La violación de Goya


Los hermanos Chapman se presentan en el Museo de Arte Moderno de Oxford con una exposición titulada The rape of creativity, en la que se incluye la serie Insult to injury, compuesta por cuadros de Goya destrozados. Básicamente. Jake y Dinos Chapman se hicieron con una serie de reproducciones de Los desastres de la guerra, reproducciones realizadas en 1937 como protesta contra las atrocidades del fascismo durante la Guerra Civil. Una edición valoradísima, en todos los sentidos. Y lo que han hecho con ella es sustituir los rostros por caras de payasos y de animalitos. No es la primera vez que los muchachos homenajean con Goya a su particular manera. En Transgresiones, Anthony Julius habla de su Grandes hazañas con muertos, reproducción en látex y a tamaño real de uno de los Desastres, ¡Grande hazaña! ¡Con muertos!, en la que aparecen un par de cadáveres mutilados y atados a un árbol. Julius explica que el pintor español representó la violación de un muerto, que es en cierto modo algo sagrado, mientras que los hermanos Chapman profanaron de hecho a un muerto: la obra es "una gran hazaña contra el difunto Goya". Julius añade que la obra de Jake y Dinos "es un incidente de guerra entre el artista y su público; es transgresor por el sencillo hecho de que agrede". Por lo tanto, en Insult to injury, los hermanos Chapman vienen a seguir la misma línea, aunque también, según The guardian, quieren mostrar lo inadecuado que es el arte como protesta contra la guerra, ya que un cuadro no puede detenerla. Lo cual es decir que el arte se ha de valorar por sus efectos, al menos el arte llamado comprometido. No sé, el caso es que a mí el arte comprometido nunca me ha acabado de llegar, y el que me llega, lo hace justamente por la parte, digamos, menos comprometida y más personal. Ahora, del mismo modo, lo que menos me escandaliza es lo que está hecho, justamente, para escandalizar. Sobre todo desde que los escándalos son acogidos inmediatamente en los museos y apreciados al momento y sin crítica como obras de arte. Es decir, desde que se trata a lo transgresor como si no lo fuera. Y quizás porque, en realidad, no lo es. A pesar de todo, viendo Insult to injury en el monitor, no puedo dejar de estar de acuerdo con el periodista del diario británico, cuando dice que "de alguna manera, no destruyen, sino que encuentran algo nuevo en los Desastres de la guerra (...) Las manchas de color violetas y blancas, las cabezas de payasos y de cachorros, son impresionantemente horribles. Cobran vida, personalidad, por el dibujo certero, y no resulta ser tanto una colisión como una colaboración, una asimilación, ya que parecen pertenecer a las pinturas. (...) Lo que los Chapman han hecho es algo sucio, psicótico y sin valor; no tanto una parodia de Goya como una extensión de su desesperación". Con lo que al final, y a pesar de sus reservas, la obra de Jake y Dinos podría también verse como una crítica contra la guerra, que es tan cruel y tan despreciable que acaba siendo absurda y ridícula.

Uno de los grabados de Goya rectificados por los Chapman en Insult to injury

 
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Una ventaja de los prejuicios


Como todo el mundo, yo estoy cargado de prejuicios. No me refiero a los raciales, faltaría, sino simplemente a que, antes de ir al cine o de comenzar a leer un libro ya tengo una idea aproximada de lo que me voy a encontrar. Y normalmente acierto, supongo que como todo el mundo, aunque Las horas, por poner uno de los muchos ejemplos que podría poner, me sorprendió. Y para bien. Me encantan las sorpresas, pero, justamente por el hecho de ser sorpresas, no abundan. Este fin de semana iré a ver Chicago cargado de prejuicios: por ser un musical, porque es de Bob Fosse y porque tendré que soportar a Richard Gere, entre otras cosas. Todos estos prejuicios me van a ahorrar trabajo. Es decir, si Gere me revuelve tanto las tripas como es habitual, no necesitaré perder el tiempo intentando calificar su interpretación: sólo tendré que decir que, mira, ha estado como siempre. Alguna ventaja tenían que tener los prejuicios. Y si los prejuicios propios ahorran trabajo, no resulta difícil imaginar lo descansado que es apropiarse de los ajenos. Por ejemplo, Javi (el follador, no el que a veces aparece por esta página) me ha dejado leer algún fragmento de un un mail de un amigo suyo que ya ha visto la película. El juicio de esta persona coincide tanto con algunos de mis prejuicios que he decidido no tomarme ni siquiera la molestia de terminar de fabricármelos. Simplemente adaptaré los de este chico. Y aquí los pongo a disposición de quien necesite prejuicios gratis:

