noviembre 2024 | ||||||
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abril |
Astenia
Por motivos ajenos a mi voluntad, me veo obligado a tomarme vacaciones. Mi idea era seguir publicando estos días, pero mi ejército de monos redactores no responde como antes a los siempre motivadores insultos y latigazos. El capataz, un chimpancé con un gran sentido de la disciplina y de la organización, me explicó que la culpa es de la astenia primaveral y que trabajar en Semana Santa es cosa de ateos, comunistas y masonazos. Obviamente, monté en cólera y le solté que lo único que era de rojos, sindicalistas y vagos era lo de no querer cumplir con las obligaciones de cada uno. Y no hablo ahora de sus obligaciones conmigo. Yo soy simplemente como un paciente padre que les hace un favor a sus chiquillos, permitiéndoles estar a mi servicio y colaborar así en mi carrera hacia el Nobel. Hablo de las obligaciones que ellos tienen con mis millones de lectores, que van a pasar días de llanto y rechinar de dientes. De todas formas, cedí a sus presiones. Cuando se ponen a gritar, a saltar y a arrojarme cosas --incluida una máquina de escribir-- son más bien convincentes. Especialmente porque el médico me dijo que otro golpe en la cabeza podría ser fatal. En mi magnanimidad, les he concedido unos cuantos días de descanso. Hasta el 18 de abril. Espero que los aprovechen y vuelvan con energías renovadas porque, si no, no les va a salvar ni la protectora de animales, que, por cierto, me trae bastantes quebraderos de cabeza. Están empeñados en que los monos cobren derechos de autor y que no les golpee con el atizador de la chimenea. Estos jipis no saben cómo hay que tratar a un empleado. Hay que ser justo, pero no tonto. Si es que aún querrán que les compre una casa en Niza, que les masajee los pies y que les dé de comer fruta fresca y no el pienso animal que sobró después de lo de las vacas locas. En fin. Cuánto rojo suelto y qué pocas balas.
Cambiar de empleo
Muchos deberían tomar ejemplo de Alfredo Urdaci y cambiar de profesión. El mundo iría mejor si los periodistas se hicieran humoristas, los economistas se dedicaran a algo productivo, como por ejemplo montar una tintorería o apilar cajas en el puerto, y los políticos, bueno, se buscaran un trabajo, uno sencillo para comenzar. No siempre es fácil cambiar de profesión. Yo mismo, sin ir más lejos, intenté hace años dejar el periodismo y dedicarme a hacer monólogos de estos que dan mucha risa en los que unos tipos explican que son unos inútiles o unas tipas explican lo inútiles que son sus novios. Mi debut fue un fracaso. Mis primeros chistes no hicieron gracia y acabé insultando a esos patanes que se hacían llamar público, amenazándoles con represalias si no hacían el puto favor de reírse. Aún recuerdo las primeras frases de mi monólogo: "Vengo volando desde Barcelona para esta actuación y tengo las alas destrozadas. (Aquí movía los brazos como si fuera una paloma reumática.) ¿Se han fijado ustedes en que todos los monólogos comienzan preguntando si ustedes se han fijado en algo? (Toses.) ¿Se han fijado en que siempre se ríen de las mismas tonterías? Y no, yo no me dejo la tapa del váter levantada. YA ESTÁ BIEN. Todos los monologuistas deberían estar muertos. (Más toses. Alguno se levantó y fue al lavabo.) Y yo el primero. (En este momento un maleducado me dio la razón.) Bueno, ¿qué? ¿No piensan reírse? Ustedes han venido aquí para eso, para hacerme sentir gracioso. ¡Estúpidos, abran la boca y carcajéense! ¡Se lo ordeno! Ustedes no saben con quién están hablando, feos, más que feos. ¡Son ustedes tan feos que los perros aúllan a su paso! ¡Sus madres se dedican al contrabando aprovechando que trabajan en un burdel! ¡Cuando se mueran, la media del cociente intelectual del país subirá cuatro puntos! ¡Me dan asco! ¡Y les escupo! (Lo hice.) ¡Incluso sus madres les veían feos! ¡Anormales! ¡Vendo Opel Corsa! Ríanse, hijos de la gran puta, ríanse, que he venido aquí para esto..." No pude seguir porque entonces se abalanzaron sobre mí unos violentos de estos que no saben que la violencia no lleva a nada y no entienden el poder del diálogo. Es más fuerte la pluma que la espada, pero la botella que me rompieron en la cabeza era más dura que las dos cosas juntas. Lo siguiente que recuerdo es que desperté en el hospital. Luego me salió trabajo de chófer en una empresa de alquiler de limusinas para despedidas de soltera. Me despidieron a los dos meses. No me quisieron readmitir a pesar de que cedí a sus ridículas y abusivas exigencias y me saqué el carné de conducir. Una vergüenza, la impunidad con la que actúan los empresarios en España. Y aún hay gente que está en contra de la pena de muerte. En fin. Dado mi historial, sólo pude dedicarme de nuevo al periodismo. Y eso, más o menos.
