Acerca de la importancia de desahogarse


A: Sólo quiero que sepas que si necesitas hablar con alguien, aquí estoy. B: Hombre, pues ahora que lo dices... A: En serio, está mal que yo lo diga, pero todo el mundo comenta que yo sé escuchar muy bien. Entiendo lo que la gente me cuenta, lo que se calla, lo que le gustaría decir. Hago míos sus problemas, sus inquietudes, sus inseguridades. B: Precisamente... A: Esto creo que me viene de mi padre. Él era camarero, ¿sabes? Llevaba en la sangre lo de escuchar a los demás. Igual que la sífilis. Lo malo es que todo lo que él escuchaba eran excusas para no pagar y eso le obligó a cerrar el negocio. B: Ya, verás, resulta que... A: Pero mi padre no sólo escuchaba, sino que hasta tomaba apuntes. Y por eso, una vez bajó la persiana del bar por última vez, sacó su lista de morosos, su escopeta y les pegó un tiro a todos. Eran del barrio, así que acabó pronto y se pudo tomar el resto de la tarde libre. Se lo merecía. Llevaba dos meses trabajando sin descanso en ese bar, desde las seis hasta las ocho. De la tarde. Las dos horas. Pero muy intensas. De martes a jueves. Es importante disponer de un fin de semana largo. Para desconectar. Pero lo de desconectar fue años más tarde, en el hospital y después de una larga enfermedad. B: Ya... A: Casi le arrestan. Llegaron dos policías, le vieron con la escopeta y las manchas de sangre en la camisa, y claro, sospecharon. Uno de los agentes le preguntó si había matado a alguien y mi padre hábilmente contestó que no. El otro agente no estaba muy convencido y le preguntó si estaba seguro de lo que decía, pero mi padre no cayó en la trampa y esta vez contestó que sí. Mi padre era un tío muy despierto. Siempre que no le pillaras a la hora de la siesta, claro. B: Aham. A: También es verdad que la policía ya no es tan confiada como antes. B: Ya, sí. A: Antes era otra época. Y no como ahora, que es esta época en concreto. El otro día, por ejemplo y sin ir más lejos, era otro día. Era jueves, si no recuerdo mal. B: Puede ser. A: Pues eso. Jueves. Siempre entre el miércoles y el viernes. Este país no innova nada y así nos va. No hacemos nada diferente, nada que rompa los esquemas. Nos dejamos llevar y cuando alguien pone en duda nuestra forma de actuar, respondemos con aquello de "siempre se ha hecho así". Fíjate, ¿eh? Siempre se ha hecho así. Pero lo importante es "¿por qué se ha hecho siempre así?" Y a eso la gente no sabe qué responder. Porque lo único que le importa es la comodidad. B: Estar cómodo no tiene nada de malo... A: Yo te voy a contestar a esa pregunta. ¿Por qué se ha hecho siempre así? Repuesta: porque eso es lo que le interesa a los poderes establecidos. ¿Y cuáles son los poderes establecidos? Son cuatro: volar, la invisibilidad, superfuerza y rayos X. Ojo, hay más, pero esos son los establecidos. Tenemos por ejemplo los poderes informales, entre los que se cuentan los rayos láser en los ojos, y los poderes notariales, entre los que está la facultad de firmar documentos legales en nombre de otra persona. Estos son carísimos. B: Sí, sí... A: Pero me desvío del tema. Lo importante es que si tú quieres hablar de cualquier cosa, aquí estoy yo para escucharte, para que te desahogues. Saca lo que llevas dentro. Pero sin vomitar, jaja... El otro día vomité, en serio. B: Pues resulta que... A: Estoy bien. Gracias por preguntar. B: Bueno, es que... A: No, no importa. Sigue con tus cosas. Sólo me sentó mal la cena. B: Decía que... A: Nada, tú a lo tuyo, como si yo no existiera. Da igual, no tengo sentimientos. No, no estoy llorando, sólo se me ha metido algo en el ojo. En serio... A ver... Ay, ya sale... Mira, un elefante. No te asustes, tranquilo, está muerto. B: Verás, hoy en el trabajo... A: Ah, el trabajo. El medio por el cual nos realizamos como personas. El trabajo es lo que nos diferencia de los animales, al menos de algunos de ellos. Las mulas por ejemplo también trabajan. Y cobran, en forma de alfalfa. Hay más cosas que nos diferencian de los animales. Son seis: el uso de cubiertos, que utilizamos a menudo la expresión "anda que no", la lotería, que a veces nos rascamos aunque no nos pique nada (por vicio), el trabajo (a excepción de las mulas) y que constantemente estamos buscando cosas que nos diferencien de lo animales. Esto me recuerda a la última conspiración que he leído: resulta que el gobierno conspira para que creamos que conspira. Lo hace con el objetivo de desviar la atención sobre otra conspiración que es aún más secreta y que también es falsa. Pero perdona, te he interrumpido. Dime, dime. B: Nada, decía que... A: El lenguaje es algo maravilloso. ¿Has probado alguna vez a escribir una palabra? Yo aprendí a escribir hace unos meses y es algo que me fascina. Tú por ejemplo escribes "mesa" y te sale como un garabato. Que significa mesa. Pero que no se parece en nada a una mesa. En cambio, la palabra "garabato" sí se parece a un garabato. Ahí noto una falta de criterio alarmante. La palabra "garabato" debería parecerse a otra cosa. A una pera, por ejemplo. B: Bueno, yo me voy ya, que es tarde. A: Vaya, ya lo siento. Bueno, pues nada. Ya sabes, si quieres hablar, aquí me tienes. B: No sé, doctor, creo que voy a cambiar de psiquiatra.

