noviembre 2024 | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
dom. | lun. | mar. | mié. | jue. | vie. | sáb. |
1 | 2 | |||||
3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 |
10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 |
17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 |
24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 |
abril |
El acusadito
Jaime Rubio vuelve a reincidir: este impresentable conocido por deberle dinero a todo el mundo menos al banco ha sido conducido ante el juez por tercera vez en apenas cinco semanas. En este caso, por declarar públicamente que El Principito es --disculpen que este cronista haga una pausa ante la desagradable tarea que supone reproducir sus palabras-- "tan pedorro como los libros de Coelho". Más: en el interrogatorio de la policía y a pesar de las en este caso razonables torturas, Rubio aseguró que la sublime obra de San Antoine de Saint-Exupéry es "una petardada, es el libro más moñas que he intentado leer; hasta la versión porno es cursi". En esta ocasión, Rubio sí que contaba con abogado: un conocido asesino a sueldo de la mafia búlgara, que fue arrestado nada más poner los pies en el juzgado. "Esto es un atropello --bramó Rubio--, ese señor estudió Derecho en la cárcel, merece un respeto. Además, no reconozco a este tribunal". El juez levantó una ceja en señal de sorpresa, cosa que llevó a Rubio a ceder: "Pero su cara me suena, señoría". "¿Acaso nos conocemos de algo?", preguntó el juez. "Si se me está insinuando --advirtió Rubio, antes de recibir una sonora y merecida tunda por parte de los alguaciles-- ha de saber que a mí me gustan más altos y con un oficio respetable". Rubio apenas si pudo resistir los embates en este caso verbales del fiscal, que recordó que El Principito es una sensible y bella metáfora acerca de la condición humana y de la importancia de la imaginación, de la inocencia y de vivir en espacios pequeños, bien cuidados y con alguna que otra planta. "Además --añadió el fiscal-- no sé qué tiene de malo Coelho". El propio juez dijo que a él le había encantado El zahir y se oyeron voces desde el público que explicaban que habían leído El Principito varias veces y que era su libro favorito. Bueno, ése, Los pilares de la Tierra y El código Da Vinci. El acusado se limitó a balbucear frases incoherentes como "eso es un maldito sombrero y no una boa, niño estúpido, no me extraña que no tengas padres, seguro que te abandonaron". El tiro de gracia llegó cuando el fiscal le preguntó a bocajarro por su libro favorito. "Yo no tengo libro favorito. Ni disco ni película ni calzoncillos favoritos. Yo estoy por encima de esas cosas". "Entonces --siguió el fiscal-- comparta con nosotros alguno de los libros que más le han gustado". "Bueno, este año he comenzado uno que no está mal, Aprenda ruso en diez días". A la pregunta de cuánto tiempo llevaba aprendiendo ruso en diez días, Rubio contestó que poco más de siete meses. El fiscal concluyó con un sonoro, pero efectivo "no hay más preguntas". Jaime Rubio fue condenado a leer El Principito y hacer un resumen o a pagar una multa de 301 euros. Pagó la multa.
