Límites


"Lo que son los límites. Si un leñador se levanta una apacible mañana de otoño, se dirige al bosque, escoge un árbol y lo tira al suelo a hachazos, pocos serán los histéricos que le reprochen nada, siempre que tenga los correspondientes permisos. Pero si se levanta esa misma mañana y a quien tira al suelo a hachazos es a su perro, no faltará quien le tilde de salvaje, ¡aunque sea para asar al chucho e ingerir así una cantidad nada despreciable de proteínas! Y peor aún si a quien le clava el hacha en la cabeza es a su hijo de quince años, por mucho que el leñador le haya alimentado durante todo este tiempo y tenga por tanto cierto derecho a decidir cuándo está lo suficientemente rollizo como para ponerle la manzana en la boca y dejarlo un par de horitas en el horno de leña, lo justo para que quede crujiente por fuera y tierno por dentro." Hans Adenauer, No te puedes fiar de un leñador. Ediciones Universitarias, 1978. Traducido por Santiago Moreno.


 
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El famoso 15 por ciento


Hans Adenauer publica en Nature of Science un interesante artículo acerca del origen de ese mito que dice que sólo usamos el 15 por ciento de nuestro cerebro: “En realidad, la frase es mía, aunque la cifra no es exacta”. Al parecer, Adenauer demostró en unos estudios realizados durante los años setenta y ochenta que la única parte útil del cerebro es la amígdala, una pequeña glándula con forma de almendra. "El resto --explica--, la famosa materia gris, a efectos prácticos no es más que un tumor. Un tumor benigno, pero innecesario". Al parecer, Adenauer descubrió además que el mayor peligro para el funcionamiento correcto de la amígdala era el recalentamiento. "Para evitarlo, ideé una cobertura de un material parecido a la gomaespuma, que sustituiría a la materia gris". Las pruebas con ratones resultaron muy positivas: después de vaciarles el cráneo y dejarles sólo la amígdala y esta cobertura, recorrían los laberintos del laboratorio en la mitad de tiempo. Con los conejos y los perros la cosa también fue muy bien. Adenauer explica que el único problema lo encontró con un elefante, "pero sólo porque un paquidermo con dolor de cabeza es más peligroso de lo que uno pueda pensar a priori". El doctor alemán no oculta que realizó experimentos con humanos. "Muy satisfactorios, a pesar de las inevitables muertes y minusvalías. Recuerdo un caso con especial cariño. Se trataba de un hombre ya no joven, pero con problemas de alcohol y drogas. No conseguía centrarse, a pesar de que aseguraba intentarlo. Su padre y su esposa me lo enviaron a la consulta. Después de hacerle las pruebas pertinentes vi que se trataba de un caso clarísimo de recalentamiento de la amígdala y era por tanto un sujeto que se vería muy beneficiado si se le retirara la materia gris para sustituirla por la refrigerante cobertura de gomaespuma. El sujeto accedió y, tras la operación, su vida experimentó un cambio más que positivo. Baste decir que actualmente es presidente de Estados Unidos gracias a su ligero y ágil cerebro, es decir, gracias a su refrigerada amígdala". Sin embargo, la universidad le retiró la beca después de evaluar los resultados de sus experimentos: "No vieron con buenos ojos lo del elefante, ya que destrozó el laboratorio, algunas aulas y la mediateca. Es cierto que debería haber imaginado lo del dolor de cabeza. De todas formas, espero que la situación se aclare definitivamente en unos pocos meses y pueda seguir con mis estudios en este terreno".


 
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China es un invento de los japoneses


(Traduzco y reproduzco un artículo del profesor Jakob Adenauer, publicado en el Leipziger Morgenblatt el 13 de junio de 2005.) China en realidad no existe. Si no, cómo se explica que aún no haya alcanzado el estatus de gran potencia mundial que se suponía iba a alcanzar hace más de un siglo, cuando Bismarck ya amenazaba con que el mundo temblaría cuando el gigante chino despertara. Llevo además décadas leyendo que en pocos años ese país sería una de las principales potencias mundiales y hasta ahora, nada; sólo amenazas. Otra prueba de la inexistencia de China es su elevadísima población y su inverosímil ritmo de crecimiento. Si hubiera tantos chinos como se dice, gran parte del país se hubiera hundido por el peso. Cualquier estudio geológico serio y no silenciado por los poderes fácticos confirmaría este hecho casi evidente. En realidad, China es un hábil instrumento propagandístico de los japoneses, utilizado para desviar los temores de Occidente hacia un enemigo económico imaginario. Es decir, se usa a modo de maniobra distractora. Ejemplo: los restaurantes chinos sirvieron para desviar la atención y permitir que los japoneses pudieran acabar importando su sushi. Obviamente la comida china no existe. El servicio secreto japonés la inventó en los años sesenta. La misma muralla china sólo es una construcción de Gengis Kahn de apenas una decena de kilómetros de largo. La levantó junto al mar (donde está China hay un enorme mar) para señalar lo que él creía el fin del mundo. Las discrepancias entre las fechas en las que vivió Kahn y las supuestas fechas de construcción de la muralla no son más que, de nuevo, maniobras de confusión de los japoneses. Hong Kong, Pekín, Shangai y demás zonas turísticas son en realidad pequeñas islas artificiales. De hecho y por ejemplo, los famosos guerreros de Xi’an se fabricaron en los años setenta. ¿O es que alguien puede creer que un tesoro tan valioso pasó siglos bajo tierra hasta que dos campesinos decidieron cavar un pozo? ¡Absurdo! Asimismo y por poner otro ejemplo de hasta dónde llega la manipulación nipona, la reciente “guerra comercial” por los bajos precios de productos textiles chinos no es más que una reventa masiva de ropa taiwanesa, para hacer creer al resto del mundo que la amenaza china es real e inminente. Taiwan sí que existe. De hecho, sus habitantes llevan medio siglo insistiendo con razón en que ellos son la verdadera China, pero, claro, la economía japonesa es muy influyente en los círculos políticos occidentales. Lo suficiente como para hacer creer que los taiwaneses hablan “de otra cosa”, es decir, de una supuesta guerra civil, etcétera, etcétera. Obviamente, son habituales los sobornos a funcionarios de la Onu, de embajadas, consulados y ministerios de asuntos exteriores. De ahí también que se le concedan tantas prerrogativas a una (inexistente) dictadura comunista en pleno siglo 21. Son los japoneses, que lo tapan todo con dinero para asegurarse de que pueden vendernos sus aparatos electrónicos. La idea de inventarse China fue de Yukichi Fukusawa, quien la propuso al emperador Mutsuhito tras volver de sus viajes por Europa y Estados Unidos a mediados del siglo 19. No en vano, este emperador inició la Era Meiji y llevó adelante la revolución social e industrial de Japón, sirviéndose en gran medida del mito chino. Lo primero que hizo Fukusawa fue publicar la falsa traducción al inglés y al japonés de un supuesto libro de viajes. Se trataba, claro, del libro de Marco Polo, quien en realidad tampoco existió. De todas formas, los italianos no tardaron en apropiarse el personaje, por aquello del buen nombre del país. Pero, claro, la verdad tenía que acabar saliendo a la luz. Como dijo Confucio, “la verdad anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua”. Claro que Confucio tampoco existió y es en realidad invención de James Joyce, esbirro de los japoneses.