Chimpún.


 
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El Juicio Final se retrasa OTRA VEZ


Mi carrera como fundador, consejero delegado y presidente de la Coca-Cola ha llegado a su fin. Ha sido breve, pero intensa. Dieciocho minutos: lo que tardó seguridad en encontrarme y echarme del edificio. Y eso a pesar de los inmejorables resultados que la empresa registró bajo mi gestión, incluyendo un incremento de la facturación en un 3% respecto a los mismos dieciocho minutos del jueves anterior. En el mundo de la empresa hay mucha envidia y muy pocos amigos de verdad. La mayoría son amigos invisibles o imaginarios. Los de verdad se pueden contar con los dedos de una mano. Y si sabes contar, incluso con la cabeza, moviendo ligeramente los labios. También puedes ayudarte con un bloc de notas o incluso con una calculadora, para no equivocarte. Yo me equivocaba poco, pero a veces me perdía. Volviendo al tema, después de dejar la Coca-Cola POR LA PUERTA GRANDE (me echaron por esa), decidí retomar mi carrera profesional como profeta. Recuperé mis viejos cartones con mensajes apocalípticos, mi campana, mi sombrero de papel de plata y salí a la calle a gritar que el fin del mundo se aleja. Sí, se aleja. Hay que tener en cuenta que la mayoría de profetas insiste en que el fin del mundo se acerca, por lo que ahí hay un nicho de mercado por explotar: el del alejamiento del fin del mundo. Dada la saturación en el mercado de profetas, ese es el hueco en el que tengo que encontrar mi público. Por otro lado y como explico a las señoras mientras el semáforo está en rojo y siempre que no llamen a gritos a la policía, es mucho peor que el fin del mundo se aleje. No, en serio, ¿cuánto más puede durar esto? Es una broma, ¿o qué? Ya vale, ¿no? Ya vale. Con la tontería. En serio. Ya vale. Con la tontería. De verdad. Después de tantos años (entre 6.000 y 13.700 millones, según si se consulta a los manifestantes o a la Delegación del Gobierno), es evidente que ya vamos necesitando un buen Juicio Final, un paraíso para los justos y un infierno para los sobrados, además de para esta lista de personas que me cae mal. Ya está bien de madrugar, maldita sea. Ya vale. Cada mañana, de lunes a viernes, la misma rutina desde hace 13.700 millones de años. Suena el despertador a las siete. Con la tontería. Ya vale. Me levanto. Desayuno. Me ducho. Ya vale, ¿no? Me ensucio, por aquello de la credibilidad. Me afeito. Me pongo la barba postiza y el gorro de papel de plata. Cojo mis carteles con anuncios apocalípticos, mi campana y a gritar por las calles. Ah, la rutina me está matando por dentro. Me está dejando seco. Es que ya voy a profetizar sin ganas, con el piloto automático, sin ese entusiasmo que me caracterizaba al principio, hace ya tres días. A ver si me toca la lotería y me puedo retirar de una vez por todas.

