Nadie tendrá excusa para no leer


Está claro que con el ritmo de la vida moderna, no todo el mundo puede dedicar media hora, qué digo media hora, doce minutos minutos y gracias, a la lectura de un buen libro. ¿Quién tiene tiempo para leer hoy en día, con la cantidad de buenas series que hay, por no hablar de todos esos concursos en los que encierran a gente? Ni siquiera se puede leer en el metro. En las estaciones, hay teles con reportajes interesantísimos sobre los nuevos restaurantes libaneses de Gracia; los vagones están llenos de gente, y los móviles traen de serie el sims, el tetris y la discografía completa de U2, que tienen al menos tres discos buenos. El único momento en el que realmente podemos disfrutar de la lectura es cuando subimos y bajamos en ascensor. Por eso estoy escribiendo mis Cuentos para leer en el ascensor. Relatos de dos capítulos: uno para leer por la mañana, cuando se baja a la calle, y otro para leer por la tarde, cuando se regresa a casa, dispuesto a aprovechar el tiempo libre para ver a Risto haciendo ver que es borde. Por ejemplo:

El atraco

  1. Juan comenzó el día atracando un banco.
  2. Pero un policía desbarató su hábil plan gracias a su astucia.

Un amor imposible

  1. Eva quería mucho a Luis.
  2. Pero después de dos años cortaron porque él era... ¡¡GAY!!

Cuentos repletos de emociones y personajes que se quedan en la memoria, con un final sorpresa introducido por alguna que otra conjunción adversativa (no siempre "pero"). Además, está todo calculadísimo: la primera parte siempre es más corta porque hay que contar el tiempo que uno tarda en leer el título. Por supuesto, todo son ventajas: uno no sólo cultiva el espíritu, sino que también puede evitar tediosas conversaciones de ascensor acerca del tiempo o del partido de fútbol de la noche anterior o de lo maleducado que es el del tercero (oh, ¿usted es el del tercero? Hm. Ya. Buen partido, el de ayer, ¿eh?), con un elegante: "Disculpe, ¿no ve que estoy leyendo?" Mi idea es escribir varios libros con veintidós cuentos, para leer más o menos uno al mes y que al final del año uno pueda decir que "lee bastante", sobre todo teniendo en cuenta que "no paro de trabajar, me tienen esclavizado por cuatro duros; el día que me canse lo dejo todo y me voy a vivir al campo". También estoy trabajando en una serie de ensayos, pequeñas joyas del pensamiento (el mío), como por ejemplo:

La sabiduría de Sócrates

  1. Sócrates sólo sabía que no sabía nada.
  2. Así que cada mañana recuerda que seguro que sabes algo más que ese ignorante, como por ejemplo la capital de Francia (París).

Lo importante de la vida

  1. La amistad es importante en la vida.
  2. También lo es reciclar la basura de forma adecuada.

Estoy en conversaciones con varios editores. He recibido una carta nada menos que de Anagrama, firmada personalmente por la impresora de uno de los empleados de Jorge Herralde --¡el gran Jorge Herralde!--, en la que dice: "Le rogamos que deje de enviarnos sus manuscritos o nuestros abogados se verán en la obligación de emprender las acciones legales pertinentes" etcétera, etcétera. Si no quieren que envíe más obras mías, es porque están ultimando los detalles del contrato millonario que me convertirá en un nuevo Ruiz Zafón. Espero que no se me caiga el pelo, ni engorde tanto, ni comience a escribir como uno de los redactores más vagos de Corín Tellado.


