Jaime, 25 de febrero de 2004, 10:38:39 CET

¿Quieres hacer el favor de divertirte, por favor?


Quim Monzó escribe sobre los niños (y mayores) a los que les revienta disfrazarse. Monzó habla de dos chavales deprimidos por culpa del carnaval: uno tenía que pintarse la cara y el otro iba disfrazado de ficha de dominó. Ambos habían sido obligados por el colegio a -ehem- divertirse. Este artículo me trae a la memoria un carnavalesco trauma infantil. A mí de niño -de niño, que quede claro- me gustaba disfrazarme. Cada vez que llegaba el carnaval dudaba entre el disfraz de cowboy y uno de Dartacán (el de los Mosqueperros) que me había hecho mi madre. Tampoco me hubiera importado disfrazarme de Drácula alguna vez, pero no llegué a hacerlo. Sin embargo, cuando iba a segundo, a los profesores se les ocurrió la genial idea de que nos hiciéramos los disfraces en clase. Y, encima, que cada clase fuese disfrazada de lo mismo. A nosotros nos tocó ir de payasos. ¿Qué gracia tiene ir de payaso si tus treinta compañeros van exactamente igual? ¿Por qué tenía que pintarme la cara y hacer el ridículo por la calle? ¿Por qué habían convertido una fiesta de disfraces en un desfile de uniformes? ¿Por qué no podía coger mi revólver de petardos? ¿Por qué esas madres que decían cosas como "qué monos" o "qué idea más original" no acabaron en la cárcel? Sólo pude responder a estas preguntas con un llanto de rabia durante el desayuno y con una mirada de odio dirigida a la señu como nunca se ha visto en un payaso.


 
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