(Lista de personas que me caen mal, sin ningún orden en particular: Amaia Montero, Fernando Sánchez Dragó, Justin Bieber, el del gorro de lana de Amaral, Jaime Rubio, Locke de Lost, Penélope Cruz, González Pons, mi vecina de enfrente -que se mete en todo-, los actores de Friends, los guionistas de Friends, todos los que hayan dirigido algún capítulo de Friends, Jaime Rubio, cualquier persona que haya trabajado en un capítulo de Friends, quienes hayan comprado los DVD de Friends, los Rembrandts, Jaime Rubio, todos los que se sepan la letra de I'll be there for you y toda esa gente por algún motivo que se empeña en seguir dando algo parecido a trabajo a los actores de Friends.)

(Actualización: el analfabeto de Extremoduro también me cae mal.)

(Nota: cuando digo analfabeto, no quiero insultar a nadie; me refiero a que no sabe ni leer ni escribir. Eso es algo muy triste y espero que en la cárcel pueda solucionarlo. ¡Muchos ánimos, Robe!)

(Actualización: ¿¡Cómo!? ¿¡Que no está en la cárcel!? ¿¡Pero es que la policía no sabe lo de sus discos!?)


 
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Un plan perfecto


A mí no me gusta presumir de mis conquistas, ni siquiera de cuando llegué con mis tropas a Mongolia, pero cualquier visita a un bar me desanima y me entristece, y me hace darme cuenta de que tengo una misión: ayudar y aconsejar a todos esos jóvenes sudorosos y con acné para que puedan al menos dirigirle la palabra sin vomitar a la morena de la barra o a la pelirroja que baja por la escalera. Mis técnicas no son nada rebuscadas. Ni siquiera son originales. Se basan simplemente en aprovechar una de mis mil novecientas doce virtudes: mi asombrosa capacidad de observación. (Nota: yo no conté mis virtudes, fue una fan histérica en un momento de devoción extrema). Si uno se fija en las mujeres y en su comportamiento, no resulta difícil ver que siguen patrones muy identificables. Hace poco, por ejemplo, aproveché su tendencia a enamorarse de los tipos malos. Es conocido que muchos presidiarios se cartean con señoritas, que se ven atraídas por lo prohibido, por lo que habrán hecho, por lo que podrían hacer. Y no es ningún secreto que muchos de estos delincuentes convictos acaban aprovechando la oportunidad que este intercambio postal representa. Estaba claro: simplemente necesitaba convertirme en presidiario para conseguir alguna que otra cita --vis a vis incluido-- con alguna de estas jóvenes enamoradas del crimen. Por tanto, asesiné a un señor cuyo nombre no recuerdo. Lo malo es que me volqué en el asesinato y perdí de vista el verdadero objetivo final, por lo que acabé cometiendo un CRIMEN PERFECTO. No me arrestaron ni a pesar de que a los dos meses fui a entregarme a la policía. Mi plan era a prueba incluso de confesiones. --Entonces fue cuando le eché el veneno indetectable en el té. --Pero a esa hora usted estaba en la casa de campo del señor Kensington. --¡No era yo, era mi hermano gemelo! --Pero si usted no tiene ningún hermano gemelo. --Precisamente, en eso consistía el plan. Lady Yorkham no tenía ni idea y por eso cogió el tren de las 16:45. --No lo entiendo: llegó después de que la víctima muriera. --Pero antes de que el mayordomo entregara la carta. --¿¡Qué carta!? Total, que tuve que matar a otra persona y hacerlo de forma descuidada. Fui al metro y empuje a una anciana que parecía ligerita (no quería hacerme daño en la espalda). Por desgracia, cometí otro error: contraté a un abogado buenísimo que consiguió que me absolvieran por un tecnicismo (al parecer, el informe del fiscal no llevaba las grapas reglamentarias y eso vulneraba mi derecho a que no se me cayeran los papeles por todas partes). Para entonces ya me había aburrido de mi idea, pero decidí intentarlo una vez más. Me sabía mal ir matando gente, así que decidí robar un banco, delito equiparable hoy en día al de traición. Entré en la oficina con una careta de Felipe González y una escopeta recortada, y salí con una libreta de ahorros, una cuenta vivienda, una tarjeta de crédito, un depósito al cinco por ciento y una vajilla nueva. Y, esto es lo importante, y el teléfono de la amable y atractiva cajera de la entidad bancaria. De acuerdo, era el teléfono del banco, no el personal. Vale, a las dos semanas la cambiaron de oficina. Sí, puede que no me diera tiempo a reunir valor para llamarla. Cierto, no me quisieron decir a dónde la habían destinado. Pero centrémonos en lo importante: tras apenas unos meses de trabajo, había conseguido el teléfono de una chica. Sí. Su teléfono. El teléfono de una joven atractiva. Lo sé, lo sé, soy un Casanova redivivo, etcétera. Aplicad estos consejos y no tardaréis en reunir teléfonos de muchachas de buen ver. De nada, de nada. Por favor, parad, que me vais a sonrojar. De nada, ya vale, bien, ya. (Nota: lo reconozco, yo conté mis virtudes). (Nota: es posible que el número esté algo hinchado).