Toda la verdad acerca del viaje a la Luna
Yo --sí, yo-- participé en el rodaje de la falsa llegada del hombre a la Luna. Me encargué de la producción y colaboré en el guión. No se aceptó mi propuesta para la frase de Armstrong. Yo quería que dijera: "Joder, que mescoño. Cuidado con el escalón, Aldrin". Todo el mundo estaba de acuerdo en que era muy natural, pero poco épica. También propuse: "Suerte que nos trajimos el jersey porque aquí de noche refresca" y "espera un segundo, que voy a echar una meadilla en ese cráter". Tras el éxito de crítica y público, organizamos visitas turísticas por el plató. Venía gente de todo el mundo. Paletos de Oklahoma, ruidosas familias italianas, franceses estirados y otros tópicos con sandalias paseaban por el hangar mientras yo les indicaba que a su derecha tenían el Apolo XI, fabricado con plástico y papel de plata, y a su izquierda las cámaras que se usaron en julio del 69. Y el suelo, toquen, toquen, una ingeniosa mezcla de tiza y arena. El negocio iba bien, pero la Cia no veía claro que fuera buena idea, teniendo en cuenta que la clave del asunto era hacer creer al mundo entero que los americanos realmente habían llegado a la Luna. Después de largas discusiones al respecto, decidieron asesinar a todos los implicados, haciendo que pareciera un accidente. Como en el informe se había acordado UN accidente, los tuvieron que meter a todos en un autobús y los dejaron caer por un barranco. A los tres astronautas los sustituyeron por actores que tenían un ligero parecido con ellos, para que su familia y los periodistas no sospecharan. Nadie se dio cuenta del cambio porque, claro, al fin y al cabo eran astronautas y pasaban mucho tiempo fuera de casa en condiciones complicadas que podían llevar a que un tipo ganara diez o doce centímetros de altura y hablara con un raro acento ruso porque, esa es otra, en el caso de Collins mataron dos pájaros de un tiro y usaron a un desertor de la KGB. Por suerte, yo tuve un accidente de verdad la noche antes y los agentes secretos, superados por las paradójicas circunstancias, me dejaron en paz. Por si a alguien le interesa, resbalé en la ducha, me rompí un brazo y me puse un ojo morado. Sí, en la ducha, no fue una pelea de borrachos, a pesar de lo que dijeron los testigos, las fotografías, el atestado policial y el parte médico.
