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abril |
Respirar es malo para la salud
Se están perdiendo las buenas costumbres. Un amigo mío incluso dejó de respirar hace poco. Y hay pocas costumbres mejores que esa. Desde que le dio por ahí, el tipo está cada vez más delgado. Claro que igual es porque se apuntó a un gimnasio. Y además va. Ésa es otra buena costumbre que se está perdiendo: apuntarse a los gimnasios para luego quedarse en casa, tumbado en el sofá, como tiene que ser. Lo peor de todo es que, debido a la ausencia de aire en los pulmones, le cuesta mucho hablar. Apenas le sale un hilillo de voz. De todas formas, me contestó amablemente cuando le pregunté por qué había tomado la decisión de no introducir más aire en sus pulmones: "Esto es sanísimo. Lo dicen todos los estudios. Es la última moda después de la asquerosidad esa de la soja". Busqué por internet y es cierto: hay médicos que aseguran que no respirar es bueno para la salud. Todos citan un artículo de Hans Adenauer, publicado en el número de mayo de The nature of Science. Según Adenauer, al respirar entran en nuestro organismo gérmenes, virus y bacterias, además de polución, insectos minúsculos, extraños cuerpos no identificados y demás porquería, provocando enfermedades, agotamiento, calvicie y oxidación en general. Por tanto, es evidente que no respirar ayuda a mantener un cuerpo limpio y sano. Y para que el cuerpo reciba el oxígeno que necesita, basta con beber mucha agua, que tiene todo el oxígeno que a uno le pueda hacer falta. Y, de propina, algo de hidrógeno, que nunca viene mal. Hans Adenauer asegura que descubrió este hecho por casualidad. "Le recomendé a un amigo y paciente que dejara de respirar, con la excusa de que así aliviaría su cáncer de pulmón. Esperaba que muriera al hacerlo. Era un pesado y estaba hasta las narices de sus quejas y de sus tosecitas. A veces es un suplicio esto de ser médico". Para su sorpresa y contrariedad, la salud de aquel íntimo amigo mejoró notablemente. De hecho, vivió hasta los noventa y cuatro años, pasando los últimos treinta y dos sin respirar. "Y murió porque era un imbécil y le tuve que empujar escaleras abajo", asegura Adenauer, quien, por extraño que pueda resultar, no sigue su propio consejo y sigue respirando: "Es por lo de tener que beber tanta agua --explicó en una entrevista al Leipziger Zeitung--. Me da mucho asco el agua".
El misterioso caso de la cabeza perdida, 5: el desenlace
JAIME: A ver, adelante, pasen, pasen, como si esto no fuera MI casa. (Abre.) Oh, me lo temía. (Entran Hans Adenauer y un cuerpo sin cabeza.) HANS ADENAUER: Buenos días, traigo el cuerpo de Lord Ruffington. CABEZA BUENA: Menos mal. CABEZA GEMELA MALVADA: Maldición, el doctor Adenauer. HANS ADENAUER: Sí, he descubierto tu juego. CABEZA GEMELA MALVADA: ¿Cómo lo has sabido? HANS ADENAUER: Porque cuando te fuiste, te llevaste este libro:
CABEZA GEMELA MALVADA: Sí, pero... HANS ADENAUER: Entonces lo entendí todo: ¡tú escogiste las manos del psicópata sordomudo! CABEZA GEMELA MALVADA: Ah, ah, sí, ¡y lo volvería a hacer! JAIME: Si no le importa, doctor, ¿podría explicar qué ocurre aquí? HANS ADENAUER: Ocurre que esta cabeza nos ha engañado a todos... ¡Sí que es el gemelo malvado! CABEZA GEMELA MALVADA: ¡Lo soy, lo soy! HANS ADENAUER: Pero tiene buen corazón. Por eso se fue a la India: porque era incapaz de comportarse como quería. No se soportaba a sí mismo y sólo podía ser buena persona lejos, donde