El ataque de los filólogos asesinos


Hay que ver lo mal que tratamos la lengua hoy en día, mucho peor que antes, dónde va a parar, si antes la gente hablaba en sonetos. Ay, si Lázaro Carreter levantara la cabeza. Pánico en Madrid, ya lo estoy viendo, el ataque de los filólogos zombis. Todos los académicos muertos, los muertos y enterrados, quiero decir, no los muertos que se reúnen los jueves, vaya, los clínicamente muertos, no sé si me explico. Por dónde iba. Ah, sí, todos los académicos muertos saliendo de sus tumbas y atacando a los pobres laístas, leístas, dequeístas, queístas y demás istas. Groar, ése de ahí dice que el tabaco perjudica seriamente la salud, comámonos su cerebro. Y tras una orgía de sangre, destrucción y quizás también sexo, Lázaro Carreter y su ejército de muertos vivientes volverían a sus ataúdes, amenazando con volver en cuanto a alguno se le ocurriera confundir infligir con infringir, o decir dentrífico por dentífrico. Ay, si Lázaro Carreter levantara la cabeza. Se daría con la tapa, como decía el chiste.


 
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Incompetentes


Al fin me llegó la última edición de la Enciclopedia Británica. Sin embargo y por algún motivo que no alcanzo a comprender, mi nombre NO aparece. Sí, un ultraje. He enviado una carta de protesta a los responsables de esta obra que con cada edición pierde calidad a ojos vista. La Encyclopaedia Britannica ya no es lo que era, desde luego que no. Reproduzco la carta por su interés.

Apreciados señores:

Con retraso respecto a las fechas anunciadas por el comercial enviado a mi casa --por cierto, sin corbata-- acuso recibo de los treinta y dos volúmenes de su enciclopedia, incluyendo los correspondientes apéndices, el libro del año 2004 y un interesante catálogo de pañuelos de seda. Observo que en el total de los 64.900 artículos han incluido términos como "stone" o "potato", pero no han encontrado espacio para añadir ni siquiera un extracto de las catorce hojas que les remití con un resumen de mi vida y obras. No hay nada ni en la R de Rubio ni en la H de Hancock (sí, también he mirado en la H, uno no se puede fiar más que de uno mismo). Este hecho me causa no poca sorpresa y decepción: ¿acaso pretenden decirme que toda mi vida y mi trabajo dedicados por entero al cultivo de la excelencia en sí (ver mis publicaciones al respecto) valen menos que una piedra y una patata, dicho sea con todo mi respeto por los colectivos de minerales y tubérculos? Quiero pensar que no se trata de un asunto de mala fe por su parte y que en modo alguno pretendían insultarme. No. Soy de natural optimista y tiendo a creer en la bondad innata de los seres humanos, dentistas incluidos. Creo por tanto que se ha tratado de un simple caso de incompetencia. Algún representante de esa nueva generación de empleados sin sentido del compromiso y de la responsabilidad habrá extraviado el documento que les envié. Puede que incluso voluntariamente, para evitarse así un trabajo que, pese a todo, es necesario. Pero no, nada más lejos de mi intención que provocar la cacería del irresponsable causante de tal estropicio. Aunque, de no hacerlo, la más que discutida calidad de su otrora excelente enciclopedia seguirá decayendo, ya que lo ocurrido servirá como ejemplo a otros redactores y asalariados que optarán también por la indolencia y la ley del mínimo esfuerzo, al no recibir esta actitud el necesario por ejemplarizante castigo. Pero ése, señores, es su problema. Por mi parte, yo me doy por satisfecho si en las sucesivas reimpresiones y reediciones de la enciclopedia incluyen el artículo que les remito de nuevo. Reciban mis más cordiales saludos, etcétera.


 
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¡Relativista! ¡Borracho!


