho, a día de hoy aún no he sido capaz de confesarle que en realidad ni siquiera soy su marido y que todo esto es una terrible confusión".


 
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Las mentiras de la prensa


Los periódicos mienten. Constantemente. Una frase tras otra. Parece como si los periodistas obtuvieran placer sexual engañando a los pobres y honrados ciudadanos, e incluso a los ricos y deshonestos ciudadanos, por no hablar de las ciudadanas de toda condición. El último ejemplo con el que me he topado lo encontramos en la prensa mexicana. Uno de los redactores de La Jornada escribe lo siguiente, al parecer sin remordimientos de conciencia: "Cuando Mozart escribió su Concierto para piano No. 27, con su acostumbrada pulcritud, unos meses antes de morir, jamás se imaginó la travesía que enfrentaría el manuscrito en el futuro. El preciado documento se salvó de bombas y pillajes antes de ser parte de una disputa diplomática en el siglo XXI." Esto es falso. Mentira. Es más, no es cierto. Si leemos los diarios de Mozart y buscamos entre las páginas que escribió meses antes de morir encontramos la siguiente anotación: "Estoy escribiendo, con mi acostumbrada pulcritud y unos meses antes de morir (acabo de consultar la fecha en la Wikipedia), mi Concierto para piano No. 27. En más de una ocasión he imaginado la travesía que enfrentara este manuscrito tan pulcro en el futuro. El preciado documento, imagino, se salvará de bombas y pillajes antes de ser parte de una disputa diplomática en el siglo 21. También imagino que en el siglo 22 quedará destruido en un incendio. Y que en el siglo 24 será reconstruido gracias a un invento que aún no tiene nombre". Una vez más, las mentiras de los periodistas quedan al descubierto. Y sólo es un ejemplo. Es más, el propio Mozart tropezó con otro embuste periodístico, como explica en esta anotación escrita apenas unos días más tarde que la anterior: "Estaba comiéndome uno de esos bombones con mi cara que venden a los turistas que se pasean por Austria, cuando leí en el periódico la siguiente nota: 'Cuando Bach escribía su inacabado Arte de la fuga, con su acostumbrada pulcritud, unos meses antes de morir, jamás se imaginó la travesía que enfrentaría el manuscrito en el futuro. El preciado documento se salvó de bombas y pillajes antes de ser parte de una disputa diplomática en el siglo XVIII'. Esto es mentira, como casi todo lo que llevan a cabo quienes se dedican al joven oficio de periodista. Ayer mismo estaba leyendo los diarios de Bach y di con este fragmento: 'Estoy escribiendo, con mi acostumbrada pulcritud y unos meses antes de morir (acabo de consultar la fecha en la decimotercera edición de la Enciclopedia Británica), mi Arte de la fuga. En alguna ocasión he imaginado la travesía que enfrentara este manuscrito tan pulcro en el futuro. Este preciado documento, imagino, se salvará de bombas y pillajes antes de ser parte de una disputa diplomática en el siglo 17. También imagino que un tal Glenn Gould grabará polémicas interpretaciones en el siglo 20". Ah, la historia se repite: los músicos mueren pocos meses después de componer pulcramente alguna obra y los grandes genios creadores (Mozart, Gepetto y yo mismo, por citar los tres primeros nombres que me vienen a la mente) destapamos las mentiras de la prensa internacional. Concluiría este texto entonando una emotiva y patriótica canción, pero el juez me lo tiene prohibido.


 
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Criminal


Isabel Sánchez ha sido arrestada por haber cometido todos los delitos sin esclarecer del 24 de febrero de 2007 entre las ocho y las doce de la noche. "Fuimos preguntando aquello de dónde estaba usted la noche del tal a la hora cual, medio en broma medio en serio --comenta el comisario de los mossos d'esquadra Bernat Metge--, hasta que dimos con un periodo de tiempo para el que la sospechosa no tenía coartada. Y usted no sabe la de robos y asesinatos que se cometieron en esas cuatro horas. Podemos asegurar sin temor a equivocarnos que hemos capturado a una de las delincuentes más sanguinarias del mundo y parte de Europa". El abogado de Isabel Sánchez espera poder exculpar a su cliente de al menos la mitad de los delitos. "Lo peor es que la policía ha especificado el periodo de tiempo, pero no el lugar. Estados Unidos ya ha pedido su extradición para juzgarla por un total de cuarenta asesinatos y, en fin, parece que hay base legal. Incluso Irán quiere apedrearla por haber mirado con ojos lascivos la fotografía de una mujer que sonreía en un anuncio de dentífrico". Aunque su abogado es moderadamente optimista, las cosas se le podrían poner aún peor a Isabel Sánchez. Y es que fuentes cercanas a la investigación sugieren que la acusada tampoco tendría coartadas para varias horas del 12 de marzo de 2007, del 27 de agosto de 2004 y del 14 de junio de 1999. La familia de la presa ya se ha movilizado y ha impreso octavillas y camisetas con el lema: "Isabel será inocente de algo, digo yo". Este contundente lema no ha impedido la compra de los derechos de la historia por parte de una productora de Hollywood, que quiere llevar al cine este relato de una mujer que viaja a la velocidad de la luz para satisfacer su sed de sangre.


 
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