 
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Oda a la lectura


Son sin duda muchas las voces que se alzan cada 23 de abril, día del libro (ignoramos cuál) y nos recuerdan que leer está sobrevalorado. Nada más lejos de la verdad, a excepción de los bares del Tibidabo, que están a tomar por saco. Leer es importantísimo: por ejemplo, si no pudiéramos leer tendríamos que memorizar todos los carteles publicitarios que nos encontramos durante un paseo cualquiera. En caso contrario, no sabríamos qué dicen. Es más, ¿alguien ha probado a seguir las instrucciones de una receta de cocina sin saber leer? Yo sí. Bueno, sé leer, pero no puse mis conocimientos en práctica para demostrar mis teorías al respecto. Y he de decir que la broqueta de atún me quedó regular. Sabía demasiado a ravioli. Al principio me gustó. Hasta que leí lo que había cocinado. En plan, ¿así que esto es lo que los analfabetos entienden por una broqueta de atún? ¿Ravioli al pesto? Es más todavía: si no leyéramos, ¿cómo contestaríamos al correo electrónico? O, mejor dicho, ¿a qué contestaríamos? Iríamos enlazando frases convencionales al azar cruzando los dedos para no soltar ninguna inconveniencia. Un ejemplo: un amigo nos comunica por mail la muerte de su hijo y nosotros, ignorando su mensaje, preguntamos qué tal está el chaval. Exacto, qué tal está el niño muerto. En lugar de recriminarle que nos dé esa clase de noticias por mail. Pero tío. Llama. Que no estamos quedando para tomar unas cervezas. Por mail, no. Pero tío. Lo cierto es que la lectura es mucho más importante de lo que en ocasiones asumimos. Si no supiéramos leer (números), distinguiríamos los billetes por el color, con lo que los daltónicos y demás acromatópsicos y discromatópsicos serían víctimas fáciles de los timadores. Si no supiéramos leer, los camareros estarían afónicos de tanto recitar las cartas de los restaurantes. Si no supiéramos leer, compraríamos por error café descafeinado. Si no supiéramos leer, intentaríamos entrar en establecimientos cerrados, al no poder leer el cartel que reza "cerrado". Si no supiéramos leer, no podríamos consultar el día y hora en que tenemos dentista en caso de haber olvidado los detalles de la cita. Si no supiéramos leer, no podríamos repasar lo escrito y por tanto lo texts estar´na plagados de todo clase derrores. Ah, la lectura. Fuente de conocimiento y placer. No en vano se dice que la pluma es más poderosa que la espada. Ha de ser una espada vieja y una pluma muy larga y afilada, a ser posible con el plumín emponzoñado en algún tipo de veneno que actúe por vía tópica, pero, vamos que si se dice será por algo. Lo dirá alguno que no sabe usar una espada. O que no ha visto una espada en su vida. La pena es la gente que abusa y escribe novelas. O, peor, poesía. Ahí, rimando, que queda ridículo. Tipos de cuarenta años, ya en edad de tener un trabajo de estos serios, de ir con corbata a la oficina, escribiendo poemas. De amor. Hombre, por favor. Que hagas eso con quince años, pues vale. Pero ya con cuarenta. Tu mirada me atraviesa el alma, etcétera. Hombre, por favor.


 
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Arte


Resulta que están buscando (ellos) nuevo director del Macba. Recuerdo que yo fui director de ese museo durante una época. Programé una exposición sobre Velázquez que fue muy controvertida, como casi todas las exposiciones de arte contemporáneo. Un listo incluso me preguntó que desde cuándo Velázquez era arte contemporáneo. Coño, claro que es contemporáneo. De Zurbarán, por ejemplo. También hice cosas modernas que llamaron la atención de... Bueno, de nadie, pero eran cosas modernas. Una performance mía, titulada Hombre montando librería de Ikea y basada en un episodio de los Simpson, funcionó bastante bien. La librería, no. La empujé un poco y se desmontó. Al final fui a una tienda de muebles de al lado de casa y compré una más barata y además me la trajeron al piso y me la instalaron unos señores muy amables. En realidad fue un solo señor, pero la frase quedaba mejor usando el plural. Tampoco era muy amable. Lo normal. Ikea es un timo. Ni es barato, ni es bonito, ni es fácil. La librería, por ejemplo. Al principio me hice un lío y me salió una farmacia. Tardé dos semanas en darme cuenta. La verdad es que una farmacia es un buen negocio ya que la gente tiene la sana costumbre de ponerse enferma. Pero me la cerraron por falta de licencia: decían que yo no era farmacéutico y que un tipo se había muerto o algo así porque le había dado la medicina que no era. Encima. Si se la tomó fue porque le dio la gana. Ni que le hubiera obligado, yendo a su casa, abriéndole la boca y haciéndole tragar todas las píldoras del frasco, cosa que igual sí que pasó, no digo ni que sí ni que no, pero sí que pasó, vamos. Me dio por ahí. Soy un tipo impulsivo. Malditos liberticidas, coartando la libertad de empresa. Es una vergüenza. Es indignante lo que cuesta iniciar un negocio en este país. Indignante. El otro día intenté sacar adelante una multinacional de refrescos con más de quinientas fábricas en todo el mundo y los del banco me pedían dinero. A mí. Pero si es un banco. Si lo que tienen es dinero. Que me pidan, no sé, consejos o yogures. De eso sí que tengo y ellos a lo mejor no. ¿Pero dinero? Es absurdo. ¿Para que lo quieren? Es como darle una peluca a un señor con pelo. Bueno, vale, si tiene frío a lo mejor la puede usar de gorrito, pero no tiene ninguna lógica. Dicho lo cual, diré que el arte contemporáneo es un timo. No, un momento, Ikea es un timo. El arte contemporáneo está bien. Tiene la ventaja de suceder en la misma época y eso ayuda. Porque a veces vas a un museo y el arte de ese museo, al no ser contemporáneo, ya se ha acabado. Concluiré con un chiste: ¿Qué es el arte? Morirte de frío. Pues a mí me parece gracioso.