Jaime Rubio fue nuevamente conducido ante el juez. En esta ocasión había sido arrestado por caminar por la vía pública con un libro de Jacques Derrida bajo el brazo. Rubio se presentó una vez más sin abogado. "¡Le he despedido! --explicó--. ¡Le pillé robándome la cartera!" Por supuesto, el pobre hombre no se daba cuenta de lo mal pagada que está la abogacía. Su mala educación no quedó allí: "¡No reconozco a este tribunal!", bramó. Y al ser preguntado por las razones, aseguró que era a causa de sus creencias religiosas. Preguntado por estas creencias, el acusado explicó que era solipsista y que se negaba a ser juzgado por el fruto de su imaginación. "Tengo un terrible complejo de inferioridad y seguro que me acabo declarando culpable". El juez desestimó sus objeciones y aprovechó para recordar sus cuarenta años de lucha por la justicia y contra el comunismo, enlazando con la causa que se estaba viendo aquella mañana: "Y ahora, joven (es un decir), me viene usted con un librito de uno de esos posmodernistas que con su palabrería ininteligible socava los cimientos de la verdad establecida". El acusado fue duramente interrogado por la fiscalía. Rubio reconoció que había pagado casi doce euros por el libro y aseguró que pensaba leerlo "en casa, tomando café de Kenia mientras escucho el primer cuaderno de El clave bien temperado". Finalmente y presionado por el buen hacer del abogado de la acusación, admitió que lo llevaba encima por si veía "a alguna chica con gafas de pasta y tetas gordas" a la que pudiera impresionar. Tarea harto difícil, se permite comentar este cronista, dado el problema de acné que arrastra Rubio, a pesar de que por lo demás aparenta haber entrado ya en la cuarentena. "¿Y no es menos cierto --siguió el señor fiscal-- que usted TAMPOCO entiende lo que explica Derrida?" "Derrida no explica --respondió Rubio--, Derrida sugiere, estimula, pone en duda y hace dudar". "O sea --remachó la acusación--, que no le entiende". Rubio se limitó a bajar la cabeza y a musitar algo acerca de la profesión de la madre del fiscal. No reproduciremos las palabras que creímos entender, pero sí que explicaremos que Rubio también se refirió en términos poco elogiosos a la familia del letrado y les deseó una muerte lenta y dolorosa por inmersión en una piscina cuyo contenido no detallaremos. Rubio recibió finalmente una multa de sólo 300 euros, al no haberse podido demostrar que había leído el texto del "filósofo" en cuestión. También se le retiró el permiso de conducir cuando nada más salir del tribunal se metió en un coche con claros síntomas de embriaguez. Además, el coche no era suyo. Sus vanas excusas --"¡Pero si era un taxi!"-- no le sirvieron de nada.


 
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A ver si nos enteramos de una vez por todas


Al parecer, Mercedes Torres se mantiene en su error e insiste en la tesis refutada ya varias veces en esta misma bitácora. Para quienes no hayan estado al tanto de la polémica, cosa difícil ya que ha llamado la atención incluso de los medios de comunicación "tradicionales", bastará un pequeño resumen. Hará un par de semanas, Torres contestó a mi artículo publicado aquí mismo bajo el título "No hay más cera que la que arde", argumentando --es un decir-- que mi interpretación del estudio de Fleisch sobre la sociobiología no era la adecuada y recordando el libro de Morgan al respecto. Ante la torpe respuesta me vi obligado a recordarle en una breve y acerada contrarréplica que si no había entendido el sistema de precios usado por Lee en su Hay que ver lo caro que está todo es que no había comprendido en absoluto lo que había intentado explicar --y no torpemente-- en mi artículo. Torres se limitó a patalear con la clásica verborrea de la gente de su cuerda y trajo así a colación las propuestas del Partido Republicano de Nueva Zelanda, poniéndolas como ejemplo de reacción social según el esquema de Morgan. Cuando paré de reír, cosa que me costó horrores, le resalté las no pocas divergencias entre el esquema de Morgan y el programa del PRNZ, divergencias que ya manifestó el Instituto Tato en su revista de julio de 2003. Creía que con eso bastaría para que Torres se quedara finalmente callada, pero la pobre ataca de nuevo, con la osadía que da la ignorancia. En este caso no sé si merece la pena el esfuerzo de rebatir su vacua digresión acerca del fundamento económico-social de --otra vez-- Morgan. Y es que, sinceramente, ya no sé cómo explicarle que Morgan basa lo que llama "ecosistema económicológico" en los axiomas económicos de Carrington y NO en las llamémoslas "ideas" de la escuela de Lexington. Creo que Torres ha de leer alguno de los libros de Goodman y Zachs (especialmente El órgano de órganos) y no hacerme perder más el tiempo con su cháchara neooriginalista. EL CLÁSICO COMENTARISTA DE BLOGS POLÍTICOS: Pues a mí me parece que Mercedes tiene razón. JAIME: Pero bueno, ¿acaso has leído lo que dice sobre la movilidad reacción-evasión? ECCDBP: Sí, ahí desbarra un poco, lo reconozco. Pero por lo demás te ha dado un buen baño. J: Er... Uhm... ¿Te importa cerrar esa puerta? ¿Por fuera? ECCDBP: Sí, cómo no... (Sale y la cierra.) ¡Eh! ¡Un momento! ¡Me he quedado encerrado! ¡Encerrado por fuera! ¡Eh! ¡Maldito sectario! ¡Ábreme! Argh, qué rabia, siempre me hacen lo mismo.


 
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Espera, que ésta es buena


Tenía tanta sed que pedí simplemente un vaso de agua. Tomé el primer sorbo y me di cuenta de que Cielo Santo allí dentro del vaso había un señor. Un señor bajito, claro, no más de metro sesenta, pero señor al fin y al cabo, con su traje y su corbata con el nudo aflojado, pidiendo auxilio mientras tragaba agua. Entre la camarera y yo logramos sacarle de allí: ella me sujetó por los tobillos mientras yo colgaba mi cuerpo del borde del vaso y agarraba el brazo de aquel pobre hombre. --Ah, qué horror --nos dijo cuando le sacamos--. Un poco más y acabo en su estómago. --¿Pero cómo lo hizo para caer ahí? --No sé, resbalé... --¿Resbaló y ya está? --No tiene nada de raro... A mí siempre me han dicho que me ahogo en un vaso de agua.


 
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