nadie le viera. Cuando perdió las manos, no vino a Leibniz por casualidad. ¡Me buscaba! ¡Y sabía qué manos necesitaba! Unas manos malvadas para poder realizar sus sueños de sangre y destrucción... Y yo caí como un inocente. JAIME: Tenía buen corazón... ¡Por eso luego quiso que le trasplantaran otro cuerpo! HANS ADENAUER: Exacto. Tenía manos de asesino, pero seguía con su corazón de buena persona y, por tanto, con remordimientos. Con el cuerpo de un criminal, también tendría el corazón de un criminal. CABEZA GEMELA MALVADA: Y si no hubiera habido rechazo, mi plan hubiera sido perfecto. CABEZA BUENA: Hermano, quiero que sepas que estoy orgulloso de ti. LADY RUFFINGTON: Ay, sí. CABEZA BUENA: Eres realmente malvado y haces todo lo posible por superar tus limitaciones. Papá y mamá estarían muy contentos si te vieran. CABEZA GEMELA MALVADA: No me hables de esos perdedores. CABEZA BUENA: Ay, qué cosa más malvada de decir... Qué alegría. JAIME: Un momento, ¿y cómo llegaron todos a parar aquí? HANS ADENAUER: No es casualidad: el gemelo malvado sabía que su hermano estaba en Barcelona, de copichuelas con unos amigos, y fue tras él. LADY RUFFINGTON: Lo que yo te diga. CABEZA BUENA: Sólo charlaba con ellos, pichurrina mía. Casi no bebí nada. Un par de martinis. JAIME: Nos dijo que su cuerpo se había fugado. HANS ADENAUER: Mentira: él se fugó. Buscando a Lord Ruffington. Creía que si él era un hombre malvado de buen corazón, quizás su hermano sería un hombre bueno de mal corazón. Por eso necesitaba mi libro, para hacer el trasplante de cuerpo. CABEZA GEMELA MALVADA: Sí, así es. Sólo quería poner las cosas en su sitio, cada cabeza con su cuerpo. Además, fue fácil. Estabas allí, en el bar, tambaleándote por la bebida... LADY RUFFINGTON: ¡Ja! CABEZA BUENA: Hmm... Qué raro... Igual me echaron algo en la Coca Cola. CABEZA GEMELA MALVADA: Te secuestré cuando fuiste al lavabo y te llevé a un almacén donde comencé la operación, siguiendo las instrucciones e ilustraciones del libro. El problema fue que tu cuerpo, hermano, no tenía mal corazón: resultó ser un cobarde y un pusilánime y salió corriendo en cuanto vio la sangre. CABEZA BUENA: Sí, bueno, es lo que hay, no soy Ricardo Corazón de León, precisamente. JAIME: Bueno, menos mal, ya está todo claro. Pues ahora que cada cual recoja sus cabezas y sus cuerpos y os vais yendo a jugar a puzzles y asesinos a otra parte. CABEZA GEMELA MALVADA: Me vengaré. JAIME: Sí, pero en otra casa. Y llevaos también a Margaret. LADY RUFFINGTON: Bueno, bueno, qué prisas. También nos podrías invitar a un café. JAIME: No, que os lo bebéis. (Intercambio de cabezas. El hermano gemelo malvado pone cara de frustración, aunque al menos se mira las manos y sonríe mientras se marcha. Las manos ríen pérfidamente en el lenguaje de los signos. Lord y Lady Ruffington agarran a Margaret Thatcher y van saliendo. Lord Ruffington comenta: "Qué alegría que mi hermano esté dejando en buen lugar el nombre de la familia". Hans Adenauer recoge el ejemplar de su libro y también se dirige a la puerta. Antes de salir, se gira y habla con Jaime:) HANS ADENAUER: Espero que esto no salga de aquí. JAIME: No se lo contaré a nadie. HANS ADENAUER: No, me refiero a esa chaqueta que está en la silla. ¿Es tuya? JAIME: Sí, ¿qué pasa? Bien chula que es. HANS ADENAUER: Es repugnante. Sólo por eso merecerías que te metieran diez o quince años en la cárcel. Sucedáneo de polipiel... Lo más ridículo que he visto en mi vida.
