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Una buena noticia
Hará ya unos meses, Dani Plana se puso en contacto con mi chimpancé encargado del tema derechos de autor para dibujar algunos cómics basados en mis historias, cómics que se publicarían en La buena noticia bajo licencia Creative Commons. El acuerdo exigía explícitamente lo siguiente:
-Que se titularía SUPERTEBEO. -Que se me pagarían cincuenta millones de dólares asnaleses en concepto de royalties.
Ninguna de estas condiciones se ha cumplido, pero el supertebeo ha salido publicado:
Autobiografías inventadas (capítulo 1)
Por supuesto, mis abogados no se van a quedar cruzados de brazos. A estas horas tienen clase de natación y se ahogarían.
Caso resuelto
Me tuve que hacer cargo yo mismo. Había propuesto a Sherlock Holmes, un tipo que a mí siempre me había parecido avispado, pero, al parecer, el tal Holmes estaría muerto si no se tratara de un personaje de ficción. De lo que se entera uno. No te acostarás sin quedar en evidencia una vez más. De todas formas, se trataba de un caso sencillo: el cadáver había aparecido con siete puñaladas en la espalda. Un suicidio más que evidente. El tipo se quitó la vida porque el hecho de haberse acostado con la mujer de otro señor le remordía la conciencia. Cosa normal, porque este otro hombre, el marido, no hacía más que amenazarle de muerte. Difícil, vivir así. Me sabe mal decir este tipo de cosas, pero me temo que fue una suerte que se suicidara. Y es que creo que era un asesino en serie: hubiera continuado matándose si no se hubiera muerto antes. Ahora tendrá que vérselas con el juez. Aunque no creo que pase mucho tiempo en la cárcel. Al fin y al cabo en este país sale muy barato cargarse a alguien. Además, seguro que puede pagarse un buen abogado: tiene (o tenía, no sé muy bien cómo decirlo) una casa grande y un buen coche. Ahí hay pasta. Y tanto. El cabrón era (o es, o fue) un tipo hábil. No dejó ni una de sus huellas en el cuchillo. Las limpiaría antes de que llegáramos. O igual llevaba guantes. No nos aclaró ese punto durante el interrogatorio. Lo demás sí que lo admitió. El que calla otorga y el tío se quedó callado como una tumba.
Día de difuntos
Cada año llevamos flores a donde está enterrada, no muy lejos del cementerio.
Las advertencias de la abuela
Alfredo Sostres es probablemente la única persona en quien se han ido cumpliendo las amenazas de su abuela. "Todo empezó de niño. Corría con los cordones desatados, mi abuela gritó '¡que te vas a tropezar!' y, en efecto, caí rodando. Me rompí la pierna por tres sitios". Así, a lo largo de los años, Sostres ha sufrido varias indigestiones por beber un vaso de leche y otro de zumo demasiado seguidos, le han tenido que rescatar en la playa en dos ocasiones, al darle un corte de digestión por bañarse sin haber esperado las preceptivas dos horas después del bocadillo, y siempre que ha tenido que acudir a urgencias lo ha hecho con la ropa interior sucia. "Mi abuela murió hace un par de años --explica--, y me alegré porque creía que todo eso iba a acabar. Es horrible estar haciendo cualquier cosa y oír esa voz en el cerebro, aunque ella no esté presente, advirtiéndome, por ejemplo, de que si no echo la siesta, tendré migraña. Porque luego ocurre. Es... paralizante... Me siento bloqueado... Cualquier cosa supone un peligro... ¿Sabe que tuve que regalar mi walkman porque me estaba quedando sordo? Sólo lo usé dos veces y desde entonces llevo audífono". De todas formas, su muerte no acabó con las profecías: "Al revés, su pérdida me infundió un exceso de confianza que pagué muy caro: al no tener presentes sus palabras y creer que mi vida sería normal, perdí un ojo por culpa de un paraguas ajeno al que no prestaba atención". Así, aún tiene que regresar a casa antes de que anochezca, si no quiere que le atraquen los drogadictos, y se siente débil y apagado si no almuerza al menos un buen cocido, acompañado de su media barra de pan y sus dos piezas de fruta de postre. "Pero lo curioso es que si me tomo aunque sea un caramelito una hora antes de las comidas --explica--, se me pasa el hambre. Y si tomo un café más tarde de las siete, ya no pego ojo en toda la noche. Y tengo que dormir con manta incluso en agosto porque si no, me resfrío. Y la semana que viene me hacen un escáner... Tengo dolores de cabeza muy fuertes... Ya me dijo que eso de usar tanto el móvil no podía ser bueno..."
