Objetivos


Arcadi Espada se lamentaba hace unos días de que "la objetividad no exista. De que los hechos no puedan narrarse con independencia de las creencias". Digo "se lamentaba" porque creo que eso hacía, aunque no sé si hay algo de sorna en sus palabras y tampoco sé hacia qué o quién se dirigiría dicha sorna. En todo caso, este lamento, sea sincero o no, es compartido por muchos, en especial en lo que se refiere al periodismo. No son pocos quienes sienten la necesidad de que haya una versión objetiva de los hechos, de que exista una verdad -sólo una- y, si es posible, que dicha verdad coincida con sus propias creencias. La felicidad es aún más completa si esta verdad es la que recoge el diario que uno lee y no el periódico enemigo. De todas formas, yo prefiero que la objetividad no sea más que un mito. No podemos asumir otro punto de vista que el nuestro, y el nuestro, por definición, será subjetivo. Despreciar la subjetividad es despreciar nuestros puntos de vista, nuestras creencias, nuestras opiniones. Despreciar, en definitiva, lo que somos. Quizás la verdad está "ahí fuera", esperándonos en plan Expediente X. No lo sé. Lo que sí tengo claro es que ahí fuera no estamos nosotros. Ni podemos estar.


 
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Perder el respeto


Puede que esté de moda reírse del Ulises, pero lo cierto es que Joyce se ríe de todo en esa novela: del patriotismo, de la literatura, de Hamlet, de las interpretaciones de Hamlet –incluida la del propio Joyce-, del amor, de la muerte, de la familia, de Homero, del periodismo, del Ulises. También se ríe de nosotros, pobrecitos lectores, y no sólo de que nos parezcamos tanto al patoso Bloom, sino también de nuestros esfuerzos por intentar leer el libro. Venga, tú puedes, ahora te pongo un juego de palabras para que descanses un poco, pero, espera, ¿ves ese punto? Pues disfrútalo porque es el último que vas a ver en unas cuantas páginas. Los lectores que salen peor parados de las burlas del irlandés son, obviamente, los críticos. El propio Joyce ya dijo que había escrito Ulises "para tener ocupados a los críticos durante 300 años". Creo que se quedó corto. En todo caso, sus juegos literarios tienen mucho de mofa a todos los que se preguntan qué diablos ha querido decir este tipo con esa frase. Lo curioso es que, a pesar de que se trata de una parodia universal, de una burla pantagruélica, normalmente se habla de esta novela con el ceño fruncido y soltando frases supuestamente muy serias y aparentemente muy profundas, cuando lo normal sería verla entre cromos y chucherías.


 
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Aunque sea ceniza


Del mismo modo que algunos sólo hablan bien de la gente cuando se muere, ahora comenzaremos a leer elogios de la colección Saatchi de arte contemporáneo. Porque se han perdido un centenar de estas obras en un incendio. De todas formas, me temo que serán más quienes se alegren de que al final haya desaparecido toda esa porquería, que -dicen- no era arte ni era nada. Alguno incluso propondrá que hay que hacer lo mismo con lo que se ha salvado de la colección, que además y por suerte es la mayor parte. Al respecto de esta pérdida, vale la pena leer lo que escribe Jonathan Jones en The Guardian, quien a pesar de criticar a los que opinan que no se ha quemado más que basura, no deja de resaltar la ironía de que haya ardido un arte que en muchas ocasiones estaba pensado para no durar. Jones también recuerda que se han quemado creaciones de los hermanos Chapman, probablemente los mejores de su generación. De hecho, parece que se ha perdido Infierno, una de las obras en las que los Chapman resaltan los aspectos más absurdos y crueles de la guerra. La instalación consiste en un campo de batalla en el que soldaditos de plomo con uniforme nazi cometen atrocidades los unos con los otros. Hay dos frases respecto a estas obras que creo que merece la pena recordar. Una es del artículo ya citado de Jones: "I can't prove it was great. But anyone who says it doesn't matter that it was destroyed has no claim to say they care about any art. It is exactly the same as someone gloating if Picasso's Les Demoiselles d'Avignon had been burned 90 years ago". La otra es del propio Dinos Chapman: "No pasa nada, al fin y al cabo es sólo arte". Obviamente, no creo que Jones y Chapman se estén contradiciendo.