El misterioso caso de la cabeza perdida, 4
(Jaime agarra la cabeza del hermano gemelo malvado de Lord Ruffington y la pone sobre la mesa. Lord y Lady Ruffington sueltan un ¡oh! de sorpresa. El cadáver de Margaret Thatcher queda inmóvil sobre la cama de los padres de Jaime.) CABEZA GEMELA MALVADA: Es comprensible vuestra sorpresa. Pero no digáis nada. Dejad que me explique. Esta historia comienza hace muchos, muchos años... Los lord Ruffingtones se remontan al siglo XIII... JAIME: No me jodas, hombre. CABEZA GEMELA MALVADA: Bueno, vale. Aunque le restaré contexto a la historia, hagamos una elipsis de unos cuantos siglos. Cuando nacimos mi hermano y yo, tuvimos que seguir con la tradición familiar por lo que respecta a los hermanos gemelos. Él sería el bueno y a mí me tocaba ser el malvado, por culpa de estas cejas. Y se me educó para serlo. Recordarás, Charles, cómo en verano tú ibas de colonias mientras que, a mí, papá y mamá me enviaban a los campos de entrenamiento de la OLP. JAIME: ¡La OLP no existía por aquel entonces! CABEZA GEMELA MALVADA: ¡No interrumpas! Lo que ocurre es que se nos daban mal las colonias y fuimos repetidores reincidentes. Antes de que se me interrumpiera, decía que se me educó para cumplir con las expectativas de nuestra familia de rígida tradición victoriana y convertirme así en el hermano patibulario. Pero, para deshonra de nuestro pobre padre y tristeza de nuestra pobre madre, yo tenía... un buen corazón. CABEZA BUENA: ¡Oh! LADY RUFFINGTON: ¡Oh! CUERPO: (En el lenguaje de los signos:) ¿Dónde está aquella intérprete? JAIME: (Bosteza.) MARGARET THATCHER: ... CABEZA GEMELA MALVADA: La presión familiar era demasiado fuerte y, en cuanto tuve edad, me fui de casa. Marché a la India, de cooperante, con la Madre Teresa de Calcuta. CABEZA BUENA: ¿De cooperante? ¡Papá nos dijo que eras asesor de Kissinger! CABEZA GEMELA MALVADA: Sí, bueno... Papá pensaba más en el honor de su familia que en su propia familia. El caso es que allí, rescatando a una anciana de un pozo, se me cayó una vaca sagrada sobre los brazos. Y por muy sagradas que sean, esas vacas pesan lo suyo. Hubo que amputar... Las dos manos. CABEZA BUENA: ¡Oh! Es cierto... Hay unas cicatrices en mis muñecas. Bueno, en las muñecas de este cuerpo. LADY RUFFINGTON: ¡Oh! CUERPO: (En el lenguaje de los signos:) Me aburro. JAIME: (Ronca.) MARGARET THATCHER: ... CABEZA GEMELA MALVADA: Volví a Europa poco después. A Leibniz. Sin manos, en Calcuta no era de ayuda. Tampoco quería volver a casa y enfrentarme con papá: no quería que supiera, que supierais, que había dado mis manos por una anciana... y que además me sentía orgulloso de ello. En Leibniz conocí al doctor Hans Adenauer, que me propuso un trasplante para recuperar mis manos y volver a la India. CABEZA BUENA: ¡Y te trasplantó las manos de un asesino! CABEZA GEMELA MALVADA: No. Eran las manos de un cura bondadoso. CABEZA BUENA: ¿Sí? CABEZA GEMELA MALVADA: Bueno, no, eran las manos de un psicópata sordomudo, pero me sabía mal darle un final tan evidente a la historia. El caso es que comencé a matar a ancianas atractivas sexualmente, cosa que me provocó pesadillas e incluso remordimientos de conciencia, pero también le di una satisfacción a nuestros padres antes de que murieran. CABEZA BUENA: A toda la familia, hermano, a toda la familia. JAIME: (Desperezándose.) Pero, bueno, ¿aún seguís aquí? ¿No pensáis marcharos nunca? CABEZA GEMELA MALVADA: Pero yo me sentía mal conmigo mismo. Yo era --¡soy!-- una buena persona. Entonces, desesperado y en libertad condicional, le pedí al doctor Adenauer que me librara de aquella condena y me trasplantara otro cuerpo. El doctor identificó a un donante compatible, mis manos lo asesinaron y la operación se llevó a cabo. JAIME: ¿No hubiera bastado con otras manos? CABEZA GEMELA MALVADA: ¿Tú eres médico? JAIME: No. CABEZA GEMELA MALVADA: Pues no hables de lo que no sabes. LADY RUFFINGTON: Muy bien dicho, cuñado. ¿Y qué ocurrió? CABEZA GEMELA MALVADA: Hubo un rechazo... Cosas que pasan. El cuerpo me sacó la cabeza y me dio una patada. El doctor Adenauer y yo decidimos que sería mejor volver al cuerpo anterior, que teníamos guardado en formol por si acaso. Pero para entonces había conseguido fugarse. Llevo semanas siguiendo su rastro de sangre, rodando e impulsándome con las orejas por toda Europa... Y finalmente lo he encontrado. Ahora hay que enroscarme otra vez y encontrar una solución. CABEZA BUENA: Un momento, un momento... ¿Y qué hay de mi cuerpo? Yo necesito un cuerpo. ¿Dónde está el mío? JAIME: Un momento, un momento... Aquí nadie va a amputar miembros, que me lo van a poner todo perdido de sangre. Además, yo sigo sin saber qué hace toda esta gente en mi casa. LADY RUFFINGTON: Ay, qué quejica, pues se ponen unos periódicos y... Cielos, llaman a la puerta. Otra vez.
