El fútbol es un deporte aburrido y simplón. Veintidós iletrados corriendo detrás de una pelota. Como decía Borges, que le den un balón a cada uno y se acabó el problema.
Pero además provoca una serie de atrocidades que, teóricamente, no tienen nada que ver con el deporte en sí, pero que prácticamente no se dan en otros contextos similares. Quizás la excepción sea el baloncesto griego, pero, por ejemplo y por lo demás, yo no recuerdo disturbios tras la derrota de Karpov o cuando Barrichello se vio obligado a ceder la victoria en el pasado Gran Premio de Austria.
El fútbol, que no es más que un jueguecito, ha provocado heridos y muertos, como Andrés Escobar, defensa colombiano asesinado por marcar un gol en propia meta (¡horror!) en el Mundial de 1994. Y no ha sido lo peor que se ha visto, ya que el balompié ha sido excusa incluso para escaramuzas bélicas, como narró Ryszard Kapuscinski en
La guerra del fútbol: El Salvador y Honduras se liaron a tiros en 1970 tras un par de partidos de clasificación para la Copa del Mundo.
El último absurdo ha sido el de la
expulsión del coreano Ahn del Perugia, club italiano en el que calentaba banquillo gracias al patrocinio de Daewoo. Su pecado: marcar el gol que eliminó a Italia del Mundial. Es decir, jugar a fútbol, que es para lo que se le paga -hecho de por sí ya bastante ridículo.
Luciano Gaucci, bovino presidente del club, le envía de vuelta a casa, "a cobrar cien liras al mes". Dos críticas al jugador sorprenden especialmente: una, sus problemas de acné, debidos a su pasión por el chocolate; la otra, la afición al juego de la madre del muchacho.
Lo que no nos aclara la noticia es cómo se ha tomado el resto de ciudadanos italianos este despido improcedente. Pero me temo que muchos lo verán normal. Incluso justo y merecido. Y me atrevo a añadir que si Corea elimina a la selección española, más de un Daewoo aparecerá el domingo con las ruedas pinchadas.