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Algunos me llaman ratón de biblioteca (¿o era rata miserable?)
Esto ya está llegando a niveles inauditos. La semana pasada y a pesar de las recomendaciones de mi médico, me vi obligado a responder a uno de estos memes que van circulando de blog en blog. Bien, pues hoy me encuentro con que Tina me endosa no uno, sino dos. El musical lo damos por contestado. A lo ya respondido la semana pasada añadiré que por culpa de un empleo anterior tengo un buen puñado de discos que me avergüenzan y que ni siquiera he podido regalar. Es decir, mis "amigos" se han negado a aceptar uno de mis regalos. Cría cuervos y no te sacarán los discos. Me refiero a cedés como el último (o penúltimo, no estoy seguro) de Eros Ramazzotti y otro --atención, ésta es buena-- de Moncho Borrajo. Sí. He escrito Moncho Borrajo. Y no es un error tipográfico. El meme libresco sí que lo voy a contestar. Mi buen dinero me cuesta poder hacerlo y además quedar bien. Sí, sí, dinero. Al fin y al cabo, no es barato contratar los servicios de la filial española de la Waama, creada por Flann O'Brien a mediados del siglo pasado. Los servicios de la Waama son caros, especialmente teniendo en cuenta que contraté el servicio Le Traitement Superbe, pero son también imprescindibles en la sociedad de hoy en día, en la que se ha olvidado el minimalismo y las casas vuelven a llenarse de muebles. Y es que no hace mucho mi decorador me llenó el loft de estanterías y me vi por tanto obligado a llenar estas estanterías de libros. Pero, claro, era evidente que yo no había tocado ninguno de esos volúmenes en mi vida. Los lomos estaban intactos, sin grietas ni desgaste alguno. Cualquiera que entrara en mi casa podía pensar algo así como "por culpa de imbéciles como éste el Amazonas se está quedando sin árboles". Esto se ha acabado gracias a la Waama, que envió a tres de sus mejores empleados a manipular mis libros convenientemente. Ahora están todos manoseados, se nota que las esquinas de algunas hojas han sido dobladas y hay incluso olvidados accidentalmente y a modo de punto programas del TNC y del Auditori, y entradas del cine Verdi. Más: los libros de bolsillo han sido realmente llevados en un bolsillo durante días, con el estrago para tapas y páginas que tal cosa significa. Y los ensayos están subrayados y llenos de anotaciones al margen como: Excelente. ???? El autor está completamente equivocado en este punto. Me parece correcto, pero creo que Sloterdijk explica lo mismo aportando más datos en el tercer volumen de Esferas, unglücklich aún no traducido al español. Cfr. Gray (1999), pp 145 y ss. Javier Marías me explicó lo mismo en una cena, hará unas semanas. Por supuesto, tampoco faltan las dedicatorias, tan bien falsificadas que los propios autores dudarían. "A mi gran amigo Jaime, un abrazo y gracias por recomendarme a tu dentista". Martin Amis. "Querido Jaime, sin ti este libro no hubiera sido posible". Lucía Etxebarría. (Por ésta me tengo que disculpar.) "A Jaime, con cariño y admiración", Jane Austen. "Permíteme, Jaime, que te dedique esta primera edición de Guerra y paz, agradeciéndote una vez más tu ayuda a la hora de crear algunos de los personajes y de perfilar una trama que hasta que llegaron tus consejos era insostenible". León Tolstoi. Ahora y gracias a la Waama, cuando celebro una fiesta puedo invitar tranquilamente a gente con gafas de pasta, no sólo sin temor sino además con ganas de que paseen su vista por las estanterías y saquen al azar un volumen, no sé, de historia del ballet ruso. El cretino que agarre el libro verá que ha sido vapuleado y subrayado como si incluso pensara escribir una breve reseña para el Times Literary Supplement. Servicio que la Waama también ofrece, pero que supone un gasto ya excesivo.
