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abril |
Como una novela
El científico y el artista no hacen cosas tan diferentes. Intentan darle sentido a sus experiencias. Sí que usan distintos lenguajes, pero los problemas a los que se enfrentan son más o menos los mismos. Todos parten de una serie de dudas, de preguntas; ya sea cómo vive alguien el proceso de desenamorarse o si la luz está formada por ondas o partículas. Estas dudas son siempre de índole personal, incluso ante algo aparentemente tan prosaico como las partículas elementales. Y es que su inquietud es la misma: cómo somos. Y por qué. Para que un científico sea capaz de enfrentarse con relativo éxito a sus tareas necesita la misma predisposición que un novelista cuando se enfrenta a sus personajes. Y viceversa. Ambos han de saber que al intentar explicar el mundo, en realidad se están explicando a sí mismos. O al revés. Y que nunca llegarán a una conclusión. Con suerte, ofrecerán interpretaciones -guías, mapas que nos ayuden a los demás a situarnos. En el caso del poeta o del músico, esto es evidente: los mejores de todos ellos procuran responder a una pregunta con cuatro preguntas más. Los científicos sí que aspiran a proporcionar una respuesta. Al menos, una provisional. Una respuesta que no es más que el intento de darle sentido a unas experiencias determinadas. Como si se tratara de una novela. Sí que es cierto que en la ciencia se suele dar por sentado cierto progreso. Y que este progreso no se da en el arte. Puede que Joyce necesitara de una tradición para escribir sus libros, pero esto no significa que su Ulises sea mejor que la Odisea. Eso sí, a la hora de ponerse a trabajar, Joyce y, por ejemplo, Newton, no eran tan distintos.