El misterioso caso de la cabeza perdida, 3
JAIME: Llaman a la puerta. LADY RUFFINGTON: Será Margaret. JAIME: (Abre.) Es... Margaret Thatcher. LADY RUFFINGTON: Hola cariño, gracias por venir. (A Jaime:) Cuando se jubiló, la acogimos en casa. Nos echa una mano con las tareas domésticas, aunque con la economía es desastrosa. MARGARET THATCHER: ¿Dónde está el señor? CABEZA DE LORD RUFFINGTON: Aquí. MARGARET THATCHER: (En el lenguaje de los signos:)¿Qué tal está? CUERPO DE LORD RUFFINGTON: (En el lenguaje de los signos:) Algo desorientado. MARGARET THATCHER: (En el lenguaje de los signos:) ¿No se encuentra bien? ¿Quizás por algo que hizo anoche? CUERPO: (En el lenguaje de los signos:) No lo sé. Como no tenía cabeza, no recuerdo nada. Por cierto, la veo muy atractiva. CABEZA: ¿Qué ocurre ahí abajo? ¿De qué hablan? Me noto curiosamente excitado. MARGARET THATCHER: (Ruborizada y hablando.) Nada, nada. (En el lenguaje de los signos:) ¿Pero qué dice? ¿No ve que su señora está aquí? CUERPO: (En el lenguaje de los signos:) Me da igual. Te necesito, Maggie. Siempre he estado enamorado de ti. Desde que invadiste las Malvinas. MARGARET THATCHER: (En el lenguaje de los signos:) Pero, pero... CUERPO: (En el lenguaje de los signos:) No digas nada... Acómpañame. (El cuerpo de Lord Ruffington agarra a Margaret Thatcher y se la lleva a uno de los dormitorios.) CABEZA: ¿Qué ocurre? ¿Adónde me llevan mis piernas? JAIME: ¡Al cuarto de mis padres, no! ¡Guarros, más que guarros! MARGARET THATCHER: No, por favor... CUERPO: (En el lenguaje de los signos:) ¿Qué dices? MARGARET THATCHER: (En el lenguaje de los signos:) No, por favor... CUERPO: Sí, no te resistas... (Cierra la puerta.) LADY RUFFINGTON: Pero, pero... En mis propias narices... No puedo, no puedo... Tengo que sentarme... Y explicárselo a Cuthberta... No se lo va a creer... Lo que me ha hecho Maggie... Si la recogimos de la calle... (A los pocos minutos, Lord Ruffington sale del dormitorio. Su cabeza está asustada y sus manos ríen --en el lenguaje de los signos--.) CABEZA: Mis manos han matado a Margaret Thatcher. CUERPO: (En el lenguaje de los signos:) Sí, la hemos matado, ja, ja, ja. LADY RUFFINGTON: Cariño, entonces esto sólo puede significar... CABEZA: Sí, que éste no es mi cuerpo... Es el cuerpo de mi hermano gemelo malvado. CUERPO: (En el lenguaje de los signos:) Ja, ja, ja. LADY RUFFINGTON: ¿Oyes eso? CABEZA: Alguien o algo golpea la puerta. JAIME: Sí, ya voy, ya voy. No se levanten, están en su casa, maten a quien quieran, por mí no se preocupen. (Abre. En el suelo está la cabeza del hermano gemelo de Lord Ruffington. Es igual, pero tiene cejas de mala persona.) CABEZA GEMELA MALVADA: Buenas tardes. He venido hasta aquí rodando e impulsándome con las orejas. Creo que mi hermano está en esta casa. Necesito hablar con él.