La tortura es ilegal
Roberto me pasa el testigo de uno de estos grupos de preguntas que van dando vueltas por los blogs. Antes de nada quiero asegurar que respondo libremente y que el revólver que apunta a mi nuca no tiene nada que ver con esto. Es por unas deudas de juego. Y la semana que viene habré reunido el dinero. Lo juro. La primera pregunta es la que me hace más gracia: "Tamaño total de los archivos de música en mi ordenador". Antes de nada, hay que dejar bien claro que lo que importa no es el tamaño. Pero es que, de todas formas, ahora mismo no tengo ordenador. Se me suicidó hará unas semanas. Por supuesto, no actualizo el blog desde el trabajo, ya que sería una desagradable falta de respeto hacia mis jefes. Mi PC era un cacharro ya algo mayorcito de ocho gigas. En los momentos de más actividad musical, entre mi hermana y yo alcanzamos las tres gigas de emepetreses varios. Que sobre ocho no está mal del todo. Cuando ya no cabía ni un archivo más, me grababa un par de cedés, le borraba un centenar o así de canciones a mi hermana y volvía a bajarme unas cuantas de las que me gustaban a mí, de música elegante, como Brahms y Right said Fred. Por supuesto, mi hermana no se daba cuenta ni la mitad de las veces, al tener todos sus archivos en un completo caos. Además, mis conocimientos superiores en informática la mareaban: --Eso habrá sido porque tienes la caché de Google sin defragmentar. Prueba a usar el condensador de fluzo para arrancar el proceso de recuperación. Y si no funciona, reinicia, pero sólo en modo a prueba de ram. --Jaime, estás poniendo palabras una detrás de la otra sin preocuparte por su significado. --Eso es lo que decís los legos en la materia. ¿No habrás formateado el ratón sin querer? Se hace cuando le das a la ruedecita mucho rato seguido. A mí me pasa cuando me aburro en el trabajo. Es relajante. De todas formas, no penséis que yo soy el malo de la película. No, ni hablar. Ejemplo: hará cosa de un año, Marta me regaló un reproductor de mp3. Obviamente, con mi hermana cerca no podía permitirme el lujo de desprenderme de él ni un sólo minuto, pero algún que otro sábado por la mañana que mi hermana tenía que trabajar, la muy aprovechaba que yo estaba durmiendo para entrar de puntillas en la habitación y llevárselo a pesar de mis posteriores protestas. Alguno me dirá que qué tiene de malo que un hermano le preste un gadget musical a su hermana. Así, en abstracto, nada. Pero estamos hablando de mi gadget musical y, sobre todo, de mi hermana. Total, que como alguno ya habrá imaginado, un viernes por la noche de hace unos meses dejé el cacharrito sobre la mesa de mi habitación y nunca más se supo. Por supuesto, mi hermana negó todos los cargos y como vivimos en un maldito estado de derecho, resulta que la tortura es ilegal, y aquí me tenéis, arrastrando un discman de tres quilos de peso. Claro que un reproductor de mp3 no me serviría de mucho sin ordenador. Con esto de la musiquita me he puesto de muy mala leche. Paso del resto de preguntas, prefiero pasarme el resto de la mañana llorando de rabia.
El escritor analfabeto
César Madero hubiera cumplido hoy ciento siete años. Sí, de acuerdo, ciento siete no es un número redondo, pero, claro, teniendo en cuenta que hoy en día casi nadie se acuerda de Madero, esto no es algo que tenga mucha importancia. Madero nació en un pequeño pueblo cántabro, donde ya desde niño ayudó a sus padres a cuidar de una docena de cabras. Aprendió a leer gracias a un cura, se escapó de su casa a los 18 años y marchó a Madrid. Allí trabajaba de día, pasaba las noches en tertulias literarias y leía novelas hasta altas horas de la madrugada. Ahorró y montó un negocio de telas con un par de socios. A los 25 ya tenía tres tiendas en Madrid y otra en Barcelona. A los 29 publicó su primera novela, Tesón, libro primerizo y autobiográfico en exceso. Las malas críticas no le desanimaron. Al contrario: un año más tarde vendió su parte del negocio, dispuesto a dedicarse únicamente a la literatura. Tras una obra de teatro de relativo éxito