Jaime, 11 de noviembre de 2003, 20:50:38 CET

Mis labores


Cuando hace décadas las mujeres comenzaron a trabajar fuera de casa, los más optimistas imaginaron un futuro en el que cada pareja escogería lo más conveniente según sus gustos y necesidades: que fuera él quien trajera el sueldo a casa, que lo hiciera ella o que fueran ambos, dependiendo del grado de masoquismo y de las apetencias de cada uno. Pero al final ha resultado que no escoge nadie, sino que, por culpa de unos sueldos que obligan a apretarse el cinturón hasta quedarse sin aire, en las familias trabaja hasta el gato. Y es una pena, porque me da que poco a poco tanto las mujeres liberadas como los varones domados van recordando que eso de la realización profesional suele ser una chorrada. En todo caso, y puestos a realizarnos, mejor hacerlo en nuestros ratos libres y no mientras simulamos hacer no se sabe bien qué, por no recordamos qué motivaciones, y a cambio de no se entiende por qué tan poco. Yo mismo, si pudiera escoger -y espero poder hacerlo algún día-, me haría amo de casa sin dudarlo. Es más satisfactorio hacer la compra sin que le timen a uno o cocinar un cordero al horno sin que se queme demasiado, que ser uno de esos agentes de bolsa que se pelean por las migajas de los beneficios ajenos, o uno de esos comerciales que se pasan todo el día sonriendo para vender una partida de tornillos a una constructora. No creo ser el único que tenga estas aspiraciones laborales. Seguro que más de uno sueña con dejar ese trabajo que le está encorvando la espalda y destrozando los nervios para largarse a casita a regar las plantas. Pero es lo que tiene eso del liberalismo y la contención salarial: que ahora los esclavos se venden por parejas. Sin duda, ser amo de casa no es fácil ni descansado. Aunque al menos ya no estamos en esa época en la que las mujeres bajaban al río a lavar la ropa y luego tenían que cocinar (sin horno eléctrico) para once niños y para ese marido que venía de trabajar catorce horas en la mina. Hoy en día hay lavadoras, lavavajillas, aspiradoras. Y un ama (o amo) de casa no tiene jefes: puede poner la música que le apetezca, posponer tareas, echar una siesta y, por supuesto, ver el programa de María Teresa Campos. Sí, de acuerdo, con niños de por medio, la cosa es más complicada. Aunque a veces lo dudo, viendo el trato que muchos padres dan a sus tan queridos retoños: entre semana, los aparcan en la escuela y en clases de piano, de inglés y de ballet; durante los fines de semana y las vacaciones, los deportan a unos campamentos. Además, y ya que me confesaba aspirante a amo de casa, también he de reconocer que a mí eso de los niños no me hace ninguna gracia: creo me conformaré con plantar un árbol.


 
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