Regatear 2 (algo más agradable)
Las callejuelas del barrio de Plaka en Atenas bien merecen un paseo, a pesar de las tiendas para turistas repletas de partenones de plástico con lucecitas, bustos de filósofos, jarrones imitando la cerámica del periodo clásico, iconos ortodoxos y -aún no sé por qué- últimas cenas, con sus doce apóstoles y su beso de Judas.
Se suponía que en esas tiendas había que regatear: al parecer, nada le gusta más a un turista que alardear de haberse ahorrado dos o tres euros.
De todas formas, los dependientes eran muy considerados. Yo me quedé cinco segundos mirando un tablero de ajedrez, preguntándome por la relación entre el jueguecito y la ciudad, cuando se me acercó una señora que me dijo, en un italiano que me sonó perfecto, algo así como "cuesta siete mil dracmas, pero si te gusta te lo puedo dejar por cinco mil".
-Qué amables -me dijo Marta cuando salimos de la tienda (sin ajedrez)-: regatean por ti, para evitarte molestias. Dan ganas decir siga usted regateando, que me voy a tomar una coca cola aquí enfrente. Cuando llegue a un precio razonable, me avisa.