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¡El regalo perfecto para estas navidades!
Ante la comprensible indiferencia del mundo editorial, he decidido pedir asilo en Bubok. Allí podréis comprar La decadencia del ingenio. Una novela que a pesar del título no tiene nada que ver con el blog, excepto alguna que otra página suelta. Ah, y que el autor de ambos soy yo, claro. Lo tenéis en papel y (mucho más barato) en e-book (lo que viene a ser el pdf de toda la vida). El libro es la autobiografía que escribe un niño de trece años. El muchacho relata lo normal: cómo se alargó varios meses el embarazo, sus primeros asesinatos, el estreno y la posterior gira de su sinfonía, y etcétera. Hay sangre, pianistas desaparecidos, prostitutas italianas y un duelo. ¿Qué más se puede pedir? Los beneficios que se obtengan de la venta del libro se invertirán en cañas.
El sustituto
Apreciados señores: Como ya les he comunicado en dos ocasiones (20/8/2009 y 12/9/2009), considero mi sustitución injusta y no respetuosa ni con el espíritu ni con la letra de la ley. Para empezar, nadie me dio el aviso previo a mi reemplazo. En este aviso se suelen explicar los motivos del cambio y se acostumbra conceder un plazo por lo general de dos meses para introducir modificaciones que puedan revocar esta decisión. Como ya me explicaron en su primera respuesta sé que el aviso no es obligatorio, pero no considero que mi caso haya sido tan escandaloso como para que se hayan visto obligados a esta sustitución fulminante. Además, considero que mi sustituto no está a la altura de las circunstancias, cosa que demostró durante el reemplazo. Para empezar, no tuvo ninguna consideración hacia mí, a pesar de saber que no se trataba de un trago precisamente agradable. Entró en mi piso con sus llaves, dándome un buen susto. Del respingo se me cayó el café encima de la mano, abrasándomela, y del pantalón, dejándomelo perdido. Comprendan que siempre asusta que alguien abra la puerta de casa de uno y se cuele sin más, así que piensen en la impresión que me dio cuando me vi a mí mismo, o mejor dicho, a una copia descafeinada de mí mismo mirándolo todo y especialmente a mí con aire de displicencia. Admito que demostró el empuje y la energía que quizás me falten. Yo, o sea él, lucía un traje algo más caro de los que yo llevo, una corbata algo más chillona y un peinado bastante más engominado. Me dijo sin más que era mi sustituto y que hiciera el favor de lagarme de su vida, o sea de la mía, que tenía cosas que hacer. Permítanme que les diga que no me fío de él, o sea de mí. Sí, será más lanzado y más decidido, todo un tiburón de los negocios, pero se nota su inexperiencia. Al fin y al cabo, acaba de nacer. Piensen que la gomina no se toma en serio al menos desde hace quince años. Eso ya debería darles una pista acerca de sus pocas tablas. Obviamente y después del estupor inicial, le pedí la orden de sustitución y vi que se me cambiaba por él, o sea por mí, por no haber cumplido los objetivos. Por lo que he podido ver en el dossier, a mi edad ya tendría que cobrar el triple, tener una hipoteca en condiciones, una futura ex mujer y un hijo o un perro o al menos un gato. Ahí me permito recordarles que estamos en crisis y los perros no se regalan, señores, no se regalan. Asimismo, ustedes igual no lo saben, pero las futuras ex esposas no son tan fáciles de encontrar. He podido encontrar a alguna que otra señorita casadera, pero en todas las ocasiones se me ha comunicado por parte de la oficina correspondiente que la chica en cuestión no se divorciaría de mí, con lo que seguiría sin cumplir los objetivos. En cuanto a mi sueldo, qué más me gustaría a mí que cobrar el triple, pero resulta muy difícil prosperar en el mundo de la empresa privada cuando uno tiene otros intereses, intereses que ustedes no han tenido en cuenta. Y ahí está mi tercer motivo de queja: si bien no he prosperado como debiera, me permito recordarles que mi vida no se limita --o al menos limitaba-- a mi empleo. Me parece lamentable que sólo hayan tenido en cuenta mi desempeño profesional. Es más, durante mi destierro he conocido a otro de mis sustitutos, el músico fracasado, y sinceramente considero que hubiera sido un Jaime mucho mejor que ese aprendiz de Madoff. Al menos sus intereses van más allá de simplemente ganar dinero: quiere expresar cosas. Aunque cada vez que las expresa con esa guitarra desafinada, los perros de tres kilómetros a la redonda salgan huyendo. Por último, me permito señalar que lamento de forma especial su última carta, en la que explican que mi caso está ya cerrado a más apelaciones y que no contestarán a ninguna otra comunicación mía. Creo que se equivocan de forma exagerada al dejarme aquí y les rogaría que me devolvieran mi vida. Puede que no le estuviera dando el mejor uso y quizás mis promesas de mejorar no fueran del todo creíbles, pero al fin y al cabo era mía. Y sí, ya sé que mi vida era mía siempre y cuando se cumplieran las condiciones contractuales. Pero ustedes ya me entienden.
