Jaime, 9 de junio de 2002, 15:17:44 CEST

Acústica, eléctrica y electrónica


Maradona, imagen -¿imagen?- del Sónar
Por las calles de Barcelona ya se pueden ver los carteles que anuncian el Sónar, festival de música (supuestamente) avanzada, usando como reclamo a Maradona. Lo cual me trae a la cabeza las críticas que suele recibir la música tecno: que si sólo es ruido, que si no hay letra, que si no dice nada, que si todas las canciones son iguales. Muchas veces se aduce además la ausencia de instrumentos. De ciertos instrumentos, vaya. Especialmente, guitarras eléctricas. La mayor parte de estos criticones es amante del rock, ya sea de grupillos alternativos y supuestamente auténticos que desaparecen a los seis meses después de haber salido al mercado, o de dinosaurios con pasado teóricamente glorioso aunque me temo que mitificado. Curiosamente todos ellos parecen olvidar que prácticamente las mismas críticas que recibe el tecno las recibió el rock en sus comienzos. Y si el demonio a exorcizar en el tecno son los sintetizadores, en el caso del rock fueron las guitarras eléctricas. Marshall McLuhan ya decía que el medio es el mensaje, pero la frase llega aquí a extremos absurdos: se rechazan músicas porque han sido usados sintetizadores; se rechazaron en su momento por el uso de guitarras eléctricas. Se ignoran los resultados, las posibilidades expresivas. La cuestión es entretenerse con meros aspectos técnicos, olvidando la valoración del producto final. Y, en realidad, este producto final no difiere demasiado en ambos tipos de música. En la mayoría de los casos se trata simplemente de cancioncillas más o menos entretenidas y más bien obviables. Ya sean acústicas, eléctricas o electrónicas. No creo que estos odios entre guitarras y ordenadores sean principalmente un problema de generaciones. Los sintetizadores llevan décadas presentes en la música, tanto popular como culta. Y, por ejemplo, quienes abuchearon a Bob Dylan cuando, por primera vez, salió al escenario con una guitarra eléctrica no serían precisamente mucho mayores que el propio cantante. Por no hablar de cuando uno de los componentes de Massive Attack decidió dejar el grupo tras la decisión de usar -otra vez- guitarras. Me temo que en la mayoría de las ocasiones se trata de un rechazo a la novedad por el mero hecho de ser novedad. A veces, ciertamente, ocurre lo contrario: se sobrevalora lo nuevo sólo por ser nuevo. Pero el rechazo al cambio está aún más extendido. Al parecer, a todos nos interesa mantener el status quo. Creemos en una especie de equilibrio precario que hay que procurar no alterar: si funciona, no intentes arreglarlo. Este miedo va desde lo anecdótico hasta lo fundamental. Un nuevo corte de pelo, un diseño atrevido en un automóvil, un género musical más o menos diferente, alguna película narrada de un modo no habitual, un sistema novedoso de pagar los impuestos, una religión. El rechazo es automático. Hasta que nos acostumbramos y valoramos los aspectos positivos que hay en este cambio -si los hay, claro. Pero, pase lo que pase, nunca llegamos a reconocer que estábamos equivocados; que cambiar, en esta ocasión, era cambiar a mejor. Hasta que al cabo de unos años se nos anuncia un nuevo cambio y la situación a la que ya estamos habituados, como es natural, nos parece inmejorable.
 
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