La universidad de la vida
Yo podría haber sido un gran talento musical. Con apenas siete años le pedí a mi padre que me comprara un violín. Pero se confundió con los estuches y me regaló una de esas metralletas de gángster, con el cargador en forma de disco. Aprendí a tocar la metralleta muy bien, aunque esté mal que lo diga yo. Pasé doce años en la cárcel. La autoridad decidió castigar mi virtuosismo. El talento inabarcable y la individualidad sobresaliente asustan a los poderes fácticos, ya que hacen que se tambaleen sus bases, débilmente instaladas sobre la anomia de las masas. He dicho. Me juzgaron como adulto, pero me vieron tan crío que al final llegaron a una solución de compromiso y me encerraron en una cárcel para mujeres. Sí, hace veinte años la sociedad aún era muy machista. Pero lo cierto es que no tengo ni tuve motivo de queja por esta decisión. Tras salir libre decidí estudiar periodismo, ya que mi maldad no conoce límites. Me expulsaron el primer año por amenazar a los profesores y tuve que ingresar en la UVB. Universidad de la Vida de Barcelona. Rama Crimen. Aprendí mucho e hice grandes amigos. Como el nunca olvidado Roberto. Para una práctica de Crimen Pasional II decidió matar a toda su familia y luego suicidarse. Pero se equivocó y lo hizo en el orden inverso. Claro, la falta de experiencia. Le suspendieron. Su padre pilló un buen cabreo en el funeral. "Si es que eres un inútil, no vales para nada --le decía--. Te voy a sacar de las clases y te voy a poner a trabajar, a ver si espabilas de una vez". Roberto no volvió a clase ni se buscó un empleo. De hecho, no sale de su ataúd. Imagino que aún está avergonzado por lo ocurrido. Creo que su familia quiere que comience tratamiento psicológico, pero Roberto aún se está pensando si hacerles caso o no. En la universidad también conocí a mi primer amor: Rebeca. Rompimos cuando sacó matrícula de honor en Viudas negras. Que además era optativa. Me acusó de no respetar su personalidad y sus intereses y, la verdad, no tuve ningún inconveniente en admitirlo. De todas formas, mantenemos una relación cordial e incluso me ha invitado a todas sus bodas. Hice dos estancias de prácticas durante la carrera. Una en una mafia búlgara y otra en el Ayuntamiento de Barcelona. Esta última estaba muy solicitada y sólo pude acceder gracias a mis buenas notas y después de asesinar a tres de los que tenían mejor media que yo, cosa que a su vez hizo que me subieran la calificación final en Asesinatos selectivos II y Fines y medios. Me licencié entre los diez mejores de mi promoción, gracias a la hábil eliminación de otros catorce compañeros, cosa que me ha facilitado entrar en una buena empresa (un conocido banco), además de recibir ofertas interesantes de multinacionales del narcotráfico y de la venta de armas. En definitiva, una buena universidad, con buena gente y buenos profesores. Aún veo a alguno de mis amigos de entonces, cuando quedamos para cenar o coincidimos en comisaría.
Experiencia profesional
Durante una época trabajé en una agencia de publicidad. Dirigí una campaña muy exitosa, la de los cereales Cornico. Seguro que más de uno la recuerda: "Come nuestros cereales o te romperemos las piernas". Al final, el notable aumento de las ventas no compensó los costes de contratación de matones. Este éxito relativo me hubiera permitido seguir progresando en el mundillo de los anuncios, pero me metieron en la cárcel por el tema de las piernas rotas, así que no tuve más remedio que dedicarme a la propaganda electoral. En la cárcel, uno no puede escoger para quién trabaja. Al partido político en cuestión le propuse el eslogan "Vótanos o te romperemos las piernas", pero no gustó. Los políticos son muy conservadores en cuestión de propaganda. Es más, son unos analfabetos en todo lo que se refiere a innovación: publicidad, nuevas tecnologías, prácticas mafiosas rompedoras (de piernas), etcétera. Obviamente, no puedo revelar el nombre de las personas para las que trabajé. No por lo del secreto profesional, sino simplemente porque me da vergüenza. De ahí salté a la política. Cuando uno sale de la cárcel, no está en condiciones de elegir empleo. También me surgió la posibilidad de hacerme terrorista suicida, pero ya se sabe cómo son los puestos de responsabilidad: el sueldo es bueno, pero no tienes tiempo para gastarlo. Fundé un partido político en defensa de que Albert Boadella y Arcadi Espada fundaran un partido político. Más que nada porque así el primero dejaría el teatro y el segundo de escribir, con lo que todos correríamos menos riesgo de aburrirnos. Mi éxito fue incuestionable. Me gustaría que más gente se dedicara a la política. Lucía Etxebarría, Joan Barril, los Planetas, Alfonso Ussía, James Cameron, Enrique Bunbury, George W. Bush, Isabel Coixet, Björk, Arturo Pérez Reverte. El mundo sería mucho mejor. Siempre que no ganaran las elecciones, claro.