Chicago es sólo para fanáticos del musical -y no como yo, ya que, de entrada, el género me produce cierta grima-. En realidad, no es más que un Bob Fosse descafeinado, que aprovecha el éxito de Moulin Rouge y que ha contado con una campaña de publicidad muy bien hecha. Además, y aunque los tres actores protagonistas son candidatos a ganar un Oscar, sólo merece la pena la interpretación de Catherine Zeta-Jones, ya que Renée Zellweger y Richard Gere me recuerdan a los peores secundarios de Farmacia de guardia.

Quizá alguno se escandalice, pensando que vaya maneras de ir al cine son esas y que los prejuicios sólo sirven para encorsetar el cerebro. Bueno, a lo mejor es verdad, pero, primero, insisto en que dejo margen para la sorpresa y que mis prejuicios no van más allá de lo que me pueda parecer una película. No son más que marcos formados por mi (escasa) experiencia en estos temas. Y, segundo, en mi defensa he de recordar que yo al menos aviso de que son prejuicios, y no como tantos críticos que publican textitos en la prensa como si de verdad hubieran visto las películas o asistido a los conciertos.


 
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Hamilton



Richard Hamilton, I'm Dreaming of a White Christmas


 
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Sin talento


En el librito del compacto de la banda sonora de Las horas, Michael Cunnigham explica que escribe novelas porque no puede cantar, tocar un instrumento o componer sonatas. No me parece un mal motivo. De hecho, a mí me serviría para explicar por qué escribo en esta página: porque tengo el oído musical de un picaporte, porque no podría pintar un cuadro que mereciera la pena mirar durante más de dos segundos y porque si tuviera la oportunidad de rodar una película no sabría por dónde comenzar. Supongo que le diría a todo el mundo algo así como "haced eso que hacen en Eva al desnudo", por ejemplo, cosa que no me parece propia de un buen director de cine. Pero no me dedico a esta bitácora sólo por una cuestión de evidente incapacidad para realizar esa serie de cosas a las que preferiría dedicarme. Al fin y al cabo, esto tampoco se me da demasiado bien y, además, sería compatible. Es también por comodidad: todo eso es muy complicado. Para rodar una película hacen falta demasiados cacharros, demasiado dinero y demasiada gente. Bueno, demasiado para mí, claro. La música tiene el inconveniente de que no podría interpretarla en cualquier sitio. Al fin y al cabo, esta bitácora la puedo actualizar desde el trabajo, por poco que disimule. Pero creo que me mirarían raro en la oficina si sacara un saxofón y me pusiera a tocar. En cuanto a la pintura, poco más o menos lo mismo, además de lo irritante que debe ser que se te acabe el color amarillo, por poner, justo cuando más falta hace. En fin, ese es mi problema: mucho tiempo libre y poco talento.


 
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Libros y manías


A veces los nombres son como una losa. Pensemos en un libro que lleve en su portada del de Borges, o el de Cela. Sí, de acuerdo, se venderá de maravilla. Pero, también, los prejuicios sobre esos escritores impedirán que muchos se enfrenten a los textos de buen grado. Los tópicos, los clichés, impiden muchas veces disfrutar o simplemente juzgar un libro (o una película, o un disco). A quien le repugnen los rasgos más conocidos de la literatura de Borges, difícilmente leerá ninguno de sus cuentos sin fruncir el ceño cada vez que en la narración aparezca un tigre o un espejo. Y eso a pesar de que somos conscientes de que estos tópicos son, en el mejor de los casos, exageraciones, caricaturas. Ejemplo: el adjetivo kafkiano, que se usa cada vez que aparece por en medio algún trámite, por simple que sea. No creo que este problema tenga solución. Al menos, dudo de que un editor se plantee la posibilidad de vender Cien años de soledad, por decir, bajo otro título y otra firma. Aunque sólo sea para averiguar si quienes no tragan a García Márquez son sinceros o se apuntan al carro de los que apedrean a los consagrados por el mero hecho de serlo.


 
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