Una forma de actuar como mínimo sospechosa
Tiene que creerme, trama algo, o tramaba algo porque ahora lo he desbaratado. Aquello no era normal, tiene que creer lo que le digo, no sé por qué tengo que justificarme como si estuviera loco. Desde que llegó al edificio tenía claro que nos iba a traer problemas. Aquello no era normal. Era, no sé cómo decirlo, demasiado bueno para ser cierto. Tan educado, tan amable, tan silencioso. Cediendo el paso en la escalera y saludando con una ligera inclinación de la cabeza. Y con un trabajo importante, porque iba con traje y corbata y un maletín. Pero claro, eso no era normal, porque era un chico joven y los chicos jóvenes ya se sabe, montan fiestas y traen mujeres y ponen la música alta y hacen ruido. Pero este no, y eso no era normal, todo era demasiado bueno, parecía una, cómo se llama, una tapadera, estaba clarísimo, a mí no se me engaña. Se lo dije a la señora Martínez, la del cuarto, y ella me dijo que a ella mientras la dejaran en paz, le daba lo mismo. Una egoísta, la señora Martínez. Estaba claro que si ese chico ocultaba algo, sería algo horrible, algo que le hacía mantener un perfil bajo, como se suele decir, y yo sé cómo se suele decir porque sé de estas cosas, que tengo un conocido en la secreta. Es decir, estamos hablando de drogas y de bombas. Si no se hacía algo para remediarlo, morirían niños. Todo por culpa del pasotismo de gente como la señora Martínez. Y no es que a mí me gusten los niños, en general los odio y creo que todo iría mejor si todo el mundo los enviara a internados, sobre todo a los dos de la señora Martínez, que están siempre corriendo y gritando por las escaleras y que si no resbalan y se matan antes, acabarán drogándose por las esquinas y robándonos en nuestro propio portal. Vale, de acuerdo, me centro. Pero no le quiten el ojo a esos críos. Decía que lo de ese chico era demasiado bueno. Nunca se le oía ningún ruido. Siempre supereducado. Incluso en el ascensor apenas esbozaba una sonrisa y asentía a cuanto se le decía. Claro, no quería problemas. Para que no se descubriera que ocultaba algo. Pero justamente toda esa fachada daba que sospechar y llevaría a que alguien --en este caso, yo-- descubriera que ocultaba algo. Es que incluso traía a gente de visita, amiguetes, hombres y mujeres, hubo algún sábado que hasta se llenó la casa, que creía que se iba a desplomar el techo encima de mí. Pero no se oía nada. Bueno sí, sillas, pasos, pero poco más. Ni risas. Eso es porque estaban conspirando. Decidiendo qué volar por los aires o por dónde entraría la droga. No como la chica que estaba antes de que llegara él. Todos los fines de semana con follones y ruidos y música y cosas que se caían. Subí a quejarme más de una vez. Sobre todo los días que no había nadie. Comprenda que no era seguro enfrentarse a la ira de decenas de drogadictos. Tampoco llamaba a la policía por lo mismo. En cuanto la policía, que no hace nada --dicho sea con perdón--, se hubiera marchado, esos locos hubieran bajado a mi piso, hubieran tirado la puerta abajo y me hubieran roto todos los huesos del cuerpo. El caso es que a veces subía y le decía, qué, hoy no tenemos fiesta. Y