Jaime, 14 de julio de 2002, 16:25:06 CEST

La derecha está de moda


Después de leer la entrevista a Boris Izaguirre y a Jaime Bayly en el Magazine -sin versión en internet- de La Vanguardia, uno constata que la izquierda, definitivamente, ha perdido la batalla de la imagen. Ya no está de moda ser de izquierdas; la gauche divine ha muerto y los pijos son conservadores, que es lo que se lleva. "Se espera que el intelectual latinoamericano esté vinculado a la izquierda, pero Bayly aboga por la derecha", afirma Izaguirre, que añade: "Es que en el fondo la izquierda no nos lleva a ninguna parte, yo me he comprado una casa gracias a desnudarme en televisión y, bueno, no sé si mi éxito arrollador hubiera sido posible en un país de izquierdas, creo que sólo podría haber triunfado en la España del PP". A lo largo de la entrevista, además, los televisivos escritores optan por Mario Vargas Llosa e hijo, dejando a un lado a Gabriel García Márquez. Y a Izaguirre y Bayly hay que tenerles en cuenta, porque, de escribir no sé, pero de modas, tendencias e imagen nadie sabe más que ellos. La verdad es que este cambio no me sorprende. Desde la época de Reagan y Thatcher, la derecha ha sabido maquillarse y presentar hábilmente como nuevo lo que en realidad es lo de siempre. Las gentes de izquierda se han (nos hemos) limitado todo este tiempo a sonreír con desdén, a señalar con el dedo y a decir, entre risitas idiotas: "ji, ji, si son fachas, quién les hará caso". De la izquierda exquisita que retrataba Tom Wolfe -esos millonarios antisistema- hemos pasado a la derecha popular -esos parados antisubsidios. Al final, claro, ha resultado que la política neoliberal es el modelo a seguir, incluso por los partidos progresistas: de ahí los patéticos esfuerzos de Giddens y Blair por crear una tercera vía, que no es más que la vía de siempre. Y es que resulta mucho más fácil llegar al ciudadano diciendo -maquillando ligeramente lo que se dice- que los extranjeros vienen a robar, que el que no trabaja es porque no quiere y que los impuestos no son apenas necesarios, que entrar en sutilezas acerca de política fiscal o de derechos de los inmigrantes. Además, y por culpa de veinte años de dejadez, la izquierda no sólo necesita actualizar de modo real su discurso, sino también defender su pasado -al menos, lo que merezca la pena defender. Porque ahora resulta que cuando se habla de izquierda no se está hablando de socialdemocracia, sino que uno se refiere al stalinismo. Del mismo modo que durante todo este tiempo la gente de izquierdas asociaba la derecha, por muy democrática que fuera, con los fascistas. Los partidos reaccionarios han conseguido ocultar ese pasado y además humillar a la progresía gracias a los revisionistas: Franco, Mussolini, McArthur, Kissinger, Pinochet eran malos, pero -y éste es el pero odioso, el de "yo no soy racista, pero"- las izquierdas contra las que se enfrentaron fueron o habrían sido peores. Así pues, los delitos de la izquierda sirven, simple y llanamente, de excusa, de justificación de los crímenes de la derecha. El caso más claro es el de la oposición Hitler-Stalin, en el que se cuentan muertos y se comparan campos de concentración y gulags en un ejercicio sencillamente imbécil. Así pues, o los partidos progresistas renuevan su discurso, se acercan de nuevo al ciudadano y dejan de tratar a los partidos de derechas como rebañitos de fachas indocumentados o aquí hay neoliberalismo para rato, por mucho pijín antiglobalización que clame contra el imperio del mal que se supone que es Estados Unidos. Se acabó el hablar de obreros, de capitalismo salvaje y demás melonadas. Y, en todo caso, no vale copiar y presentar el trabajo con otro título y otras firmas (¿de acuerdo, señor Giddens?). Así, al menos, hasta que progre y rojo dejen de sonar a insulto.
 
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