Juan José Millás


Leyendo a Millás me suele dar la impresión de que me ha plagiado los artículos y novelas que nunca escribiré. Y, claro, ahora no me queda nada por narrar. Bueno, tengo una idea para una novela en la que él ya está trabajando.
 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us
Si Kafka hubiera podido terminar la novela, a lo mejor hubiera decidido que el agrimensor K. llegara finalmente al castillo. K Aunque Borges ya sugirió que el checo jamás habría acabado sus novelas y cuentos inconclusos. Que nacieron para no tener final.
 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us

Acústica, eléctrica y electrónica


Maradona, imagen -¿imagen?- del Sónar
Por las calles de Barcelona ya se pueden ver los carteles que anuncian el Sónar, festival de música (supuestamente) avanzada, usando como reclamo a Maradona. Lo cual me trae a la cabeza las críticas que suele recibir la música tecno: que si sólo es ruido, que si no hay letra, que si no dice nada, que si todas las canciones son iguales. Muchas veces se aduce además la ausencia de instrumentos. De ciertos instrumentos, vaya. Especialmente, guitarras eléctricas. La mayor parte de estos criticones es amante del rock, ya sea de grupillos alternativos y supuestamente auténticos que desaparecen a los seis meses después de haber salido al mercado, o de dinosaurios con pasado teóricamente glorioso aunque me temo que mitificado. Curiosamente todos ellos parecen olvidar que prácticamente las mismas críticas que recibe el tecno las recibió el rock en sus comienzos. Y si el demonio a exorcizar en el tecno son los sintetizadores, en el caso del rock fueron las guitarras eléctricas. Marshall McLuhan ya decía que el medio es el mensaje, pero la frase llega aquí a extremos absurdos: se rechazan músicas porque han sido usados sintetizadores; se rechazaron en su momento por el uso de guitarras eléctricas. Se ignoran los resultados, las posibilidades expresivas. La cuestión es entretenerse con meros aspectos técnicos, olvidando la valoración del producto final. Y, en realidad, este producto final no difiere demasiado en ambos tipos de música. En la mayoría de los casos se trata simplemente de cancioncillas más o menos entretenidas y más bien obviables. Ya sean acústicas, eléctricas o electrónicas. No creo que estos odios entre guitarras y ordenadores sean principalmente un problema de generaciones. Los sintetizadores llevan décadas presentes en la música, tanto popular como culta. Y, por ejemplo, quienes abuchearon a Bob Dylan cuando, por primera vez, salió al escenario con una guitarra eléctrica no serían precisamente mucho mayores que el propio cantante. Por no hablar de cuando uno de los componentes de Massive Attack decidió dejar el grupo tras la decisión de usar -otra vez- guitarras. Me temo que en la mayoría de las ocasiones se trata de un rechazo a la novedad por el mero hecho de ser novedad. A veces, ciertamente, ocurre lo contrario: se sobrevalora lo nuevo sólo por ser nuevo. Pero el rechazo al cambio está aún más extendido. Al parecer, a todos nos interesa mantener el status quo. Creemos en una especie de equilibrio precario que hay que procurar no alterar: si funciona, no intentes arreglarlo. Este miedo va desde lo anecdótico hasta lo fundamental. Un nuevo corte de pelo, un diseño atrevido en un automóvil, un género musical más o menos diferente, alguna película narrada de un modo no habitual, un sistema novedoso de pagar los impuestos, una religión. El rechazo es automático. Hasta que nos acostumbramos y valoramos los aspectos positivos que hay en este cambio -si los hay, claro. Pero, pase lo que pase, nunca llegamos a reconocer que estábamos equivocados; que cambiar, en esta ocasión, era cambiar a mejor. Hasta que al cabo de unos años se nos anuncia un nuevo cambio y la situación a la que ya estamos habituados, como es natural, nos parece inmejorable.
 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us

Gestalt


Si el todo no es igual a la suma de las partes, dos más dos nunca sumarán cuatro.

Gestalt
 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us

Stephen Jay Simpson


Fue casi un homenaje. Ayer reemitieron (por enésima vez) el episodio de The Simpsons en el que aparecía el recientemente fallecido Stephen Jay Gould: Lisa la escéptica. Digo casi un homenaje, ya que me temo que fue involuntario: era el episodio que tocaba. La trama era especialmente adecuada para que apareciera el paleontólogo, no tanto por sus teorías acerca de la evolución, sino más bien por sus ideas sobre la relación entre religión y ciencia: Gould (teóricamente) debía ayudar a Lisa a demostrar que el esqueleto alado que ha encontrado en Springfield no es el cadáver de un ángel, pese a la opinión del resto del pueblo. Las opiniones de Gould acerca de estas relaciones son sentido común en estado puro. Las publicó en Ciencia versus religión, un falso conflicto. El científico -que se define como agnóstico- habla de "magisterios no superpuestos" para religión y ciencia: mientras el ámbito de la religión es la ética y las creencias, el de la ciencia es el de la explicación del mundo material. Ambos ámbitos han de mantenerse separados, a pesar del necesario diálogo: la religión no puede renunciar a admitir, por ejemplo, la evolución. Por supuesto, la ciencia también ha de respetar sus límites: un científico no puede extraer conclusiones éticas o metafísicas de un hecho científico y darles además a estas conclusiones carácter de verdad demostrada. Un astrónomo, por ejemplo, puede ser ateo (faltaría más), pero no puede decir que sus conocimientos le han demostrado que Dios no existe (aunque estos conocimientos le hayan ayudado a llegar a esa conclusión. De todas formas, Gould tampoco aporta ninguna novedad teórica: sólo algo de sensatez. Lo que explica ya lo decía Kant hace más de dos siglos en su Crítica de la razón pura: no podemos demostrar ni la existencia ni la no existencia de entidades no empíricas. Así pues, y por ejemplo, no tiene sentido plantearse la posibilidad de demostrar que el hombre tiene alma y que ésta es inmortal. El mejor resumen de todo esto lo da el juez de Springfield en el mencionado episodio, cuando decreta pena de "extrañamiento: la religión no deberá acercarse a menos de quinientos metros de la ciencia". Stephen Jay Gould, versión Groenig

Nota al margen Apartándonos un poco del tema, cabe recordar que la cuestión es diferente si hablamos de adivinos, curanderos, espiritistas y demás: éstos no pretenden adquirir el status de religión y, por tanto, de mera creencia. Al contrario, quieren que sus actividades sean consideradas científicas. En consecuencia, han de contrastar sus hipótesis con la realidad. Y hasta ahora no lo han logrado.

Otra nota al margen Normalmente la polémica viene de las injerencias entre religión y ciencia, pero no son menos jugosos los roces entre ciencia y arte. Particularmente si hacemos caso a Feyerabend, que sugiere que ambos ámbitos siguen procesos creativos idénticos. Por decirlo rápido y mal, da lo mismo una sinfonía que una ecuación.


 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us