ella contestaba, no, hoy no. Ya lo ve. Tenía que aguantar sus sarcasmos, su insolencia, su desfachatez. Y luego decía cosas como sólo he montado dos fiestas, y la última hace no sé cuánto, no entiendo por qué se pone así cada semana. Increíble. Claro que hacía tiempo que no montaba ninguna orgía de las suyas. Gracias a que estaba yo allí atento y zanjé el asunto desde el principio. Pero el nuevo no daba pie a que zanjara nada. Algo debía ocultar. Algo debe ocultar todavía, insisto, hagan el favor de interrogarle a él y no a mí. ¡Están perdiendo el tie…! Está bien, me centro. Sí, cuanto antes acabe, antes se darán cuenta de que se han equivocado de persona. Pues eso, que estaba convencido de que escondía algo, probablemente estaba planeando algún atentado. Sería de la Eta o de los moros. Lo que hice fue muy inteligente. Llamé a un cerrajero y le dije que vivía allí, en su piso. Ni una pregunta me hizo el hombre. Claro que con lo que me cobró, qué más le daría. Podría haber comprado el piso entero por ese precio. Supongo que esto me lo devolverá el ministerio de defensa cuando se confirme que soy un héroe. En todo caso, me basta con la satisfacción de saber… Sí, de acuerdo, me centro. Total, que entré en el piso y me puse a regirar por todas partes, buscando drogas o bombas o no sé, cadáveres, aunque es un piso pequeño, no es para guardar cuerpos de personas, ni siquiera de niños. Y no, de acuerdo, no encontré nada. Pero fue porque me interrumpieron. No llevaba ni dos horas, apenas estaba tirando al suelo los libros para mirar bien por las estanterías, cuando entró el vecino con otros dos amigos… O, mejor dicho, con otros dos cómplices… Tendría que verlos. Se abalanzaron sobre mí como energúmenos y me tiraron contra una silla. Se pusieron a gesticular entre ellos, haciendo unos gestos rarísimos con las manos, abriendo la boca y sin emitir sonidos. Intenté levantarme, pero… Me entran escalofríos y me viene el sudor frío cuando lo recuerdo… Cuando intentaba… levantarme… El chico abrió la boca y con una voz tenebrosa soltó un “quieto” que sonó como un gemido grave y tremebundo… Y luego está el tema de la tecnología. Tenían tecnología yo diría que como mínimo militar. Tenía el teléfono conectado a una especie de teclado. Lo sé porque lo usaron. Imagino que se pusieron a enviar instrucciones, teniendo en cuenta que les había pillado, o al menos eso creían. Por suerte, grité socorro y supongo que hice algo de ruido, y la policía no tardó en aparecer. Durante todo el tiempo que tardaron en llegar tuve que soportar cómo me mantenían sentado por la fuerza y se hacían gestos entre ellos, usando algún tipo de clave, no sé, y sin hablar, supongo que por miedo a que les entendiera, porque yo sé idiomas. Lo que no entiendo muy bien es que se me llevaran a mí preso, pero bueno, supongo que una vez dadas las pertinentes explicaciones, podré volver a casa… Aunque no sé si es seguro… ¿Están a buen recaudo mi vecino y sus secuaces? ¿Puedo fiarme de que no les dirán a sus amiguitos dónde vivo y vendrán a matarme? Creo que necesitaré protección. Deben darme protección. Incluso otra identidad, si es necesario. Que probablemente lo sea.