 
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Los muros de Berlín


Muchos de mis enemigos se alegrarán de saber que me he muerto después de despeñarme por un barranco y caer rebotando sobre piedras calizas durante casi seiscientos metros. Mi cadáver ha sido devorado por hienas enfermas de sida. En realidad es mentira. ¡Ja! ¡JA! Quién ríe el último, ríe más tarde. Esta es una de las múltiples trampas que tiendo a mis enemigos. Sé que a muchos les parecerá poco menos que increíble que alguien tan agradable y de conversación tan inteligente como yo tenga enemigos, pero no son pocos quienes envidian mis éxitos en el mundo de la literatura (estoy en la lista de los tres millones de escritores barceloneses más influyentes) y por supuesto con las mujeres (el otro día le hablé a una teleoperadora sin desmayarme ni sudar demasiado). Es decir, no soy yo, son ellos. Entre mis enemigos más acérrimos se cuentan mi vecina de enfrente, que me mira mal porque claro, no ve con buenos ojos mi desenfrenada vida de artista, llena de siestas y de atún en lata. También mi frutera, que por inquina y odio siempre me cuela algún melocotón con algún golpe. Por no hablar del camarero de mi cafetería habitual, que se empeña en cobrarme los cortados a pesar de ser yo quien soy. De hecho, al menos la mitad de la clientela va a ese café porque "es el sitio al que va Jaime a pensar en su obra". Y a robar el periódico. O mejor dicho, a descargármelo en formato papel. ¡Cultura libre! Pero ese es otro tema. Al que doy comienzo ahora mismo. Leo con espanto en este periódico robado que no se habla de mí en absoluto. Ni se me menciona. Nada. Como si no existiera. Es curioso, porque ayer hice un montón de cosas que merecían la pena ser reseñadas. Pero claro, los periodistas son perezosos y sólo hacen caso a lo que les dictan los bancos y los políticos. Ninguno me llamó anoche para pedirme suculentos titulares como:

-Jaime Rubio planea una revolución literaria en su nueva novela autobiográfica, protagonizada por una grapadora

-Jaime Rubio dispara las ventas de las novelas Stephen King tras declarar estar leyendo un libro suyo

-Jaime Rubio sigue siendo Jaime Rubio, a pesar del esfuerzo que supone ser Jaime Rubio

-Jaime Rubio Jaime Jaime Rubio Hancock Jaime Rubio Rubio Hancock Jaime

Desde este blog que tiene casi seiscientos millones de lectores diarios emplazo a los señores periodistas de medios de prestigio (de la Hoja Parroquial para arriba) a que se dirijan a mí y me pidan toda la información necesaria acerca de las cosas que estoy haciendo hoy y que sin duda cambiarán el panorama cultural, social y político de los próximos años y para bien. Por ejemplo, respirar. El día que deje de respirar podría pasar algo muy grave. Podría caer el muro de Berlín, por ejemplo. Otro. En Berlín hay muchos muros, como en todas las ciudades grandes. Hay gente que cree que en Berlín sólo había un muro y lo demás eran paredes. No. Había un muro famoso, el de los turistas. Pero luego hay muros de culto, para los que tenemos algo más de estudios, de conocimiento y de mundo en general.