 
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Perder el tiempo


Emereci le ha estado sacando punta hábilmente a la anotación sobre Crónicas Marcianas. En una de sus dos docenas de críticas, me pedía con una sorna impagable que le explicara a qué dedico el tiempo libre, "a ver si dejo de desperdiciar el mío". Pero me parece que no le pregunta a la persona más indicada. Sobre todo desde que trabajo ocho horas diarias, que son ocho horas perdidas, por mucho que se suponga que contribuyo a la recuperación económica global, que no es poca cosa. Y es que creo que uno pierde el tiempo cuando tiene la sensación de que podría estar haciendo cosas mejores, y entiéndase esto de "cosas mejores" con toda la amplitud posible: más divertidas, más útiles, más enriquecedoras, más descansadas, lo que sea, dependiendo de cada momento y de cada persona. Aunque, de hecho, cuando trabajo, "cosas mejores" equivale a "cualquier cosa". Es decir, no considero que uno esté perdiendo el tiempo por tumbarse en la cama y dedicarse a contar los bultitos del estucado de la pared, si es que quiere o necesita hacer tal cosa. Ni cuando uno llega cansado a casa y se pone a mirar la tele, ni cuando se cocina, ni cuando se echa una siesta, ni cuando se sueña despierto, ni cuando se hojea una revista, ni cuando uno decide quedarse cinco minutos más en la cama. Es más, a veces incluso desperdiciar el tiempo no es una pérdida de tiempo, porque eso es justamente lo que necesitamos: aburrirnos, saber que podríamos estar haciendo otras cosas. Recordar, como dice Josep, que "nos hemos organizado como si el tiempo existiera. / Y encima llueve".


 
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Insultos marcianos


No entiendo por qué algunos se emperran en defender Crónicas Marcianas. Una cosa es que tanto Tele 5 como Javier Sardá tengan derecho a ganar dinero y otra decir, como dicen por ahí, que es un programa muy bien hecho, transgresor, inteligente y demás. En Crónicas Marcianas, los concursantes de Gran Hermano y demás famosillos del tres al cuarto insultan y se dejan insultar. Todo el programa consiste en cuatro gritos. Y eso se supone que es lo moderno y transgresor. La única nota medianamente inteligente es el tono: tanto Sardá, como Carlos Latre, como Boris Izaguirre juegan con una ironía bastante primaria a reírse de los insultados y de los insultadores. Sardá se coloca por encima de ellos y espera que los espectadores hagan lo mismo. Tarea fácil, por otro lado, ya que no hay que ser muy inteligente para sentirse superior a todo este personal. Y esta es la razón del éxito de Crónicas: contrarresta el complejo de inferioridad que sienten -y quizás no sin motivo- muchos de sus espectadores. Sin embargo, este juego del insulto y del menosprecio es en ocasiones excesivo. No por los concursantes de Gran Hermano. Esos se dejan humillar por cuatro perras gordas y aún es poco lo que les hacen. El problema es cuando se denigra a quien no quiere ser denigrado y además no puede defenderse. Cosa que hace a menudo el cretino de Javier Cárdenas y motivo por el que han denunciado al programa: una familia de Tenerife ha demandado a Sardá y a Cárdenas por la vejación que sufrió un disminuido psíquico entrevistado por el impresentable colaborador. Los demandantes piden una indemnización de 300.000 euros. Lo único que me sorprende es que creo que es la primera vez que se lleva a esta gente ante los jueces. Cada cual es libre de ver lo que quiera, y uno no es más tonto por ver programas idiotas, pero ha de admitir si lo que ve es una mierda o no. Y Crónicas lo es. Sólo hay insultos y los insultos no hacen un buen programa, por mucho que la televisión apenas sirva para entretener y deformar. Todos vemos porquerías en la tele de vez en cuando, ya sea Crónicas Marcianas, Salsa Rosa o los informativos. Cada cual hace con su tiempo libre lo que le da la gana. Incluso desperdiciarlo. Las justificaciones son innecesarias y agotadoras.


 
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