El misterioso caso de la cabeza perdida, 2
LADY RUFFINGTON: Buenas tardes, soy Lady Ruffington. Vengo a recoger la cabeza de mi marido. JAIME: Pase, pase. Mire, está aquí, en el cubo de la ropa sucia. LADY RUFFINGTON: ¿En el cubo de la...? JAIME: Es que el armario no le gustaba. CABEZA: Estoy mareado, esto ha sido un ultraje, ¿cómo pueden oler así unas simples camisas, por muy sucias que estén? ¿Pero tú qué sudas? ¿Zumo de fabada? LADY RUFFINGTON: No le sueltes inconveniencias a este chico tan amable que te ha cuidado todo este tiempo. Supongo que no me puedes explicar cómo acabaste así. Seguro que te fuiste con tus amigotes de tapas y copichuelas. CABEZA: No, eso es falso, ni siquiera tengo resaca. LADY RUFFINGTON: Eso es porque a ti el alcohol siempre te ha afectado más al estómago. Seguro que lo tienes todo revuelto. Y a saber dónde estará tu cuerpo. ¡Con alguna pelandusca! CABEZA: ¡Eso es mentira, pichurrina mía, yo sólo te quiero a ti! Bueno, a ti y a la guarra de tu hermana. Pero sólo por esas cosas que me hace. JAIME: Oh, cielos, llaman a la puerta, ¿quién será? (Abre la puerta. En el descansillo hay un cuerpo sin cabeza, vestido con un traje sucio y raído.) CUERPO: (Hablando el lenguaje de los signos.) Buenas, creo que aquí está mi cabeza. JAIME: No entiendo lo que me quiere decir, pero por su ausencia de cabeza, deduzco que usted es el resto de Lord Ruffington. CUERPO: (En el lenguaje de los signos.) No sé si me está hablando: ni le veo ni le oigo. Como no tengo cabeza. JAIME: Venga, venga, deje que le agarre. CUERPO: (En el lenguaje de los signos.) Arg, socorro, ¿quién me arrastra? J: Cabeza de Lord Ruffington, ¿éste es su cuerpo? CABEZA: Oh, sí. Menos mal, qué alivio. Por favor, cariñito mío, ¿podrías ponerme la cabeza en su sitio? JAIME: Cómo no. CABEZA: Tú no, imbécil, mi mujer. JAIME: Oh, de acuerdo. Olvidemos lo de anoche, por supuesto, no esperaba otra cosa de ti. LADY RUFFINGTON: A ver... ¿Esto cómo va? ¿A rosca? CABEZA: Prueba a ver. ¡Pero cuidado, bruta! Una vuelta más, que me noto suelto... Ah, por fin que alivio. JAIME: Con ese cabezón, creía que serías más alto... LORD RUFFINGTON: Sin faltar. Además, no sé qué decirte. Con el cambio, ahora tengo hasta vértigo. Creo que necesito sentarme. Me duele todo, ¿dónde habré estado? Creo que mis manos intentan decirme algo, pero no entiendo el lenguaje de los signos. LADY RUFFINGTON: Podríamos llamar a Margaret. (A Jaime:) Margaret es nuestra ama de llaves. De joven les enseñó el lenguaje de los signos a unos simpáticos chimpancés. Consiguió que aprendieran a escribir a máquina y luego se los vendió a un escritor de novelas pornográficas. (Saca un móvil.) Maggie, cariño, soy Lady R. ¿Podrías pasarte por Barcelona esta tarde? (A Jaime:) ¿Cuál es tu dirección? JAIME: Oiga, a mí déjenme en paz de una vez, si no les importa. Váyanse ustedes a ver a Margaret. LORD RUFFINGTON: ¡Es lo menos que puedes hacer! JAIME: ¿Cómo? No tengo ninguna oblig... LORD RUFFINGTON: No, me refiero a que es lo que menos esfuerzo te cuesta. Sólo tienes que sentarte y callar, y no discutirte con nosotros y echarnos a empujones. Eso es muy cansado. Ah, qué raro me noto... (Nótense aquí los puntos suspensivos de intriga.)