Acerca del origen del salto con pértiga


El salto con pértiga lo inventó un tramposo. Un tramposo algo ingenuo, claro. -Tú qué vas a saltar más de cinco metros. -Que sí, que sí, ya verás. -Un momento, ¿qué es ese palo? -Er... ¡Detrás tuyo! ¡Un mono con tres cabezas! Buena gente, el inventor del salto con pértiga. Era tramposo no por ánimo de hacer maldades, sino porque se planteaba las trampas como retos intelectuales que se superaban utilizando el arma de la naturalidad. Ya en el colegio copiaba sacando el libro y colocándolo alegremente encima de la mesa. Siempre le pillaban, pero nadie se atrevía a retirarle el examen y endilgarle el cero correspondiente. Aunque sí que le cerraban el libro, claro. En una ocasión entró en una tienda de discos y agarró los dos primeros que vio. Mientras se dirigía hacia la puerta, le dijo al dependiente: "Bueno, me voy, que ya he pagado". No se pudo ir tan rápido, ya que el vendedor no tenía una memoria tan mala. De todas formas, en la tienda se vieron obligados a hacerle un descuento, después de que el tramposo se mostrara ofendidísimo por el hecho de que pusieran en duda su honestidad. En el examen práctico de conducir hizo algo parecido. Nada más arrancar el coche, le dio al freno de mano, sacó la llave y dijo: "¿Qué tal? Yo diría que bien, ¿no?" Tuvo que presentarse una segunda vez. De todas formas, y a pesar de engaños de este tipo, él consideraba que para hacer trampas lo mejor era la sinceridad. Más que nada porque no hay tonto que se crea las verdades. Así, cuando intentó casarse dos veces sin divorciarse primero, a su segunda prometida le dijo tranquilamente que ya estaba casado, pero que quería ser bígamo. Ella se lo tomó como una broma. Igual que el cura, aunque a él no le gustaban los graciosillos. Al regresar de la luna de miel, le dijo a su primera esposa que no había estado fuera en viaje de negocios, sino que en realidad se había casado con otra. La buena señora también creyó que su marido tenía un sentido del humor bastante idiota. Todo se fue al garete en las siguientes navidades, cuando el tramposo se empeñó en celebrarlas con sus dos familias. -Ana, te presento a mi mujer, Natalia; Natalia, ésta es mi mujer, Ana. Cuando iban por el café, los cuatro suegros comenzaron a sospechar algo. Pero la que lo destapó todo fue su madre, que evidentemente lo conocía como si fuera su madre, aunque de hecho no lo era, pero esa es otra historia. -Oye -le dijo, poniendo cara de sospechar algo- ¿tú no te habrás casado con estas dos? -Er... -contestó- ¡Detrás tuyo! ¡Un mono con tres cabezas! Tras los divorcios, pasó por una mala temporada. Estaba algo tristote -quería a esas mujeres- y su carrera profesional se resintió. Sobre todo porque faltó mucho al trabajo. Cuando no quería ir a la oficina, se afeitaba, se duchaba, se vestía, cogía el metro, se presentaba en el despacho del jefe y le avisaba todo serio de que se encontraba tan mal que ese día no podría ni salir de la cama. Y es que consideraba que decir las cosas por teléfono restaba credibilidad. Murió jugando a la ruleta rusa. Se dio cuenta de que con cada disparo, las probabilidades de morir aumentaban. En cambio, si metía de entrada las seis balas en el tambor y no sólo una, las probabilidades de pegarse un tiro eran siempre las mismas, cosa que consideró una evidente ventaja.


 
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Dejádselo a Jaime


Decía Ciryl Connolly en La sepultura sin sosiego que nada más comenzar un viaje ya quería regresar y que, una vez de vuelta, sólo pensaba en marcharse de nuevo. Pues eso, qué asco de operación retorno, oiga. Y es que soy una persona decente y, en consecuencia, esto de volver al trabajo me sienta como una patada en el hígado. Este año, la incomodidad y el disgusto son tales que creo que ha llegado el momento de replantearme mi carrera -es un decir- profesional -es otro decir. Necesito nuevos retos y ocupaciones que estén a mi altura. O sea, a una altura menor que los retos y ocupaciones que ahora me atañen por contrato. Quiero además aprovechar el blog para ofrecer mis modestos servicios. Sí, son muchos los bloggers que se ofrecen como diseñadores de páginas web o como escritores freelance y no sacan ni un duro. Pero no va por ahí la cosa. Lo de diseñar es mucho trabajo -sobre todo cuando uno no tiene ni idea- y escribir es tan fácil que yo debo ser el único europeo sin libro publicado en su currículum. En realidad yo me ofrezco como lector a sueldo, una tarea relajada y sencilla. Por una módica cantidad siempre negociable según el peso -en todos los sentidos- del volumen, me comprometo a leer un libro y a entregar un completo informe al respecto. Este breve documento permitirá a mis clientes conversar en cafés, almuerzos y cenas sobre los títulos de moda sin tener que perder horas valiosísimas en pasar la vista por esas páginas llenas de letras. El informe incluirá un breve resumen en el que se resaltarán los momentos más interesantes, unas cuantas citas, que siempre vienen bien, y cualquier otra información que el cliente pueda requerir. Este servicio es especialmente útil para columnistas y demás escritores. Porque, teniendo tanto que escribir, uno no puede perder el tiempo leyendo. Además, hay pocas cosas que hagan quedar mejor a un reputado plumilla que mostrar a los lectores lo muy leído que es uno. Que sea mentira es lo de menos. Del mismo modo, también me ofrezco como visitador de exposiciones, asistente a películas en versión original subtitulada, público de obras de teatro más o menos alternativas, e incluso como crítico gastronómico particular. Lo único que no estoy dispuesto a hacer es asistir a conciertos en los que uno no pueda sentarse. Ah, antes de que se me olvide y como se suele decir en estos casos: seriedad y discreción. Visa, de momento, no, pero todo se andará.


