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abril |
Vecindario
Una vez se perfeccionaron tanto la ingeniería genética como la clonación, el profesor Ramón Mejías pudo poner en marcha su proyecto de sociedad perfecta. Según Mejías, una sociedad perfecta era simplemente la formada por buenas personas. Y las mejores personas son los asesinos y los psicópatas, según afirman en medios de comunicación amigos y vecinos de esta gente. Amables, educados, simpáticos, nadie se lo hubiera imaginado, tipos normales, vecinos perfectos. Mejías fabricó así familias enteras siguiendo el patrón genético de asesinos en serie, viudas negras, violadores, niños que agarraban las armas de sus padres y se liaban a tiros en la escuela. El profesor las trasladó hace ya más de siete años a Vecindario, un pequeño pueblo de las afueras de Barcelona construido para el experimento. "Nunca se ha visto un pueblo mejor", aseguraba Mejías a la prensa, con motivo del quinto aniversario de su proyecto. Casitas de paredes blancas y césped bien cortado, vecinos que se daban los buenos días, que se vestían de payaso en los cumpleaños de sus hijos, que preparaban galletas de jengibre con forma de señor sonriendo, que lavaban el coche los sábados por la mañana y que dejaban una bonita pero humilde cantidad en el cepillo de la iglesia. "Un pueblo lleno de buena gente", insistía Mejías en las entrevistas, "y un mundo lleno de buena gente, si me dejaran". Eso sí, alguna vez se ha descubierto que alguno de los vecinos tenía enterrados bajo el césped a doce o trece niños, que otro había descuartizado a la maestra, que la maestra tenía encerrada a su madre bajo llave y llevaba más de tres años sin darle más que agua y galletas. En estos siete años y algunos meses, ya ha muerto, víctima de asesinatos, más de una quinta parte de la población original. Cuando le preguntan por este dato, Mejías se encoge de hombros: "Bah, estadísticas. Cada uno las lee como quiere. En todo caso, los beneficios superan las desventajas".