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abril |
Villa, corte y sede
Algunos madrileños desconfiados temen que los catalanes no apoyemos la candidatura olímpica de la capital del reino. Estos hombres de poca fe nos piden el mismo ilusionado apoyo que (se supone) dieron a Barcelona cuando la ciudad optaba a ser sede de los Juegos en 1992. Pero yo no sé si apoyar a los madrileños entusiastas o a los escépticos, que también los habrá. Lo digo por una cuestión de solidaridad. Nosotros ya sufrimos una boda principesca que nos permitió salir en portada del Hola y unos Juegos Farmacéuticos que nos dejaron la ciudad estupenda y trajeron a las Ramblas a un montón de turistas. Pero advierto de que todo eso es un coñazo insufrible: no sé si mereció la pena pagar un precio tan alto, aunque supongo que los vecinos de la Vila Olímpica no estarán de acuerdo conmigo. En todo caso, me permito recordarles a los madrileños que tienen por delante, como mínimo, ocho años de oír hablar de las olimpiadas y de sufrir más obras de las habituales, que en su caso no son pocas. Y todo acompañado de un entusiasmo mediático sin fisuras que culminará en la ceremonia de clausura, cuando muchos se crean aquello de que "estos han sido los mejores juegos de la historia", como ocurre cada cuatro años en cada ciudad olímpica cuando se repiten las mismas palabras. Es más, incluso las leerán en algún periódico doce años después, sin que nadie se sonroje por el hecho de que hayan existido tantos "mejores juegos de la historia". Otro factor de riesgo para la capital es que tienen de alcalde a Alberto Ruiz-Gallardón, un tipo que no tiene nada que envidiar a Pasqual Maragall. Es decir, que si la cosa sale bien, que nadie se extrañe si Madrid acoge el quinto Fórum Universal de las Culturas en el 2020. En definitiva, opto por la prudencia: sólo faltaría que mostrara un apoyo cívico e ilusionado y que encima me lo acabaran echando en cara.