noviembre 2024 | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
dom. | lun. | mar. | mié. | jue. | vie. | sáb. |
1 | 2 | |||||
3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 |
10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 |
17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 |
24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 |
abril |
Formas de mentir
El Museo del Cine de Girona está dedicado a mostrarnos las técnicas para mentir usando sombras y luces.
Parece que desde siempre, o desde casi siempre, hemos sentido ganas de simular la realidad. Para engañar a los incautos. Para hacer como si pudiéramos controlar nuestras vidas. Para intentar comprenderlas.
Realismos
Josep Pla comenta en el Quadern gris que no le gusta leer novelas porque éstas sólo consiguen reflejar la vida cuando describen una situación y unos personajes; cuando crean y resuelven un conflicto no están a la altura de sus pretensiones. "En la vida no hi ha res que s'acabi, si no és per mort o per oblit -afirma-. Però les novel·les no solen pas acabar d'aquesta manera". Pla ve los finales falsos, artificiales. Y es cierto que en la vida los conflictos no acaban con tanta contundencia como en la mayoría de las novelas. Estos conflictos ni siquiera son tan unívocos, tan claros, tan definidos, como en la ficción. De todas formas, no creo que la literatura aspire a ser meramente un espejo de la vida, como dice Pla. Los mejores libros no nos muestran cómo es la realidad. Sería absurdo: nosotros ya la vemos y vivimos, sin necesidad de páginas y de tinta. Los mejores libros, creo, son los que nos ayudan a entender esta realidad. No son tanto representación como interpretación. Por eso, y al menos en cierto modo, Kafka es más realista de lo que puede ser, por ejemplo, Galdós. Porque Kafka refleja mejor angustias, sensaciones, modos de sentir y de vivir. Aunque nadie se haya convertido nunca en insecto.
Premios y castigos
Los artistas han de comer. Evidentemente. Y por eso a nadie le extraña que vendan sus cuadros, cobren por escribir o exijan su sueldo tras dirigir una película, por poner algún ejemplo. También necesitan alimentar su ego. Y por eso reciben bien sonrientes premios y elogios, con alguna rara excepción, como la aversión a los Oscar de Woody Allen. Pero resulta que cobrar y ser premiado puede -y digo puede- ser contraproducente para un creador. En Ciencia, orden y creatividad, de David Bohm y David Peat, se explica un experimento de Desmond Morris en el que se proporcionaba a chimpancés telas y pinceles, que los micos aprovechaban para pintarrajear "equilibradas figuras de color, que recordaban de alguna manera a algunas formas del arte abstracto". Sí, la comparación entre un mono y Antoni Tàpies podría ser jugosa, pero resistiré la tentación y me centraré en otro paso que dio Morris en su experimento: recompensar a los chimpancés por hacer sus pinturas. "Muy pronto su trabajo comenzó a degenerar -explican Bohm y Peat-, hasta que llegaron a realizar justo el mínimo que satisfaría al experimentador. Puede verse un comportamiento similar en los niños, cuando toman 'conciencia' del tipo de dibujo que ellos creen que se 'espera' que hagan. Reciben indicios de esto por recompensas sutiles e implícitas, como la alabanza o la aprobación". En el caso de algunos adultos, los indicios no son tan sutiles: dinero, premios, ventas, palmaditas en la espalda, que pueden obligar, aunque sea de modo inconsciente, a hacer lo que los demás quieren que se haga y no lo que uno quiere hacer. Y no es que tenga nada perverso -en principio- darle al público -o al jefe- lo que pide. Pero eso, claro, es un oficio, no un arte.
Recuperar a Freud
Sigmund Freud había pasado de moda: eso parecía claro. Daba la impresión de que sólo se mencionaba su nombre para criticarle, dejando por los suelos el psicoanálisis, al que se etiquetaba de conjunto de patrañas de nulo valor terapéutico y científico. Aunque, eso sí, la mayoría de estos críticos concentraba sus esfuerzos en dejar bien claro que ellos jamás habían querido acostarse con sus madres. Visto el panorama, yo ya me había hecho a la idea de que hay que leer a Freud no tanto como a un médico, sino como a un ensayista. Por cierto, brillante. De hecho, mi primer contacto con Freud fue en la clase de filosofía de Cou. Sí, filosofía. Cosa que dejaba claro que al psiquiatra se le recordaba más bien como a un escritor que con su espléndida prosa había enfrentado al hombre con algunos de sus impulsos y, especialmente, le había dado al sexo la importancia que siempre se le había negado. Pero al que no había que tomar muy en serio. De hecho, el propio Harold Bloom le dedica un capítulo de su Canon occidental, y asegura que su éxito "consiste en haber sido un gran escritor. Como terapia, el psicoanálisis agoniza y quizás ya esté muerto". "La visión de la psicología humana que tiene Freud -añade- se deriva, no de una manera del todo inconsciente, de una lectura del teatro de Shakespeare". En resumen, a Freud se le veía y leía como a un prosista delicioso -que lo es-, cuyas ideas se consideraban prácticamente obsoletas, aunque se remarcara que narraba de muerte los casos clínicos -hecho más que cierto. Pero ayer leí en La Vanguardia que la cosa quizás no sea del todo así: la neurobiología está confirmando que algunas de las hipótesis del austriaco son correctas. El neurólogo Antonio Damasio explica que "la idea de que nuestras emociones actúan por debajo del umbral de la consciencia, y que guían nuestros comportamientos conscientes, es muy buena desde el punto de vista de las neurociencias modernas". Damasio se atreve incluso a asegurar que la neurología acabará confirmando muchas de las ideas de Freud, a pesar de que, como terapia, el psicoanálisis sólo "sea útil en algunos casos concretos". Por ejemplo, "para que las personas que llaman neuróticas aprendan a comprenderse a sí mismas". Según el neurólogo, Freud no sólo no soltó meras patrañas, sino que además "estaba en la buena dirección, pero no tenía el instrumental para estudiar el cerebro y confirmar sus ideas. Por eso, en lugar de estudiar el cerebro, estudió la mente". Aunque, claro, estas declaraciones no le quitan razón a Bloom: Freud es un gran escritor y la mejor forma de estudiar la mente es leyendo a Shakespeare.
Régulo
Según la leyenda, los cartagineses cegaron al general romano Régulo cortándole los párpados y obligándole a mirar al sol.