y un libro de poemas formal y clásico, alcanzó el éxito con La sensación, la primera de sus novelas de empresarios, amantes, nuevos ricos y anarquistas de salón que tuvieron tanto éxito de público a pesar del ninguneo de la crítica. A este tomito le seguirían otra decena de novelas con su estilo vivo, espontáneo y apresurado. En el 36 publicó la que se considera su obra maestra: El púlpito y la sangre, la truculenta historia de un joven sacerdote psicópata, tildada en su momento de morbosa y tremendista, pero considerada ahora una precursora de la novela contemporánea. Camilo José Cela afirmaba que ésta era una de sus novelas favoritas y su influencia en el Pascual Duarte es más que evidente. Pero es que incluso Martin Amis ha hablado del "impacto que supuso leer este libro, justo cuando estaba atascado con Dinero". Pero Madero no volvió a escribir. Al estallar la guerra, su secretario, Ángel Palacios, se quedó en Madrid, mientras que Madero, afín a los nacionales, pasó a Burgos y después a San Sebastián. Se sabe que Madero intentó ponerse en contacto con Palacios y que éste se negó a acudir junto a él. Se sabe también que le pidieron al novelista que colaborara con algunos textos de propaganda, pero que se declaró incapaz por problemas de salud. Muchos señalaron la casualidad de que dejara de escribir justo tras separarse de su fiel secretario, al que había contratado ya cuando puso en marcha su negocio de telas y antes de publicar su primer libro. Al fin y al cabo, ¿cómo va un cabrero a convertirse en novelista, así sin más? Algunos decían que aquellos rumores no eran más que propaganda envidiosa de los rojos, pero lo cierto era que hacía años que se insinuaba que el autor de las novelas de Madero era Palacios. Estos rumores no fueron beneficiosos para ninguno de los dos: a una figura del frente nacional le escribía los libros un republicano, y el republicano a su vez había sido el lacayo de un industrial con ínfulas de autor. Y así hasta que pocos meses después de la muerte de Madero apareció un manuscrito. Del propio Madero. Escrito con letra de colegial y encontrado en un cajón. Una novela corta, de unos cien folios, plagada de faltas de ortografía, errores de gramática y sintaxis, y sin apenas puntuación. Pero también una maravilla literaria que, tras las debidas correcciones, se publicó con el título de Doce sombras. Fue entonces cuando Palacios se decidió a hablar. Explicó que Madero fue analfabeto casi toda su vida. Ningún cura le había enseñado a leer. En Madrid conoció a escritores y periodistas, y su mundo de cafés y pequeñas vanidades le fascinó. Contrató a Palacios para que le leyera novelas y poemas en voz alta. El secretario también le dio clases de historia y de filosofía. Madero se atrevió en seguida a dictarle cuentos y poesías. No tardaría en dictarle su primera novela, que el propio Palacios corrigió. "Era un genio --explicó--. Había que verle de pie, paseando por la habitación, bramando diálogos y descripciones". Hasta que llegó la guerra y se separaron. Durante el conflicto, Palacios sobrevivió trabajando como periodista. En el 39, se resignó a encerrarse en la oficina de su tío, nacional que le ofreció un buen puesto, que por la familia se hace todo. Madero quiso que Palacios volviera con él y le ayudara a escribir Doce sombras. "La tengo entera en la cabeza, me dijo, palabra por palabra, después de haberla repetido en voz baja una y otra vez durante tres años. Le dije que había perdido las ganas, que se buscara a una mecanógrafa, que ya no tenía ilusión. En lugar de eso y seguramente por vergüenza, se hizo con cuatro libros para niños y se dedicó a intentar aprender a leer y a escribir. Y yo me olvidé de él y de su novela". Un día la criada se lo encontró muerto y sin más lo enterraron. Posiblemente se ocultó su suicidio. Palacios le sobrevivió quince años. En el 57 a él y a un joven veinteañero les aplicaron la ley de vagos y maleantes. No era la primera vez que le pillaban. En esta ocasión le dieron una paliza. Su corazón, ya enfermo, no aguantó.
