noviembre 2024 | ||||||
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abril |
No son horas
Yo estaba acostumbrado a entrar a trabajar por la tarde, así que, la verdad, me está costando mucho adaptarme a mi nuevo horario. Sobre todo teniendo en cuenta que soy de mucho dormir y mal despertar. En general, no se me da bien salir de la cama: levantarme antes de mediodía para mí es hacerlo temprano, mientras que despertar antes de las diez es madrugar. Y aún no he encontrado la palabra adecuada que describa lo que supone que no sean ni las ocho de la mañana y ya esté caminando en dirección al metro. Lo curioso es que parece que estos horarios no son raros. Yo pensaba que la gente de bien era mayoría y a esas horas estaba durmiendo. O acostándose. Pero no. Resulta que las calles, los bares y el metro están atestados. No sé si incluso hay más gente a esas horas y en esos sitios que en El Corte Inglés un sábado por la tarde. Es más, muchas de esas personas incluso mantienen conversaciones entre sí, cuando yo apenas soy capaz de alzar las cejas y de musitar algo parecido a "groulam" cuando llego a la oficina. Por suerte, la simpática recepcionista –¡que ni siquiera tiene cara de sueño!- interpreta ese mugido como un saludo. Eso sí, he de reconocer que estoy de acuerdo con Josep Pla: la luz de la mañana es la que más favorece a Barcelona. Aunque igual sólo ocurre que, al no estar acostumbrado, me atrae la novedad. La maldita novedad, gruñen mis ojeras.
La mancha más limpia
Bueno, lo que te decía, que aprieto para abajo el dosificador del bote de jabón, para que el Lactovit ese me caiga directo en la palma de las manos, y plaf me saltan cuatro gotas directas al polo. Y yo, claro, no le doy la menor importancia, joder, es jabón, no sólo no mancha, sino que además limpia. Cuando acabo de lavarme las manos, eso sí, paso la toalla por encima y veo que queda todavía una sombrita, pero, bah, qué más dará, pienso, en un par de minutos se seca y a tomar por saco, coño, que no es sangre. Y nada, salgo por la puerta, que ya llegaba tarde, sin que ni siquiera se me pase por la cabeza la idea de cambiarme de polo, total, qué tontería. Sí, qué tontería. Toda la tarde con un medallón en el pecho. Condecorado por heridas recibidas en el cuarto de baño. Daba igual que fuera duchado y afeitado -como siempre-, me sentía sucio, un cochino, con esa costra oscura, no muy grande, con la forma de Italia. Sí, de Italia. No, sin Sicilia, gracioso. Una mancha. Yo. Joder, es que ni de niño, te lo juro. Y a ver a quién le explicas que la puta mancha era de jabón. ¿Una mancha de jabón? Ya, claro, cuéntame otra. Aunque, bueno, es normal, ¿no? Al fin y al cabo soy un maniático de la limpieza, ¿no? ¿Con qué me iba a manchar? Pues con jabón. O con pasta de dientes. Incluso con lejía, ya puestos. No te rías, imbécil, que lo he pasado muy mal, toda la tarde medio girado en la silla o con el brazo colocado estratégicamente, no me fueran a ver la manchita de las narices. Y cuando me he tenido que levantar para ir a la impresora me he llevado unos papeles conmigo a modo de pantalla. Parece que no se han dado cuenta, o al menos no me han dicho nada. Aunque, qué coño van a decir, si los jefes no están y nos hemos pasado toda la tarde jugando con internet o contando chistes. Como para ponerse a ver manchas y a criticar. Hablando de chistes, ¿te sabes el del pepino? Bueno, pues luego te lo cuento.