La queja
A: Buenos días, vengo a presentar una queja. B: Eso ya lo sabía, esta es la ventanilla de quejas, así que lo normal es presentar quejas. Pero no, todo el mundo tiene que venir aquí a decir que va a hacer lo que todos sabemos que va a hacer. Presente la queja y punto, y si se ha equivocado de ventanilla, ya le diré yo... A: Bueno, bueno, no hace falta ponerse así. B: Me pongo como quiero. Esta ventanilla es bidireccional. ¿Me expone su queja o qué? No tengo todo el día. A: Verá, ayer recibí la carta certificada conforme me morí la semana pasada. B: Aham. A: Y dejando aparte el detalle de que no estoy muerto, en mi expediente pone bien claro que la fecha de mi muerte es dentro de... B: Ya sabe que los expedientes son provisionales. A: Sí, pero no conozco ningún caso en el que la fecha de la muerte se haya cambiado sin previo aviso. B: ¿No? ¿No conoce ningún caso? A: Pues no. B: Pues yo conozco cuatro. ¡Siguien...! A: ¡No, espere! ¡No puedo estar muerto! ¡Tengo entradas para la ópera! Menudo desperdicio. B: La verdad es que las entradas son caras. A: Claro que lo son. B: Se las compro por la mitad de lo que le costaron. A: ¿Por la mitad? B: Es que a mí la ópera no me gusta mucho. A: Pues a mí sí. Y quiero ir. B: ¿Y quién le ha dicho que no puede ir? A: Hombre, estando muerto... B: ¿No ha oído hablar del fantasma de la ópera? A: Ja, muy gracioso. B: No, en serio, vaya. A: ¿Y qué hay de mi familia? B: Que vaya también. A: Pero, hombre, entiéndame, mi muerte es un duro golpe para mis hijos. Apenas tienen treinta y pico, dependen de mi sueldo. Además, ¿y si mi mujer se vuelve a casar? B: ¿Y a usted qué más le da? A: Comprenderá que no es agradable. Es mi mujer. Yo siempre he sido un pelín machista. Que mi santa se busque a un maromo sacacuartos asaltaviudas no me parece correcto. B: Mire, usted ha fallecido. Relájese, vaya a la ópera, haga todo aquello que siempre quiso hacer después de morir. Como, no sé, ir al cielo, atormentar a ese tipo que le debe dinero o reencarnarse en algún animal divertido, como la foca. A: Sí, bueno, quizás sí, pero ha sido tan de repente. B: A ver, deje que mire su ficha. Hombre, tan de repente no ha sido, lleva siete años con una enfermedad degenerativa. A: Ya, pero era de las que degeneraba a mejor. ¿De verdad que no hay nada que hacer? B: Me temo que no. Es lo que tiene la muerte. A: Pero es que yo me encuentro bien. Incluso me late el corazón. B: Oiga, aquí me pone que está muerto. Y los ordenadores no se equivocan nunca. A: ¿Nunca? B: Dicen que una vez uno se equivocó. A: ¿Y qué pasó? B: Lo fusilaron. A: Me parece fatal, yo estoy en contra de la pena de muerte. Aunque morirse no está tan mal, se lo digo por experiencia propia. B: ¿Lo ve? Si ya se está acostumbrando y todo. A: De todas formas, la verdad es que prefiero estar vivo. B: Si casi ni ha probado lo de estar muerto. Espere un mesecito o así. A: Es que no me convence... Con esto de la genética, ¿no lo podríamos arreglar? B: Buf, eso ya es en otro departamento. A: ¿Y adónde tengo que ir? B: ¡A la mierda! A: ¡Oiga! B: Disculpe, es que este trabajo es un asco. Planta tres, ventanillas de la diecisiete a la veinticinco. A: Hala, otra vez a hacer cola. Gracias, buenos días. B: De nada. ¡Y use un maldito desodorante, tío guarro! A: ¡Oiga! B: Mala suerte, departamento de quejas, me pagan por hacer esto, haber presentado la reclamación por internet. ¡Siguiente! C: Buenas, venía a... B: Sí, a presentar una queja, ya lo sé. Qué tío más burro. Sáltese los prolegómenos, haga el favor, y meta la directa, pesado. Venga, despierte, pasmao, que es usted un pasmao.
Salvar al soldado Jaime
Recordaré a George como al mejor amigo que tuve en las trincheras: siempre con su infatigable sonrisa en el rostro y siempre consiguiendo que engañáramos al miedo en los momentos más duros con un chiste verde. Para él era fácil, claro, porque se bebía hasta el jarabe para la tos. No había noche que no se acostara cantando y mañana que no se levantara como si le hubieran pegado una paliza. Cosa que en ocasiones había ocurrido. Ah, George, siempre se van los mejores. Y le debo la vida, sí, él me la salvó cuando quedamos atrapados bajo el fuego enemigo. Al principio no quería salvarme, ya sabéis cómo era George, un vago encantador, pero fue decirle joder, George, somos hermanos de armas, piensa en Peggy, que me espera en Port Hope, y su rostro ya comenzó a mostrar su arrojo habitual. Aunque al final tuve que apretarle el cañón de mi pistola contra las costillas y rodearle el cuello con el brazo para poder avanzar entre los morterazos y disparos. El muy cerdo se resistía como el valiente que era. Cuando le alcanzaron un par de veces dejó de retorcerse y pudimos avanzar algo más rápido. Llegó medio desangrado a la trinchera. Y yo sin un solo rasguño gracias a aquel héroe aún sin medalla. El muy cachondo todavía reunió fuerzas para soltar un último chiste. "Joputa", me dijo. Nos arrancó a todos una carcajada y también unas lágrimas. Lágrimas que no han de avergonzar a un soldado, y menos cuando nos deja el mejor de los reclutas. George, joputa, se te echa de manos. No te preocupes por tu mujer y las gemelas. Yo cuidaré de ellas. Sobre todo de las gemelas, dentro de unos años. Y esto no es un adiós. Bueno, sí, en realidad sí es un adiós, no jodamos, si esto no es un adiós, qué lo es. Al fin y al cabo, hay gente que sale por la mañana y ya dice adiós aunque luego vuelva por la tarde. Así que adiós, George, adiós.