Más sobre trenes voladores
Oh, esto es… Esto es… Oh, qué agobio… Qué ganas de que… Que ganas de que todo acabe… Qué horror… Es como… Es como… Como una pesadilla… A ver qué hago ahora… El caso es que me dije, vamos a ver si soy capaz de fabricar uno de mis trenes voladores. Quiero decir, lo suyo sería que los fabricaran en serie y tal, pero digo yo que hará falta algún prototipo, y quién va a hacer ese prototipo. Si se lo propongo a alguien, seguro que quiere cobrar o incluso puede que me robe la idea. La gente es realmente… La gente es… No te puedes fiar de nadie… No me puedo fiar ni de mí mismo. Yo mismo sin ir más lejos le robé una idea a un tipo una vez. Igual hasta… Tendría que ir con más cuidado, me he explicado demasiadas cosas, igual hasta podría robarme esta idea a mí mismo fácilmente. Y luego qué. Y luego qué. Pero ya nos ocuparemos de eso más tarde. Si puedo. Porque ahora. Ahora. Buf. Qué lío. El caso es que necesitaba un tren. O al menos un vagón. Y me digo, joder, aquí al lado está la vía de cercanías, puedo acercarme y coger uno cuando pase. Bien, el caso es que no es tan fácil coger un tren en marcha. Pasan bastante rápido, pesan mucho y encima los vagones están agarrados los unos a los otros y tienen como un truco para desengancharse que no acabe de pillar. Jaja, ahora me doy cuenta… Coger para los argentinos significa… Jaja… Coger para los argentinos significa lo mismo que agarrar, pero sólo se usa para los resfriados. Coger un tren, coger un resfriado, jaja… Disculpas a mis lectores argentinos, que serán pocos ya que al estar en el hemisferio sur tendrán este texto bocabajo y les resultará incómodo de leer. Volviendo al asunto que nos ocupaba: como soy un tipo listo, me dije a mí mismo que igual era más fácil con el tren parado. Hm. Me digo demasiadas cosas. Al final acabaré robándome mi idea. Pero de eso ya nos encargaremos más tarde. Me haré firmar un contrato de confidencialidad o algo así. Parar un tren de forma educada es complicado. A uno le grité “por favor, pare un momento, que necesito un vagón” y siguió su camino impasible el ademán, dejándome a mí con cara de vaca viendo pasar los trenes. Supe que necesitaba medidas más drásticas. Por suerte, siempre llevo encima dinamita, por si alguien me intenta robar alguna idea. Es que una vez yo robé una idea y piensa el ladrón que etcétera. Y qué idea robé. La idea consistía en dejarme la cafetera preparada por la noche y así por la mañana podía dormir diecisiete segundos más. Esta idea me ha dado millones. De segundos. En realidad, no tantos porque por la noche me entra pereza y al final no lo hago. Total, por diecisiete segundos. La pena es que hace dos semanas me hubieran venido bien esos diecisiete segundos. No pude acabar de estrangular a un tipo que seguro que me hubiera acabado robando una idea. Me lo crucé por la calle y me pidió la hora. Así, sin conocerme de nada, me pidió una hora. A mí, que no tengo ni diecisiete segundos que me sobren, me van pidiendo horas enteras. Y eso que no me conocía. Imagina si llega a tener confianza. Me saca los años de las entrañas. Y pensar que no pude acabar de matar a esa maldita rata despreciable. Por diecisiete míseros segundos. Bueno, lo que decía, que pude parar el tren con ayuda de la dinamita. Lo malo es que los vagones del principio quedaron un poco chafados y sólo me quedaron aceptables los dos del final. Saqué a los pasajeros muertos y a los heridos, mientras los que habían quedado más o menos bien salían por su propio pie. Me hubiera disculpado, claro, pero me cabrée al ver las manchas de sangre. No me jodas, hombre, que eso no se va. Sangre. En un prototipo. Sangre. Con lo fea que queda la sangre en las cosas finas y elegantes, y más en un prototipo fino y elegante. Qué mala impresión dejas. A una mujer se lo dije, y todo. Pero hombre, señora, no me sangre en el prototipo. Y ella, mi brazo, mi brazo. Imbécil. El brazo ni siquiera sangraba, sólo estaba roto. Pero la ceja y la nariz y la pierna derecha… Qué cuadro. Total, que pude empujar el vagón hasta mi casa y aquí viene lo malo. Lo estaba metiendo por la puerta, después de subirlo dos pisos por las escaleras y buf se quedó encallado en el marco. No podía ni meterlo más ni sacarlo. Ni torcerlo un poco para ver si entraba. Y ahora no sé qué hacer. Estoy dejando la madera destrozada. Un horror. Un agobio. No sé qué es mejor ni qué es peor, dentro de lo malo que ya es todo. ¿Rompo el marco en plan bruto y luego lo reparo? ¿Intento, no sé, limarla un poco a ver si consigo que pase con fineza y haciendo el menor daño posible? ¿Pero con qué, si estoy en el rellano? Una pesadilla, lo que decía. Un agobio. Sobre todo porque estoy de alquiler y si voy cambiando el marco sin avisar al dueño... Y avisar al dueño da palo. Luego te mira así ¬¬ y hay que dar ciento cincuenta mil explicaciones. Y si doy muchas explicaciones, me roban las ideas. Menudo lío. Encima, está goteando sangre. Y además la parte que está dentro del piso. Maldita sea, todo lo malo me pasa a mí.