 
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Los hermanos Adenauer viajan en el tiempo


--Mi hermano y yo hemos viajado en el tiempo --prosigue el doctor Hans Adenauer. --¿Y eso cómo fue? --Pues muy sencillo: tomamos un caza y pilotamos (bueno, el que pilotó fue mi hermano, evidentemente) en el sentido contrario a la rotación, tal y como la entiende Jakob; es decir, en sentido contrario al giro del disco. La clave está en avanzar más rápido de lo que gira la Tierra y sacarle así el tiempo que se quiera o se pueda. --¿Lo consiguieron? ¿A qué época viajaron? --Sólo conseguimos viajar al ayer, ya que el caza no era lo suficientemente rápido como para robarle más que unas horas a cada día. Más adelante, cuando se nos permita usar un cohete de la Nasa o cuando se pueda viajar a velocidades próximas a la de la luz, será posible viajar años o siglos. Aunque a mí al menos me sirvió para hacer unas gestiones que tenía pendientes. Viene bien disponer de un día de más. --¿El mismo método serviría para viajar hacia el futuro? --Por supuesto. Sólo habría que volar en la misma dirección de la rotación. --¿Cómo es que nadie se había dado cuenta antes? --La verdad es que es tan evidente que resulta casi sospechoso que nadie lo hubiera puesto ya en práctica. Puede que a las multinacionales no les interese. Aunque más bien imagino que simplemente nadie había caído en la cuenta, sobre todo porque los viajes que se suelen hacer son relativamente cortos y de ida y vuelta. Es decir, lo que se gana yendo a Canadá o lo que se pierde volando a la China se recupera al volver a Europa. Resulta además complicado darse cuenta de que todo este trajín de adelantar y retrasar relojes no es sólo una cuestión de husos horarios.


 
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El balanceo de los brazos


El doctor Hans Adenauer me recibe en su despacho de la facultad de Medicina de Leipzig. El hermano de Jakob Adenauer es un tipo rollizo y con el pelo liso y castaño. Nada que ver con su hermano, delgado y con el pelo blanco y los ojos azules, casi como un albino. --Entonces --comienzo--, usted ha investigado por qué balanceamos los brazos mientras caminamos. --Así es. El balanceo de los brazos al caminar y al correr sirve para impulsar los latidos del corazón y compensar así el esfuerzo resultante de mover las piernas. Hasta el punto de que si al caminar no balanceamos los brazos podemos sufrir un infarto de miocardio. --¿Un infarto? --Exacto. Las pruebas realizadas lo confirman. Pusimos a veinte personas a caminar sin mover los brazos y siete de ellas acabaron sufriendo un ataque al corazón. Pudimos salvar la vida de cuatro. En cambio, en el grupo de control, en el que sí se balanceaban los brazos, sólo una persona sufrió un infarto. --¿Cuánto caminaron? --Apenas ciento veinte quilómetros con descansos de quince minutos cada treinta quilómetros. --Entonces usted recomienda a todo el mundo que balancee los brazos al caminar. --Si no se quiere morir de un ataque al corazón, sí. Obviamente, los suicidios serían otro tema. Pero hay más. --Diga. --No basta con balancearlos. El movimiento ha de ser simétrico. Es decir, cuando se adelanta la pierna derecha, el brazo izquierdo es el que ha de ir también hacia adelante. No es buena idea que sea el brazo derecho el que vaya hacia adelante si se avanza la pierna derecha. Además, es más difícil de lo que parece. --¿Se puede sufrir también un infarto si el balanceo no es simétrico? --Sí, pero en este caso cerebral. En el experimento realizado con otras veinte personas que caminaban de este modo tan absurdo, ocho padecieron un ataque a los sesenta o setenta quilómetros de marcha. Cuatro de ellos murieron y otros dos quedaron hemipléjicos. En el grupo de control no hubo ni un caso similar. Una pena tanta muerte, sin duda, pero esto ha supuesto un gran avance para la ciencia. Ahora sabemos bastante más acerca del funcionamiento del sistema cardiorespiratorio. Y esto no lo podíamos probar con ratones. --Claro, los ratones no balancean las patas. --Exacto.


 
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