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abril |
Nudistas urbanos
No tengo nada en contra del nudismo. Sin ir más lejos, yo mismo llevo años sin comprarme un pijama. Y me parece muy bien que, como recuerda una de las miles de asociaciones catalanas, no haya ninguna ley que prohíba ir con todo al aire por la calle. Es más, me parece especialmente divertido que uno de estos asociados diga que "la ropa me agobia, me aprieta, no puedo ir con ella", que es lo que nos pasa al conseller en cap y a mí con las corbatas. De todas formas, no creo que las prevenciones en contra de esta especie de naturismo urbano sean absurdas. No hay más que imaginarse un vagón de metro a las ocho de la mañana: a ver quién se pone al lado del gordito peludo. Por otro lado, si el tema prospera y se pone de moda, pocos conferenciantes podrán recurrir a imaginarse en paños menores a su público, teniendo en cuenta que poner en paños menores sería cubrir las vergüenzas. Habría que imaginar al público sin piel. Y aunque en la foto del diario dos de los nudistas salen descalzos, creo que no sería buena idea ir de bares sin zapatos. Sobre todo por aquello de pisar según qué suelos de según qué baños. Y eso por no hablar de si esta gente se viste en diciembre y enero o si eso significaría claudicar ante la opresora sociedad textil. Por cierto, ¿dónde llevarán la cartera? De todas formas, por lo que parece, lo que quieren los miembros de esta asociación sólo es poder salir desnudos de vez en cuando sin que un guardia les pare. O que, en todo caso, les pare para invitarles a tomar algo. En fin, no creo que vayan a las rebajas en bolas, pero a lo mejor sí a pasear por las Ramblas. Ahí incluso puede que se sacaran algunas monedillas haciéndose fotos con los turistas. En fin, que si hay gente que tiene ganas de salir de casa en pelota picada, yo no soy quién para decirles que eso es una vergüenza o, mejor dicho, una desvergüenza. Porque no lo es. Es una tontería y una incomodidad, pero hay cosas más ridículas, como las sardanas o los libros de Aznar, y nadie dice nada.