El botón
Hay temas que son tan complicados que lo que uno pueda decir siempre suena a hueco. La eutanasia, por ejemplo. Y Terri Schiavo como caso límite. La única ventaja de los casos límite es que nos permiten poner en cuestión nuestros puntos de vista. No se trata de uno de esos ejemplos claros de enfermos terminales que parecen estar muy seguros de lo que quieren, ya sea que les ayuden a aguantar o que les ayuden a morir. Obviamente estos casos tampoco son ni fáciles ni agradables, pero encajan dentro de las ideas que creemos tener acerca de las cosas. Casos como el de Schiavo no encajan en absoluto y por eso nos hacen dudar acerca de si esas ideas son tan firmes y tan sensatas como creemos. Parece claro que Schiavo no podrá mejorar, pero sus padres dicen que sí reacciona a los estímulos. Puede que Schiavo dijera que si le pasara algo así preferiría que no la mantuvieran con vida, pero lo cierto es que no dejó nada parecido a un testamento vital. Schiavo no podrá seguir viviendo sin ayuda, pero eso no significa que su vida sea sólo un incordio y un problema económico porque, obviamente, ninguna vida lo es. Su cerebro está muy dañado y hay quien puede asociar conciencia --incluso alma-- con el cerebro, pero eso no significa que lo mejor sea dejarla morir porque en realidad no está viviendo. Hay gente que tiene muy claro lo que piensa al respecto, pero yo sólo tengo unas cuantas docenas de dudas y, por si a alguien le interesa, la sensación no muy razonada de que no me parece bien quitarle el tubo que la alimenta. Sólo hay un par de cosas de las que estoy más o menos seguro. Primero: me parece ruin que los padres de Schiavo acusen a su aún yerno de querer desconectar a su hija sólo por el dinero del seguro. Se podrá dudar acerca de si es correcto dejar que Schiavo muera, pero creo que es injusto convertir a su marido en un nuevo von Bülow Segundo: me parece cruel dejar morir a alguien de hambre. Imagino que en estos casos se prefiere desconectar una máquina, que es algo que suena muy aséptico y muy clínico. Darle a un botón y fuera. Pero resulta que esa mujer, esté como esté, podría tardar dos semanas en morir deshidratada una vez retirado el tubo. Pero, claro, todo esto es muy complicado y no se trata sólo de darle o no a un botón y creo que es una suerte --al menos y dentro de lo que cabe-- que no se trate sólo de botones.
Sentencias (de muerte)
Pongo a disposición de mis lectores un nuevo servicio. Se trata de una lista de aforismos que no significan nada y que permiten impresionar a los amigos y a las citas de buen ver sin correr el riesgo de que a uno le lleven la contraria. Son absolutamente inofensivas: nadie podrá enfadarse con quien las diga por el hecho de que su opinión le resulte molesta. Eso sí, como estas máximas no quieren decir nada en absoluto, para triunfar con ellas es necesario declamarlas con suavidad, levantando ligeramente una de las cejas y, quizás, sonriendo con picardía. El dedo índice de la mano izquierda ha de estar moderadamente alzado, sin llegar a la rigidez. Cuando no hay nada que decir, la pose es esencial. Por supuesto, también hay que tener la suficiente agilidad como para cambiar de tema justo después de que los interlocutores hayan quedado impresionados con el ingenio de uno y justo antes de que se den cuenta de que no hay tal ingenio. O sea, que no les dé tiempo a pensar e incluso que al final de la tarde comenten: "¿Cómo era aquello tan rebonito que dijo?", pero que no lleguen a acordarse, no sea que se den cuenta de que decir, lo que se dice decir, no se dijo nada. Aquí va la primera remesa: -Todo el mundo es igual, hasta que te fijas y te das cuenta de que todo el mundo es diferente. -El problema de la izquierda no son los ideales, sino las ideas. Y el problema de la derecha no son las ideas, sino los ideales. -La muerte es como el final de una película que es comedia y tragedia a la vez. -La literatura es el planeta en el que viven los libros. -Para vivir la vida, hay que dejar transcurrir los años. -El dinero sirve para comprar (recomendamos una pausa) lo que se puede comprar. -Hay cosas que no compensan. -Internet está llena de páginas, pero no es un libro. -Los libros están llenos de páginas, pero no son internet. -La música es el himno del alma. -El alma es la música del concierto de nuestras vidas. -Un buen plato es como un buen cuadro. (O un buen cuadro es como un buen plato.) -Si las mujeres pueden ser madres es porque llevan vida dentro de ellas durante nueve meses. -Los periódicos sólo traen fotos, noticias y artículos de opinión. Si se prefiere, uno puede atribuir la autoría de estas citas a alguien con renombre en esto de los aforismos, cosa que puede ayudar a crear una mayor credibilidad y sensación de profundidad e inteligencia. En este caso, se recomienda citar a los intelectuales y escritores que han dicho tantas cosas que resultaría casi imposible comprobar la veracidad de tal atribución. Los nombres más indicados son los de Oscar Wilde, George Bernard Shaw, Hermann Hesse, G. K. Chesterton, Groucho Marx, Lichtenberg, Albert Einstein, Winston Churchill, Miguel de Unamuno y Pedrito Ruiz.