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Todas putas y tristes
Hasta ahora apenas se había sugerido, casi con timidez y, en ocasiones, con cierta sorna. Finalmente ya está aquí: la campaña contra el último libro de Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes. Según Sonia Gómez Gómez*, este libro es un claro ejemplo de literatura "sexista", "que reproduce el esquema de la mujer objeto", ya que explica la historia de un tipo de noventa años que quiere acostarse con una niña de catorce. Esta campaña es parecida la que en su momentó se lanzó contra Todas putas, de Hernán Migoya, con la salvedad de que García Márquez al menos he escrito un puñado de novelas tan buenas que para no empañar su recuerdo no pienso leer esta última. Gómez y quienes protestan cometen al menos dos errores que dejan claro que no saben leer. Primero, confunden autor y protagonista. Toda la literatura tiene al menos algo de autobiografía, pero eso no significa que García Márquez sea un pederasta, que Nabokov sea otro pederasta, un jugador de ajedrez desquiciado y un millonario con problemas, que Martin Amis sea un director de anuncios de televisión alcohólico, que Cervantes estuviera mal de la cabeza, que el tío de Shakespeare hubiera matado al padre del dramaturgo para casarse con su madre, o que Arthur Conan Doyle fuera un detective morfinómano que tocaba el violín en sus ratos libres. El segundo error es pensar que toda la literatura ha de ser hermosa y edificante. Que no hay que usar tacos, que los malos han de sufrir mucho y que se ha de hacer justicia con los buenos por muy mal que lo pasen en las páginas de en medio. Este error es más frecuente en las artes plásticas: sólo se consideran artísticos los cuadros bonitos y las esculturas que quedan bien en los rincones. Pero también es frecuente en los libros. Por volver a Amis, muchos creyeron que hacía burla del holocausto cuando publicó Time's arrow, en la que la conciencia de un médico nazi observaba su vida en orden cronológicamente inverso. Por decirlo de otro modo, la buena literatura siempre es hermosa y edificante, aunque no cuente historias hermosas y edificantes, aunque juegue a presentar como hermoso y edificante incluso lo más abominable. Se supone que el lector tiene la suficiente capacidad crítica, que no va a dejarse arrastrar por el magnetismo de un personaje, que sabe jugar a leer. Al menos, yo no conozco a nadie que alabe a los pederastas por culpa de Nabokov o que haya dejado su trabajo y optado por la delincuencia tras leer El hombre que miraba pasar los trenes. Por ejemplo.
*Vía Libro de notas