¡Camarero!
JAIME: Oiga, camarero... ¡Camarero! ¡Señor! Oiga... Camarero... Camarero. ¡Camarero! ¡¡CAMARERO!! Oiga, por favor... Camarero... Ep... Jefe... ¡Aquí, aquí! ¡No! ¡Allí no! ¡Aquí! ¡AQUÍ! Derecha, derecha, izquierda, derecha, ¡dispara! CAMARERO: Señor. J: Es que le he pedido un café. C: Sí, señor. J: Y me ha traído un bocadillo de tortilla. C: Y al señor no le gusta la tortilla. J: Sí que me gusta. C: ¿Entonces cuál es el problema? J: Que he pedido un café. C: Ahora le traigo el café. J: Y llévese el bocadillo. C: ¿No le gusta el bocadillo? J: No lo sé, no lo he probado. C: ¿Y cuál es el problema? ¿Es demasiado pequeño? ¿Demasiado grande? J: No, es que yo no he pedido ningún bocadillo. C: Lo siento, señor. ¿Y qué ha pedido? J: Un café. C: ¿Y por qué tiene un bocadillo enfrente de usted si ha pedido un café? J: Usted sabrá. C: Lo siento señor, pero el bocadillo está en su mesa, no en la mía. J: A ver, yo le he pedido un café y me ha traído un bocadillo. C: Lo siento señor. Error mío. J: Sí, claro. (Silencio incómodo) J: Entonces... C: Ya he reconocido mi error, señor. ¿Usted nunca se equivoca? J: ¿Pero me podrá cambiar el bocadillo por un café o no? C: Creo que me está intentando engañar. J: ¿Perdón? C: Perdone usted, señor, pero creo que hay truco. J: ¿Truco? C: Sí, claro, si yo le doy un café que cuesta noventa céntimos no tiene mucho sentido que me dé a cambio un bocadillo que cuesta dos con diez. Aquí hay gato encerrado y, con todos mis respetos, yo no soy fácil de timar. J: A ver si lo entiende: yo quiero un café. C: Sí, señor. Nada más fácil, señor. Esto es un bar, señor. Le traigo un café ahora mismo, señor. J: Y no quiero ningún bocadillo de tortilla. C: Claro que no, señor, ya tiene uno, para qué quiere dos. J: No, es que éste no lo he pedido. C: ¿Entonces qué hace en su mesa? J: Eso me pregunto yo. C: Mire, no quiero entrometerme, pero debería cuidarse más. Yo duermo siempre mis ocho horas diarias y como mucho pescado: así tengo la mente despejadísima. Si pido un bocadillo, me acuerdo de haberlo pedido, lo cual es una ventaja ya que no me tengo que preguntar cómo ha aparecido un boca... J: ¡Pero es que yo no lo he pedido! C: No entiendo, señor. J: Oh, es igual, ya me lo como, mire cómo me lo como, ¿LO FE? EFTOY COBIEMDO Y HABLAMDO COM DA DOCA MENA, ¿MALE? ¡MOCADILLO DE TODTILLA! ¡BE EMCABTA! C: ¿Algo más, señor? J: No, no, por favor, no. Déjeme a solas con mi bocadillo. Y ya iré a pagar a la barra. No se me acerque. C: Sí, señor. Me alegro de haber sido de ayuda, señor. Si necesita algo más, llámeme.