 
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Apatía


El protagonista de Apathy, de Paul Neilan, tiene un empleo aburrido y ridículo que evita durmiendo en el lavabo sin que a nadie le importe y sin por eso dejar de recibir elogios por un trabajo bien hecho y promesas de un futuro mejor en la empresa. Como si eso le importara. Como si lo entendiera. Sí, a mí también me suena. De todas formas y obviamente, Shane (que así se llama) se equivoca. Vale que hay que pagar el alquiler, sobre todo porque el descuento que le hace el casero a cambio de acostarse con su señora no es gran cosa. Pero uno no puede dormir en el lavabo de la oficina. Hay sitios mejores. Y más higiénicos. En el mismo sitio donde uno trabaja, oculto tras un par de monitores. En alguna sala de reuniones vacía, con algunos papeles dispersos por la mesa, para disimular. En el sofá del despacho del jefe que está de viaje. Luego está esa chica que dice que es su novia, que (ella sí) tiene un futuro profesional tan espléndido y que le ha enseñado que el amor duele (físicamente). Y esa amiga sordomuda que baila en la discoteca y canta en el karaoke, de cuyo asesinato le van a acusar. Y más personajes rarísimos. Eso está muy bien. Porque te recuerda, entre carcajada y carcajada, que Shane es normalísimo. Que los locos son ellos: esos tipos que corren a todas partes en sus coches, preocupados por un trabajo que en realidad no le importa a nadie y procurando caerle bien a todo el mundo, cuando a todo el mundo le da más bien lo mismo, en el mejor de los casos. Suerte que tenemos internet, los blogs y el tetris para aprovechar el tiempo en la oficina.


 
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¡No a la guerra!


(Disculpad el título, pero es que no se me ocurría ninguno y he cogido uno de los viejos.) He leído un titular que me ha dejado sin adjetivos para describir mi estado, a excepción del algo demodé patidifuso, por no hablar del bastante demodé demodé: "Centenares de afectados por el concierto de Héroes del Silencio se unen en una web para organizar las reclamaciones". Este hecho es un claro síntoma de lo bajo que está cayendo nuestra sociedad. Es decir, a mí tampoco me gusta Héroes. A nadie no afectado de sordera y con un cociente intelectual por encima de, no sé, veinte puntos, le gusta Héroes. Es más, cualquier persona con un mínimo de sentido de la decencia y de la justicia no dudaría en encerrar en una celda a Enrique Bunbury, arrojar la llave al mar y luego tirar la celda al mismo mar o a otro distinto con ese imitador de Raphael dentro o incluso fuera, pero bien atado a los barrotes. Es más, yo montaría una web para organizar este acto de justicia si tuviera alguna idea acerca de lo que es internet (por cierto, ¿alguien lo ha probado? ¿Está bien? ¿Hay tanto porno como dicen?). Por cierto, eso de unirse en una web, ¿tiene sentido? ¿Las webs no son inmateriales? Y si lo son, ¿ya cabrán todos? En todo caso y yendo al grano, ¿a qué viene eso de los "afectados por el concierto"? A ver, si a alguien no le gusta Héroes, que no vaya a oírlos tocar. O lo que sea que hagan con los instrumentos. Es así de sencillo. Una vez uno acude, haciendo caso omiso del sentido común, del sentido del gusto, del sentido del oído y probablemente también del sentido del olfato, hay que atenerse a las consecuencias. Ya no vale quejarse. Es como cortarse una pierna adrede y demandar al fabricante de hachas. No funciona. En serio. Ningún juez os hará caso. Y luego os picará la pierna que no tenéis y os resultará francamente complicado rascaros. La última vez ya no podía más, fui al cementerio y la desenterré. Ah, qué gusto. Lo malo es que rasqué tanto que se me irritó. Cambiando de tema, he decidido leer únicamente los titulares de las noticias. Se gana mucho tiempo. Leería sólo las primeras palabras, pero por lo general son artículos y no se entiende mucho. Por ejemplo, la portada de El mundo de hoy contendría las siguientes noticias: La. La. Destituido. Un. Zapatero. El. Azcárraga. Tras. Barajas. Los. Los. Sí, es musical, simétrico e incluso prometedor, pero me parece injusto que destituyan a un zapatero. Igual es por jugar a cartas. De ahí las barajas. Pero aun así. El mundo de los zapateros es francamente complicado. ¿Alguien sabe lo difícil que es hacer zapatos? En serio, ¿alguien lo sabe? Yo no tengo ni idea. Pero, vamos, no puede serlo, si los niños vietnamitas fabrican zapatillas deportivas con cámaras de aire de seis o siete megapíxeles. Hay que ver, los niños vietnamitas: si de niños ya hacen esas cosas, de mayores por lo menos serán ingenieros de la Nasa. Eso es lo que acaban siendo, ¿no? Ingenieros de la Nasa, ¿no? Gracias al liberalismo, ¿no? Mientras los niños de aquí pierden el tiempo estudiando y acaban de maestros, ¿no? Las bondades del trabajo, ¿no? Ingenieros de la Nasa, ¿no? ¿No? ¿No? ¿No?


 
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