 
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Mi ingrediente secreto


Yo tuve un restaurante durante varios años. Le Parisien Chez Rubio Haute Cuisine. Al principio, mis platos revolucionarios no tenían éxito, y jamás entendí por qué: si a todo el mundo le gustan las patatas de bolsa y los cacahuetes, ¿por qué no querían comerlos en nuestro encantador local decorado en un todo a 1 euro (no confundir con la gama baja de los todo a 60 céntimos)? Durante un tiempo intenté trabajar mejor el marketing e hice algo de publicidad explicando que yo había trabajado para Ferran Adrià. Este cocinerucho con aires de grandeza me demandó asegurando que yo nunca había trabajado para él. El juez le dio la razón a pesar de que no pudo negar que estuve a su servicio el 3 de septiembre de 2004, cuando coincidimos en un ascensor. -¿A qué piso va? -Le pregunté. -Al cuarto. Y apreté el botón. Ahora resulta que eso no es trabajar para Ferran Adrià. Tendría que haberle demandado por no haberme hecho un contrato como Dios manda. En fin. Como la justicia en España es un cachondeo, cambién de táctica y probé a usar un ingrediente innovador que no sólo atrajo a nuevos clientes, sino que además los fidelizó de forma casi diría que exagerada. Mi ingrediente -secreto hasta que la policía me cerró el local- era el crack. Y como se fuma, todos mis platos eran flambeados. El local se llenaba cada noche, y había gente que incluso cenaba allí varias veces al día. Además, mis clientes se mostraban ansiosos por volver a probar mis platos hasta el punto de que se me saltaban las lágrimas de la emoción cada vez que les servía y veía la paz y la satisfacción en sus rostros. Por fin veía recompensado todo el esfuerzo que había invertido pensando en la posibilidad de inscribirme en alguna ocasión en un curso de cocina para luego mejor comprar un libro de recetas que no llegué a abrir. Lo malo fue que a las pocas semanas se formaron varias bandas de clientes que tomaron el control de diferentes territorios del restaurante. También tuve que lidiar con algunos camareros que pasaban comida de contrabando. Como suministrador, conseguí llegar a un acuerdo con los jefes de las zonas, pero cualquier escaramuza se aprovechaba para iniciar un tiroteo y tratar de agregar una mesa más a la propia zona de influencia. Al final la policía se decidió a investigar la muerte de dos camareros y seis clientes. Pude mantener el restaurante abierto algún tiempo más después de invitar a comer a algunos agentes, a los que tenía que ir pasando tuppers periódicamente. Pero claro, el negocio cada vez era menos rentable: no sólo por los sobornos y los acuerdos con las bandas, sino porque mis clientes cada vez tenían más problemas para mantener sus puestos de trabajo y seguir pagando mis sofisticadas e innovadores creaciones. Maldita crisis. Sólo han salido ganando los bancos y los masones. En fin, que como la cosa ya no iba tan bien como al principio, hablé con mi abogado, llegamos a un acuerdo con el fiscal del distrito de Los Ángeles y me condenaron a veinte años de cárcel. Porque me juzgaron en Barcelona. Despedí a mi abogado justo después de pagar su minuta. Que era tan abultada que parecía más bien una horuta. Jajaja... Qué bueno... Horuta... Si no fuera por estos momentos, no podría sobrevivir aquí encerrado. Aunque no creo que sobreviva ni con mi buen humor. Estoy en la misma prisión que muchos de mis clientes habituales. Y por algún motivo tengo fama de chivato. Yo. De chivato. Increíble. Después de todo lo que he hecho por ellos.


 
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