Ah, el amor
Fragmentos del diario del joven Javier Ter, que murió el pasado 10 de junio en un tiroteo con la policía
23 de mayo Esta noche tampoco he podido dormir bien. Imagino que era el peso de la dorada luna ya casi de verano sobre mis sueños azules como los ojos de mi amada. Eso, o los gritos de mi amada, que sigue atada en el sótano. Si se empeña en no entregarme su cruel corazón, le tendré que arrancar otro diente con los alicates. Ah, y ella sabe que cuando me obliga a hacer tales cosas, mi alma sangra más que sus encías.
26 de mayo Por fin vuelvo a dormir, ah, Morfeo se ha apiadado de su pobre esclavo. La he amordazado. No sé cómo no había caído antes.
27 de mayo ¡Qué cruel es! ¡No me ama! ¡Y no quiere estar a mi lado! ¡Quiere que la deje marchar! ¿Cómo puede ser tan egoísta? ¡Ah, mujer! ¡Dios te creó a partir de la más cruel de las costillas! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
29 de mayo No quería que le acariciara su piececillo de nata. Se lo he cortado y lo he subido a mi habitación. Ahora duerme como un ángel. Como el ángel que es. Ah, qué bella. ¿Qué es lo que debe estar soñando? Con el mar. Sueña con el mar. Mi sirena.
30 de mayo Me gustó lo de la sirena. Le he cortado el otro pie. Si sólo me dejaras amarte, mi plateado y raudo atún, tan rápido que mi corazón no te atrapa. ¡Deja que te enlate en el aceite vegetal de mi amor! Ah, cruel y despiadada morsa. ¿Morsa? Ah, sí, por los dientes que le he dejado.
31 de mayo Ya ni me mira. ¿Qué he de hacer para conseguir que me quiera? Si tu ojo peca, arráncatelo. Sí, mejor entrar ciega en el reino de mi amor que acabar en el gélido infierno de la indiferencia. Le he quitado los ojos con ayuda de una grácil cuchara. Ahora me miran, dulces y azules, desde la mesilla de noche. Abro los míos cuando los rayos del sol de la mañana me despiertan acariciándome cálidamente y lo primero que veo es sus dos trozos de cielo mirándome, al lado del despertador y de las rimas de Bécquer.
2 de junio Como está atada y sentada, el resto de las piernas no le sirven de nada. Me las he subido a mi habitación. Con los pies no me bastaba. Ah, mi amor y su piel de seda. ¡Cómo sangraba! ¡Lo que ha costado cauterizar esos muñones! ¿Pero y los muñones de mi alma? ¿Acaso no sangran más aún?
5 de junio Días horribles. Tristes como una ensalada sin aliñar. Creía que me había ganado su corazón. La he acariciado. Creía que ella me acariciaría también a mí, que su llanto sin los diamantes de sus lágrimas --claro, sin ojos-- prbaba que ya se había rendido a mí. Un llanto liberador y al fin enamorado. La he desatado. Quería que tocara mi rostro con el algodón de la yema de sus dedos. ¡Y me ha arañado con las frías espadas de sus crueles uñas! En la cara y en el alma. Me he llevado sus manos arriba. Ahora sí me acaricia. Y no hace falta que esté atada, sólo amordazada.
10 de junio Días más que terribles. Negros como el culo de una olla. Ha muerto. Su alma ha vuelto al lugar al que pertenece: ¡entre los ángeles! Me quedo aquí, solo, entre sus recuerdos. Su olor... ah, aún me parece olerla... incluso la veo... Pero eso es porque aún no la he enterrado. Me quedan, sí, sus recuerdos. Trozos de vida que deja tras de sí. Un mechón de pelo como un río de oro... Sus cuatro dientes como perlas de azúcar... Su orejita de crema... Sus piececitos de nata... Esas piernas tersas y torneadas... Sus juguetonas manitas... Y esos ojos afilados y a la vez cariñosos... Sirenas, oigo sirenas... Ah, sirena mía... Nada entre los atunes... Yo seré tu atún... Ah, qué intensas las sirenas... Qué es eso que oigo... Entran... Fantasmas que vienen a robarme lo que me queda de ti... Ah, el amor, dulce condena, despiadado paraíso...