No me suelen gustar los cuadernos de bitácora con textos personales y aún menos los lacrimógenos, pero uno entra hoy en una edad un tanto peligrosa, de ésas que estan llenas de números. Sé que alguno dirá que aún soy joven y que ni siquiera he llegado a ninguna cifra realmente temida -como ese tres en las decenas-, pero como se trata de gente que es mayor que yo, no puedo tenerles en cuenta para evitar hundirme en una minicrisis por edad.
Y es que, a mis años, Orson Welles había rodado
Ciudadano Kane, por ejemplo. Y Goethe había publicado
Los sufrimientos del joven Werther. Por no hablar de Mozart, que ya tenía a sus espaldas, entre otras muchas obras, un par de óperas, más de treinta sinfonías y una quincena de conciertos para piano y orquesta. Thomas Alva Edison, que no fue un niño prodigio o un cerebro precoz, a mi edad ya había montado un periódico propio en la línea de ferrocarril Port Huron-Detroit (donde trabajaba), había inventado un nuevo modelo de teletipo para la bolsa y había mejorado la máquina de escribir, además de tener ya laboratorio propio. Charles Dickens había publicado
Los papeles póstumos del Club Pickwick,
Oliver Twist y
Nicholas Nickelby. Miguel Ángel había esculpido
La piedad de San Pedro, y Rafael había pintado
Las tres gracias y
El sueño del caballero. Por no hablar de Alejandro Magno. Fijaos en todo lo que hizo antes de llegar a mi edad (cito por orden): dirigió la caballería en la batalla de Queronea frente a los tebanos, fue coronado rey de Macedonia, conquistó Tracia e Iliria, pacificó Grecia -¡lo que debe de costar eso de pacificar un país!-, inició una campaña contra Persia al frente de un ejército de 40.000 hombres, derrotó a Darío III y conquistó Siria, Tiro, Gaza, Israel y Egipto, donde fundó Alejandría.
Y no sólo eso, sino que tengo conocidos por ahí que a mi edad están a punto de dirigir su propio programa de radio o de televisión (aunque sea local), y me sé de uno -y no miro ni enlazo a nadie- que cuando cumplió los años que yo tengo era padre de una niña muy guapa que hoy es -cito textualmente- una adolescente pedorra.
Sí, ya sé que siempre que me compare con todos esos de allí arriba saldré perdiendo, pero uno de niño cree que de mayor será Leonardo da Vinci y no una versión pobre y sobria de Ricardito Bofill. O sea, nada. Me sirve de consuelo pensar que a Albert Einstein aún le quedaba un año para publicar los artículos en los que comenzaba a hablar de la Relatividad y que, si yo fuera Nerón, aún me faltarían dos años para incendiar Roma.