Los Rubio en América
Un antepasado mío, el gaitero Jorge Rubio, viajó con Cristóbal Colón a América. Su aportación a la noble y arriesgada empresa no fue poco importante. Y es que, al llegar allí, aquellos aguerridos marinos no sabían qué hacer con ese continente tan grande, hasta que a Jorge se le ocurrió utilizarlo para tratar enfermedades como la tuberculosis, la neumonía, la escarlatina o incluso la sífilis. No tardó en aparecer el listo de turno, el clásico aguafiestas, que le recordó a mi antepasado que acababan de descubrir América y no la penicilina. Mi tataraetceterabuelo le recordó que aún ni siquiera sospechaban haber descubierto otra cosa que no fuera una ruta alternativa a las Indias, maldito robacabras. A lo que el sabelotodo le contestó que a él no le parecía que eso fueran las Indias, ya que no veía vacas sagradas por ningún lado. Jorge le soltó que para vaca, la gorda de su madre. Repíteme eso en la playa, si tienes huevos. En la playa y donde quieras, betunero, muerdegatos, destripaterrones... Casi se arma una buena si no llegan a separarlos. El caso es que Colón era un tipo muy práctico. Ante aquella masa de tierra que acababa de descubrir (con la ayuda de los Rubio), el genovés (o lo que fuera) decidió que sería buena idea traer allí a los americanos. Hay que recordar que los americanos no sabían dónde vivían hasta que se descubrió ese continente. En aquel momento histórico como pocos, Jorge Rubio decidió componer un himno para el territorio recién descubierto. Así que sacó su gaita y se puso labios y sobacos a la obra. En un sin duda inocente descuido, mi antepasado fue dejado atrás por sus compañeros, que olvidaron desatarle antes de volver a embarcar. Por suerte, Jorge pudo mantener el contacto con el resto de mi familia, un contacto por supuesto deficiente y espaciado, ya que por aquel entonces internet no funcionaba tan bien como ahora. En todo caso, sus cartas son documentos valiosísimos que dan cuenta del desprecio que sienten los hombres del mundo entero por la gaita, ese instrumento cuyos timbres melódicos asociamos a la migraña y a las náuseas. A través de unos italianos, Jorge envió su primera misiva: explicaba que ningún otro barco lo aceptaba en su tripulación, al parecer por su negativa a deshacerse de su instrumento. Esto le parecía curioso, ya que las autoridades castellanas de la época se habían asegurado de que Jorge embarcara con Colón precisamente por su indudable virtuosismo gaitero. Años más tarde nos hizo llegar otra carta en la que explicaba que había emigrado al norte. O había sido expulsado por los nativos, este punto no quedaba nada claro. Jorge juraba venganza: la traición europea y el poco aprecio de los americanos por su arte serían recordados por sus descendientes, en caso de que lograra procrear. El último texto llegó en cóndor mensajero. Jorge explicaba que había llegado a una tierra llamada Taysha, donde una familia de indios sordos le había acogido en su seno. La hija menor (también sorda) había aceptado casarse con él, después de perder una apuesta con sus hermanas. Jorge concluía anunciando que había adoptado el apellido de dicha familia, la única que sabía apreciar su amor por la música: "A partir de ahora --escribió-- el mundo me conocerá como Jorge Arbusto. Y llegará un día en el que todos temblarán al oír mi nombre, aún más que al oír mi gaita, etcétera, etcétera, poned aquí todas las amenazas terribles que se os ocurran y ahora disculpadme que voy a ver si cazo un búfalo de esos tan gordos que corretean por aquí. Os quiere, Jor... ¡No, un momento! ¡Os odia, como a todos, Jorge!"