Bastaría con fijarse un poco
Odio las confusiones. Comprendo que son inevitables, que no hay nada que hacer, que somos humanos y que los humanos nos equivocamos. Pero a veces es demasiado. En serio. A veces. Me enfado y todo. Porque a veces. En serio. Es que. Es por no fijarse. No llega ni a incompetencia. Por no fijarse. Yo fui víctima de una confusión poco menos que irritante. Un claro ejemplo de lo que comentaba. Ni incompetencia: dejadez. La gente no se implica de lleno en su trabajo. Es que ni siquiera presta un mínimo de atención. Todo le es igual. No es que no sepa, no es que no sea capaz. Es que ni lo intenta. Ni se preocupa. Le importa un bledo. Un bledo así de grande. Pues bien, hace poco me enteré de que yo en realidad no soy yo, sino que soy Jacobo Moreno. Socio de un concesionario en Ciudad Real. Cuarenta y siete años. Casado y con tres hijas. Al parecer, alguien se había liado en el departamento correspondiente. El típico despistado que no se fija en las cosas. Que hace su trabajo rápido y mal. Por cumplir el expediente. De cualquier manera y entre café y café. Y así no se hacen las cosas, no señor. Porque así es como salen mal. Igual hasta se dio cuenta. Pero dijo bah, qué más dará. Ya está hecho. La carpeta está archivada. Nadie se enterará. Da lo mismo. Ah, pero yo me enteré. Porque al final estas cosas se saben y desde luego no dan lo mismo, no señor. Es que uno acaba percibiendo que no es quien cree ser. Por esa desazón y comezón interior. Esa sensación de estar en el lugar equivocado. Un constante preguntarse por el sentido de la vida, no ya cuál es, sino si ni siquiera hay alguno. La exasperante sensación de no encontrar trajes de mi talla. Me puse rojo de la rabia nada más enterarme. Me salió hasta un sarpullido, fíjense, aún me ve un poco aquí en el brazo. Porque claro, y ahora qué. Ese señor ya se había acostumbrado a mi vida y a mi identidad. Y yo a la suya, por supuesto. Pero en fin, las cosas, o se hacen bien o no se hacen. Y había que buscar una solución. Intenté explicárselo de forma racional. Pero no escuchaba. Decía que no, que su vida era suya, por no hablar de su identidad. Argüía que mis sentimientos eran normales: ante el misterio de la vida y nuestra ignorancia respecto al origen de la misma, lo normal era sentirse abrumado y superado. También se lo intenté explicar a su esposa. Pero me trataba de loco. Aunque me miraba con buenos ojos. Normal, se había enamorado de él, que en realidad era yo. Y yo era un yo mejorado al yo que ella conocía. Más joven y atractivo, para empezar. Al final la señora y yo entablamos una relación más que amistosa. Ella no acababa de entender el problema existencial que nos atañía a Jacobo y a mí, pero me ayudó a disponer del cadáver de su marido, que en realidad no era su marido porque su marido era yo. A alguno le puede parecer una solución excesiva. Pero dadas las circunstancias, era lo mejor. De pura lógica: mejor que una persona fuera quien debía ser a que no lo fuera ninguna de las dos por culpa de la comodidad y de la estrechez de miras de uno de ellos, que en realidad no era el uno sino el otro. El juicio fue desagradable, pero se admitió mi impecable razonamiento. Tenía mis dudas, porque la gente además de vaga tiene la costumbre de ser medio idiota, pero supongo que supe explicarme. El caso es que había dos identidades en disputa: la mía y la de Jacobo. Yo disponía de la de Jacobo y exigía la mía de vuelta. Jacobo no tenía derecho a la mía y rechazaba la suya. Si la rechazaba, si no la quería, si no la usaba, no dejaba de ser también mía, así que el hecho de matarle no fue más que un suicidio. Lo malo es que su mujer no es mi tipo. Pero en fin, es normal, no le puedo echar nada en cara al pobre hombre. Hizo lo que pudo con mi identidad, del mismo modo que yo seguro que cometí errores al vivir su vida. Pero es una buena mujer y los chicos, ja ja, son unos diablillos encantadores. Ahora ya está todo bien. Prácticamente ha desaparecido la desazón existencial que sentía sin saber bien por qué. Esa náusea que me provocaba una vida que me parecía absurda. Y con razón. Porque no era la mía. Todo por culpa de un inepto. Un cretino incapaz de hacer lo mínimo. De leer bien un par de nombres. Quiero pensar que fue sin mala intención. Pero es que hay mucho inútil suelto. Mucho vago. Mucho idiota.