Desde que Samuel P. Huntington publicara su
Choque de civilizaciones, muchos pretenden que se puede entender la historia y la política partiendo de las luchas entre religiones.
El enemigo es, especialmente, el islam. La causa de que en el tercer mundo no haya democracias ni economías prósperas es que no optaron por la religión verdadera. Entre todos estos infieles, los más desafortunados fueron los que escogieron ser musulmanes.
Así pues, si antes estaba de moda echarle la culpa a la raza, especialmente a la negra y a la judía, ahora le toca el turno a las profesiones de fe, cosa que no suena tan políticamente incorrecta.
Y eso a pesar de que
Marvin Harris, por ejemplo, recuerda en
Nuestra especie que "quienes están más atrasados en un período están más adelantados en el siguiente", en especial referencia al imperio árabe, que, por cierto, revitalizó "la ciencia y el comercio europeos".
Harris explica que el desarrollo político y económico de los países subsaharianos "se frustró prematuramente" a causa de las guerras provocadas por el colonialismo. "Las autoridades coloniales -explica- hicieron todos los esfuerzos posibles para mantener a África subyugada y atrasada, fomentando las guerras tribales, limitando la educación de los africanos al nivel más rudimentario posible y, sobre todo, evitando que las colonias desarrollasen una infraestructura industrial que podría haberles permitido competir en el mercado mundial". Harris concluye asegurando que habría que considerar a los africanos "superhombres si por su cuenta consiguen crear una única sociedad industrial avanzada antes de mediados del siglo próximo" (se refiere al actual, claro).
Antoni Segura, en
Más allá del islam, también aclara que la situación social, política y económica que viven países como Argelia, Palestina o Afganistán no se explican únicamente -ni siquiera principalmente- con el argumento del islam. De hecho, como en el caso de Algeria, no suele ser más que una excusa para tapar corruptelas criminales de ejércitos creados a imagen y semejanza de los occidentales.
Y es que la religión, en realidad, nunca ha causado guerras. Simplemente ha funcionado como pretexto: sólo hay que pensar en las cruzadas, cuyos objetivos eran más económicos que espirituales.
El atraso del tercer mundo, pues, no tiene su causa en el islam, sino en un colonialismo que no permitió a estos países llegar a instaurar sus propias democracias y a crear sus infraestructuras económicas.
Harris, por si hay dudas, pone el ejemplo de Indonesia y Japón. Indonesia fue colonia de Holanda; Japón pudo cerrar sus puertas a "comerciantes y misioneros europeos", aceptando únicamente exportaciones de libros, "especialmente de libros técnicos que explicaban cómo fabricar municiones, construir ferrocarriles y producir sustancias químicas". De eso hace más de tres siglos.