Vacaciones
Trabajar tiene cosas buenas. Además de cobrar, quiero decir. Por ejemplo, las vacaciones. Yo comienzo las mías mañana mismo y, si todo va bien, en tres semanas apenas pasaré dos o tres días cerca del ordenador. Por supuesto, he hecho planes para este tiempo, que espero que sea, como mínimo, tan productivo como el resto del año. En concreto, tengo previsto dormir mucho y desayunar algunas mañanas en una ciudad del centro de Europa. Como se puede apreciar, no dejo de marcarme nuevos retos. Y es que duermo muy bien, pero aún puedo mejorar. Así pues, me despido hasta el día 20 de agosto, más o menos, cuando volveré pensando en si sería buena idea simular alguna enfermedad para tener algunos días más de fiesta. Hasta entonces. Que vaya bien.
Javi tiene planes
Me encuentro a Javi, contento porque va a comenzar sus vacaciones y ya sabe qué va a hacer. -Mira -me explica-, la cosa se me ocurrió caminando por el Paseo de Gracia. Pasé por delante de la Pedrera justo cuando unos japoneses fotografiaban el edificio. Y entré en cuadro sin querer. La idea de aparecer en un álbum de fotos de Tokio me pareció curiosamente agradable, así que estos días he estado paseando por todos los monumentos de Gaudí, procurando aparecer en plano en las fotografías de turistas japoneses. -¿Sólo japoneses? -Sí. Por ahora. Porque en agosto me iré una semana a Salou, a intentar aparecer en las fotos de los ingleses. Y no sólo en las de quienes vayan sobrios, claro. También procuraré pasar por Port Aventura, que allí es más fácil encontrar familias con cámara. -Pero no entiendo... ¿cuál es la gracia? -Joder, pues salir en todos esas fotos de extranjeros. Que un cockney de Londres mire el álbum de sus vacaciones y encuentre mi cara. Y que su vecino le enseñe su propia instantánea de la puesta de sol en la playa de Salou, donde también se me puede ver. No me importaría que se dieran cuenta, formaran un club y se reconociera mundialmente el mérito que supone aparecer en todas esas fotos. -De ingleses y japoneses. -Y alemanes. -¿Alemanes? -Bueno, aún no es seguro, pero había pensado en viajar también a Mallorca, pero diría que la isla es bien maja incluso en agosto, con lo que se pierde el factor sacrificio. Creo que el hecho de que sufra durante mi experimento es importante, por lo que a lo mejor finalmente voy a Benidorm. Sólo que no tengo claro si van muchos alemanes a ese pueblecito. Como puedes ver, me espera una ardua tarea, pero no me importa sacrificarme por una buena causa. -Ya veo. -Si funciona, necesitaré otros sitios que visitar el año que viene. Ve pensando en algo, que necesitaré consejos. No sé, españoles en Praga, por ejemplo, aunque estamos en lo de antes: viajar a Praga no supone ninguna molestia, a pesar de todo.
Uno tiene calor
Todavía faltan un par de semanas para comenzar las vacaciones, pero uno ya está con el piloto automático, pensando más en irse que en que todavía está aquí. Y eso que en en el trabajo hay aire acondicionado. Pero no es suficiente, claro, como tampoco sirve de mucho escaparse unas horitas a la playa los fines de semana. Porque a uno la playa tampoco le gusta mucho, y además pasa demasiado calor en el coche, que ya es viejo y lo más parecido que tiene al aire acondicionado es la manivela de la ventanilla. Nada, que hay que aguantar unos días más el calor, sin moverse mucho y con muchos helados, consolándose con la idea de que dentro de poco uno ya estará tumbado por ahí en la costa, o sentado en un avión que le llevará al hotel de una ciudad algo más fresquita. El plan no es malo, aunque, si de vacaciones se trata, uno prefiera las de Navidad, cuando se suda menos y se duerme mejor. El caso es que a estas alturas uno ya no está en condiciones; lo que tendría que hacer es irse ya, largarse y volver, quizás, cuando el calor no abofetee ni estrangule. Pero a ver quien se lo explica los jefes, que creen que por el hecho de pagar lo mismo que en febrero, uno ha de rendir igual. Y no es plan, hombre, que uno no tiene ni fuerzas ni ganas. Lo único que tiene es calor.