 
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No os pienso traer nada


Al fin. Después de casi un año dejándome la piel en mi puesto de trabajo para que pareciera que en efecto estaba trabajando, llegan las vacaciones. Estaré unas semanas bastante lejos. Más lejos incluso que otros años. Eso sí, que nadie piense que me voy a la selva: lo mío es el agua corriente y la electricidad. Además de los desayunos en hoteles pequeños. De todas formas, por mucho aprecio que le tenga al asfalto y a la polución, pienso mantenerme bien alejado de cualquier cosa que se parezca a un ordenador. Es más, si paso cerca de un cibercafé, entraré dentro, escupiré y me largaré corriendo. Eso sí, no quiero irme sin darle un modesto consejo a la organización del Fórum. Hagan el favor de contar como asistentes a los 300 graciosillos que llegaron en pateras al recinto con la intención de robar jamón y queso. No pagaron entrada, pero, al fin y al cabo, quien puede entra con invitaciones y cualquier excusa es buena para inflar las cifras. Es más, les recomiendo que cuenten lo de las pateras como si hubiera sido un acto organizado por el Fórum. No hay mucha diferencia con los espectáculos que hay dentro: también tiene ese aire de denuncia de cartón piedra.


 
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De compras


El infierno es el parking de La Maquinista. O sea, un sitio oscuro por el que vas dando vueltas. Y cuando por fin encuentras a alguien que va a salir y dejarte su plaza libre, resulta ser un maniático del orden que tiene que poner las bolsas de la compra bien colocaditas y ordenaditas. No sé para qué tanta molestia: se van a caer igual. Si el parking es el infierno, el propio centro comercial vendría a ser el purgatorio. La parte mala del purgatorio. Ni siquiera ahora tengo claro por qué decidimos ir allí. En realidad no es más que un antiguo solar lejos de cualquier parte en el que a alguien se le ocurrió la idea de apiñar un centenar de tiendas. No suena apetecible. Y no lo es. Conste, eso sí, que no tengo nada en contra de los grandes almacenes. De hecho, tengo más aguante que la mayoría de gente que conozco, a quien le empieza a doler la cabeza a los veinte minutos de dar vueltas de planta en planta. Pero en La Maquinista el que no aguanta soy yo. Al menos hay alguna que otra cafetería y, ya arrepentidos de habernos metido en aquel sitio, decidimos parar a tomar un refresco. Cuando nos sentamos, nos damos cuenta de que hay una camarera sentada en el suelo, junto a la barra y con cara de dolor. Un compañero la sujeta y una guarda de seguridad la tranquiliza asegurando que ya viene la ambulancia. ¿Qué ha pasado? ¿Una lipotimia? ¿Una caída? ¿Un infarto? Es curioso eso de tomarse un granizado mientras alguien espera una ambulancia a dos metros de ti. Es casi como ver desgracias en el telediario mientras almuerzas, sólo que uno procura no mirar para no molestar aún más. No debe ser muy agradable estar tirado en el suelo y que encima se forme un corrillo como si uno fuera una de esas estatuas vivientes de las Ramblas. Cuando entran los médicos con la camilla se confirma que la chica se ha roto una pierna. No puede levantarse: le duele demasiado, así que entre los dos médicos y algún gritito ahogado, la agarran y la suben a la camilla. Al ver el trajín sanitario, una decena de curiosos se detiene ante la puerta del bar. Sólo falta un policía con un megáfono diciendo aquello de: "¡Disuélvanse! ¡Aquí no hay nada que ver!" Toda esta operación es seguida muy de cerca por una clienta del café, que tendrá unos ciento cuarenta años y que, no sin esfuerzo, se levanta de su silla para no perderse detalle. Cuando ya retiran a la camarera accidentada, la señora se acerca a la camilla, le pone la mano en el brazo a la joven -en el brazo, no en la pierna, por lo que en seguida se descarta que se trate de una sanadora- y le dice: "Adiós, guapa, cuídate mucho". Supongo que es una cliente más o menos habitual, preocupada por su camarera favorita, pero me da por pensar que igual la muchacha se ha caído mientras le traía un suizo y la anciana se siente culpable. Ay, si me hubiera quedado en casa, esto no hubiera pasado. La lesionada veinteañera se marcha al hospital en ambulancia, la señora preocupada paga y se larga, y los curiosos siguen con sus compras. Ya no hay nada que ver. Se confirma que julio es un mes muy aburrido y que en los grandes almacenes siempre están de rebajas y nunca pasa nada.


 
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Dicen que llegó el verano y tal


Al salir del ascensor, una adolescente le pregunta a su hermana: "¿Es tu culo lo que vibra?"


 
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