Jaime, 2 de febrero de 2004, 10:17:00 CET

Buenas noches


No creo que mucha gente me lleve la contraria si alabo los cuentos infantiles como las fuentes de sabiduría popular que son. Los cuentos enseñan a los niños a enfrentarse al mundo con el que se encontrarán de mayores, y así las caperucitas rojas saben que han de tener cuidado con los macarrillas del barrio, mientras que las familias, de cerditos o no, han de asegurarse de que el mafioso de turno les vende una sólida casa de ladrillos y no un pisito con aluminosis. Uno de mis cuentos favoritos es El zapatero y los duendes, que viene a matizar la necesidad de trabajar duro que nos intentaban inculcar los tres cerditos antes citados. Recordemos que el zapatero era un tipo pobre, con apenas cuero para un par de botas, que recibe el encargo de su vida. De todas formas, el tipo se lo toma con calma y cuando cae la noche se retira a dormir: las ocho (o nueve, o diez) preceptivas horas de sueño son más importantes que el trabajo. El zapatero sabe cuáles son sus prioridades. Y por esa escala de valores tan bien formada en la que lo primero es lo primero y se trabaja para vivir y no se vive para trabajar, unos duendecillos acaban durante la noche la tarea dejada a medias el día anterior. En definitiva, este cuento es una necesaria loa al descanso, al beauty sleep, a consultar los problemas con la almohada, a dejar para mañana lo que puedas hacer mañana, a darse cuenta de que el trabajo es un medio y no un fin, y que no hay que hacer horas extra ni aunque el mismo rey te pida un par de zapatos. En todo caso, que se encarguen los duendes, que yo me voy al cine o a echar la siesta y las botas viejas de su majestad bien pueden aguantar otro par de días.


 
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